La
decadencia del imperio americano (tercera y última).
El título de
esta saga de artículos cortos que venimos publicando desde hace tres meses lo
hemos tomado de la película canadiense de Denys Arcand, una tragicomedia
multipremiada de 1986.La misma también tuvo su continuidad en el otro filme,
del mismo director, denominado “Las invasiones bárbaras”. El trumpista
sublevado el miércoles pasado cubierto con
una piel de búfalo y sus correligionarios trepando por las molduras de
la muralla de mármol del capitolio norteamericano, no pueden dejar de evocar a
los visigodos de Alarico saqueando Roma, en el
año 410. Lo cierto es que arquetípicamente la caída de los imperios
occidentales no se ha producido nunca
por el enfrentamiento con otro imperio que haya venido directa e inmediatamente
a sustituir al vencido. No, el proceso de desintegración se da desde dentro
mismo del corazón del imperio. Allí aparecen las fisuras por las que se cuelan
los bárbaros de dentro y de fuera. En el caso del “imperio” norteamericano son
la crisis migratoria, sobre todo la de
la frontera con México, y el alzamiento
del interior profundo, del llamado “cinturón del óxido”, las fuerzas de base
demográfica que lo sacuden. No es casual que Trump haya ganado la elección de
fines del 2016 cabalgando sobre consignas referidas a estas dos cuestiones
cruciales. EL pasado alzamiento, inédito
en todo el tiempo de existencia, de la
“gran democracia del norte”, amainó ese mismo día por pedido del propio Trump, dejando como
secuela aparentemente más de una víctima fatal y una fractura definitiva de la
institucionalidad de los Estados Unidos, que hace de Joe “Sleepy” Biden el
presidente que asume más deslegitimadamente en toda la historia de tal “unión”.
La invasión de la ciudad eterna por los
bárbaros no fue ni el inicio ni el fin
del proceso que llevo al imperio romano a su desintegración, sino solo un
episodio, el más gráfico quizás, de ese proceso mismo. Muy similarmente los
hechos del miércoles no han hecho más que hacerle reconocer a toda la prensa
occidental y a sus lectores que los EEUU
de Norteamérica ya no son, ni volverán a ser nunca, la sólida potencia
que garantizó durante todo el siglo XX y los primeros años del XXI la
existencia de la “civilización occidental y cristiana”. Los demócratas y su
senil presidente no están ni cerca de poder dar una respuesta real a los dos
problemas de la Norteamérica real, anteriormente mencionados. Aun más, a diferencia de Trump ellos ni siquiera tiene intenciones de
resolverlos, en tanto que el otrora populismo jeffersoniano, que llevara a la presidencia a candidatos tan
progresistas como Franklin Delano Roosevelt, e incluso John Fitzgerald Kennedy,
hoy no es más que el representante de
los grupos financieros globales más
poderosos de Wall Street y cuya estrategia anunciada no es otra que la de emitir y emitir, irracionalmente, para seguir
sosteniendo la burbuja financiera más grande de toda la historia del
capitalismo, poniendo definitivamente en riesgo seguro de explosión y caída a todas las economías occidentales ,
entre ellas, particularmente, a la de su propio país.