Así rezaba el irónico
graffiti que apareció en una pared colombiana a comienzo de los años 90 cuando el internacionalismo proletario
parecía no significar más que el recuerdo de una ridícula mueca de la
historia.
Casi nadie creía entonces
que en menos de 20 años las cosas iban a volver a cambiar tanto como
para actualizar nuevamente el sentido de la famosa frase conclusiva del
viejo Manifiesto.
Hoy la crisis general del sistema capitalista es más que
evidente. Desde hace casi 10 años que no hay solución de continuidad en la
persistente inestabilidad económica y financiera mundial, a la que luego se le
agregó la recesión y una solapada guerra monetaria. A diferencia de otras crisis
económicas mundiales, no se ve ninguna salida en el horizonte capitalista.
EEUU, luego de la emisión más fabulosa de la historia, se
debate entre subir o no las tasas de interés, si las sube se profundizaría una
recesión que hoy mantiene disfrazada de bajo crecimiento y engañando estadísticamente con los datos de empleo y consumo. Si no las
sube, sigue alimentando la especulación formadora de burbujas financieras, porque está claro que la casi totalidad de lo
que emite no va a la producción ni al bienestar del pueblo estadounidense. Esto
se refleja en las perspectivas electorales en las que los dos candidatos que
van quedando por los partidos
“tradicionales” tienen un elevadísimo nivel de imagen negativa.
A la Unión Europea le queda cada vez menos de unión. Se
puede ver, ahora claramente, que el modelo de integración que se impuso fue el
de una corporación manejada por Alemania, con Francia como socio menor, e
Inglaterra con un pie siempre afuera y
mirando a los EEUU.
Hoy la situación de los países del sur europeo es desastrosa, con la amenaza de una hipercrisis bancaria en
Italia y la reedición de la crisis del
2012 en el resto. Ello llevaría a los bancos franceses al default inmediato.
Alemania ha perdido su poder de motorizar la economía en su conjunto y enfrenta
una grave crisis interna que en lo político se expresa principalmente en el
problema de la inmigración, pero que va mucho más allá de ello.
Japón no puede encontrar el rumbo para salir de una
situación deflacionaria que en realidad viene arrastrando desde la crisis de
1989.
En la desesperación, aumenta la intensidad de los
enfrentamientos competitivos de los grupos del capital. Aparecen denuncias
contra las gigantes automotrices alemanas y japonesas, se interviene la
federación internacional de fútbol, se publican listas (parciales) de evasores
de impuestos y lavadores de dinero en la banca offshore, se profundiza el
espionaje entre países “aliados”, hay sospechosas muertes y caídas de aviones nunca esclarecidas.
Si se quiere resumir y simplificar se puede decir que la
causa de la crisis del “mundo desarrollado” está directamente relacionada con
el haber gastado fabulosamente a cuenta durante los 90 y la primera mitad del
2000, sobre todo en suntuarios y gastos militares.
¿Debieron haber
gastado menos? En términos de supervivencia del sistema capitalista eso era
imposible, pues fue precisamente ese esquema de gasto basado en crédito y la
emisión lo que le permitió al capital recuperar la tasa de ganancia, subsistir
a la caída de los 80 y reciclarse como capitalismo financiero globalizado (ver
Globalización tercera –y última- etapa del capitalismo. Ciafardini. 2011).
Pero que pasa entonces en el actual “segundo mundo” si así
puede llamársele a las economías china e india. Pues sucede que, precisamente
en el esquema ideado por la globalización financiera capitalista, estos países estaban destinados a ser la
“fábrica del mundo” lo que, a su vez, les permitió dar un gran salto de
desarrollo industrial, mejorar la situación económica de millones de pobres,
incorporar tecnología de punta, desarrollar sus infraestructuras y acumular grandes
masas de reservas. Ello los catapultó, sobre todo a China, a transformarse en
un factor importante de poder mundial, contraponiéndose al propio poder de sus
mentores occidentales, contra los que el “gigante dormido” armó su propio bloque de poder con Rusia y otros países de su región, volviéndose a reeditar, aunque de manera mucho menos intensa,
un cierto bipolarismo atenuado con una tendencia a la multipolaridad que
complica, cada vez más, los planes de los grandes grupos financieros de regular
la economía mundial a su medida.
Pero también sucede
que, en el esquema globalizador, el
desarrollo económico de estos “emergentes
poderosos” nació atado al hiperconsumo,
ficticiamente sostenido, en EEUU y
la UE. Al caer éste se detiene
aquél.
Esto trae consecuencia internas serias para estos emergentes de primera línea
como lo es en primer término el descenso abrupto de las tasa de crecimiento. Pero
el “parate” se proyecta a los “emergentes de segunda línea” es decir casi la
totalidad del resto del mundo que vivió
un momento de auge económico a partir del aumento de los precios de sus
productos primarios, por la gran demanda china –asiática. Hasta la
olvidada África empezaba a sentir algunos beneficios del derrame del auge
económico chino-asiático.
América Latina y, particularmente América del Sur, no escapa
de ninguna manera a esta crisis sistémica. Macri gana en Argentina con un apoyo
mediático totalitario y cabalgando sobre problemas internos del proyecto
político antineoliberal, pero el escenario de base que le permiten el vertiginosos ascenso, que
lo sorprendió hasta a él mismo, fueron
los problemas económicos y financieros que se agudizaron en los últimos años
del gobierno kirchnerista con la crisis de Brasil y la baja del precio de la
soja. En Brasil y Venezuela el impacto
de la crisis sistémica sobre sus economías es más que evidente y amenaza con la interrupción de los
proyectos políticos populares que
tuvieron auge a partir del 2000, como si estos proyectos fueran los culpables
de la crisis. Hay un intento de restauración conservadora en la región que
soslaya que la crisis también golpea a
gobiernos claramente neoliberales como
el mexicano y el colombiano y a todos los demás sin excepciones.
Desde ciertas posiciones de izquierda se les reprocha a
algunos de estos gobiernos que encabezaron o encabezan proyectos populares
(para la derecha, populistas) no haber transformado las estructuras
neoliberales, primaristas y extractivistas,
de los países que gobernaron o gobiernan. El planteo como tal puede
haber sido pertinente, sólo que de nada
sirve quedarse ahora en esto.
Tal vez la verdadera
oportunidad para abordar tales cambios profundos sea la que se abre ahora, con
este intento de restauración conservadora en la región, que se da, precisamente,
en el marco de la agudización de la crisis sistémica a la que antes aludimos.
En efecto, la única forma realista de salir adelante cambiando
las estructuras productivo-distributivas
de los países Latinoamericanos,
en la economía globalizada, es mediante un proceso profundo y acelerado
de integración regional, que permita pararse frente al resto del mundo con escalas productivas significantes y un único
inmenso mercado interno. Esto implicaría una revolución en las políticas
externas de nuestros países que solo encontraría escenario propicio en la
agudización de la crisis estructural mundial que pronosticamos. Pero está claro que todo ello
solo se transforma en una oportunidad si los movimientos populares son capaces
de reaccionar y enfrentar con todo la estrategia restaurativa y si además la resistencia se extiende internacionalmente
de modo que no le quede a la estrategia del capital ningún territorio seguro
donde hacer pie.
Y aquí llegamos al punto de este artículo, preanunciado en
el título esotérico que elegimos, qué es
el de que, afortunadamente los pueblos
(proletarios) de todos estos países del mundo
“desarrollados”, “emergentes de primera “ , y/o “emergentes de segunda”
parecieran no estar dispuestos ya hoy a dar ni un paso más atrás de los niveles de vida alcanzados ni a aceptar pasivamente el cuento de que habría que ajustarse y
empobrecerse “por un tiempo” para después salir adelante, porque sospechan profundamente,
y con razón, de la mentira oculta detrás de ese trillado argumento.
Aun en países donde ganó las elecciones el neoliberalismo
puro y duro como en Argentina, el
gobierno no alcanzó a recorrer los seis primeros meses de gestión y ya se
enfrenta a una poderosísima resistencia
popular. En Brasil, a pesar de la crisis económica profunda y de la ofensiva mediática corporativa,
destituyente, desembozada, el partido de gobierno no deja de tener un fuerte
apoyo de amplios sectores populares que
vaticina una resistencia feroz manteniéndose en la gestión o desde la oposición. Igual es el caso de
Venezuela donde la presión golpista opositora podría desencadenar, incluso, una
guerra civil.
En Europa los movimientos ciudadanos, las centrales sindicales y los partidos de
izquierda se aproximan cada vez más a
conformar frentes de resistencia al
ajuste y se oponen a los inventos
expoliadores de última generación (que muestra también el grado de desesperación
del capital) como son los tratados secretos (para los pueblos) como el
“Transatlántico” que amenaza con destruir a todas las pequeñas y medianas
empresas de Europa del Norte y Central.
También el Partido comunista Chino sabe que los amplios
sectores del pueblo chino que accedieron a las ciudades y a empleos industriales y de servicios, o que mejoraron sus condiciones de vida en el
campo, no pueden volver hacia atrás. Ha dado señas de ello al emprender una gran reforma desde el perfil
exportador hacia el fortalecimiento del mercado interno. Pero a medida que la
crisis se profundice deberá avanzar aún mucho más.
Es precisamente esta fuerza subjetiva imparable y creciente
la que se está erigiendo en “sepulturera” del sistema capitalista global ya que, frente al escenario planteado y
descrito en este artículo, la única salida
que va a quedar es la de un gran acuerdo internacional que establezca pautas
para la producción y el comercio que permitan sostener los niveles de vida
alcanzados en todo el planeta y
avanzar a los sectores más postergados y
es evidente que ello solo podría logarse a partir del “sacrificio” de partes
importantes de las pingues ganancias de los grupos financieros globales y de
los ricos del mundo. La aceptación, aún a regañadientes, del gobierno
norteamericano, de resultados no buscados , como el de la paz en Siria (y con
Rusia) o la resignación ante iniciativas chinas como las del Banco
Internacional y el aumento de la circulación internacional del yuan, son
situaciones que parecieran indicar que la realidad se impone aun al más grande
de los poderes.
Es obvio que, si se imponen acuerdos de esta naturaleza, ello irá implicando más y más la negación de las dinámicas esenciales del sistema
capitalista y que la planificación (o al
menos la articulación) interestatal
mundial, regulatoria de la “libertad” de producción y comercio, en la
que prime el objetivo de mantener el consumo cuantitativo más extendido, es
decir el consumo popular, no puede ser más que
el principio del fin del sistema
.
Habrá que tener la mirada puesta en la próxima reunión del G
20, en Septiembre, en China y ver entonces la fuerza que hayan alcanzado las luchas de resistencia popular en el mundo,
luchas que, ahora sí, parecen estar
golpeando todas al mismo tiempo.
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