El
atentado en Francia ha tenido muchos efectos comunicacionales, aunque el
principal de todos parece ser la
confusión general.
Por
un lado millones de franceses, y de personas en otras partes del mundo, se han expresado con su repudio liso y llano
al hecho en sí e identificándose, además, personalmente, con
la revista. Al decir “Je suis Charlie”
hay una intensión de expresar,
no sólo la solidaridad con las víctimas, sino también con la práctica de caricaturizar a Mahoma, o a
cualquiera, como símbolo de la libertad de expresión y del arte-humor sin barreras. Preciso es decir que estas manifestaciones no han sido contra el Islam ni contra los
musulmanes, sino contra todo el que realice actos criminales y terroristas.
Sin
embargo, hay circunstancias que, más allá de lo explícito en estas
marchas, también expresan algo. En primer lugar, hacía pocos días, antes del hecho de “Charlie
Hebdo”, que en un atentado terrorista los Talibanes
había asesinado 132 niños y
jóvenes en una escuela en Pakistán, y es conocida la inmensa cantidad de muertos en atentados hechos en nombre del
fundamentalismo islámico en países islámicos y con víctimas de confesión
musulmana (niños, mujeres, ancianos, etc.), hechos todos estos que ocupan poco espacio en la preocupación de
los medios y la opinión pública, al menos la “occidental”. Todo ello no hace sino más que ratificar que para muchos en el mundo no musulmán lo
que allí ocurra, aunque sea brutal, no
ofende demasiado su sensibilidad. Es decir ratifica uno de los argumentos de la
comunidad musulmana (y de los grupos de
fanáticos que cometen crímenes en su nombre) de que en el mundo hay ciudadanos
de primera y ciudadanos de segunda.
Esto
ya habla de una desproporción de mucho de lo que se ha expresado en estos días en torno a los
atentados en París. La desproporción de la manifestación masiva en Francia se podría explicar diciendo que
los franceses no están tan “acostumbrados” a estas masacres y, por lo tanto,
reaccionaron especialmente en este caso en que les tocó a ellos. Eso no deja de
evidenciar un cierto eurocentrismo y nacionalismo bastante egoísta. Pero, los
medio de comunicación masiva, que no son centralmente franceses, le dieron una
cobertura al asunto que, ni por asomo,
es equiparable al que le dieron a
los demás atentados, aunque muchos de estos hayan tenido más víctimas y hayan sido cometidos aún más
horrorosamente. ¿Será porque afectó a la libertad de prensa? Pero ¿no es
acaso la vida (en Pakistán) tan
importante como la libertad de prensa (en Paris)?
Además,
los millones de franceses que marcharon lo hicieron en una multitud encabezada por (entre otros)
Netanyahu, que justificó su presencia en
una comunidad de líderes europeos por los asesinados de origen judío en el
ataque al supermercado de comidas “kosher”. Pero el líder del gobierno israelí es sindicado, por muchos, precisamente como el artífice de una política
terrorista de Israel contra los palestinos. Precisamente Francia acababa de
reconocer al Estado Palestino días antes del atentado.
Por
otro lado, han aparecido las declamaciones de: “Je ne suis ( pas) Charlie”.
Desde la derecha xenófoba, con Le Pen (padre) y ciertos grupos neonazis a la cabeza, no
pocos se han manifestado a favor la
exclusión de todo extranjero, especialmente semita, y particularmente,
musulmán, en Europa, vinculándolo con la necesidad de una política
antiinmigratoria y exacerbando el
nacionalismo y eurocentrismo con una pronunciada cadencia nonocentista (y de la
década del 30 del siglo XX). Le Pen por
su parte manifestó que ellos sin
embargo no se sumaban a la solidaridad
con Charlie Hebdo porque lo consideran un
medio “anarco-trotskysta”. A la vez ni él ni su hija fueron invitados a la marcha por ser
fascistas.
Simultáneamente,
desde algunos sectores de la izquierda, se ha denunciado el “Je suis Charlie”
como una desnaturalización de la protesta, que tendría que haber sido sólo
contra el terrorismo y no a partir de la identificación con una revista, que no es una revista cualquiera,
sino que ha tenido, según estos sectores, una cantidad de posiciones
funcionales al neoliberalismo y al neocolonialismo, entre ellas, precisamente, la agresión
caricaturesca ilimitada al islam, pero
también otras como ciertas manifestaciones favorables a la agresión de
la OTAN a Yugoslavia, el bombardeo a Libia,
el asesinato a Gadafi , el
accionar de los terroristas en Siria y más.
Como
si todo este “berenjenal” de ideas encontradas, fuera poco, el Papa (nada menos que el Papa cristiano-católico)
ha detonado él también una “bomba”, en este caso mediática, al afirmar, como reflexión, en relación al atentado, que no se puede insultar a las
religiones sin atenerse a las
consecuencias y que, si a él le
insultaran a su madre, haría (en proporción) más o menos lo mismo que los
hermanos Kouachi.
Hay
que aclarar que, cuando se menciona a los hermanos Kouachi, estamos
presuponiendo que estos han efectivamente sido los autores materiales del atentado
ya que en los videos no se los reconoce y, como es casi de rigor en estos casos,
fueron muertos en su intento de captura.
Precisamente
con relación a esto queda, además, flotando en este ambiente crispado, y más
allá de la identidad y afiliación religiosa de quienes hayan sido los autores
instrumentales directos de estos crímenes, la terrible sospecha de que todo haya
sido una puesta en escena de ciertos sectores de la llamada “comunidad internacional de
inteligencia”, sobre los que, como todos
saben, tiene gran influencia la CIA (o al menos algunos grupos dentro de ella,
bien vinculados a los republicanos y al “Tea Party”). Esto sí que no aparece, precisamente, como algo disparatado, teniendo en cuenta la implicancia,
confesa, de estas “agencias” en la estructuración y el mantenimiento de relaciones
tanto con al Qaeda (cuyo tardío reconocimiento de la autoría mediata del
atentado no puede más que llamar la atención en el sentido de la idea que
describimos en este párrafo) y de ISIS, el otro grupo terrorista siniestramente
de moda. Además está como antecedente el inmenso manto de sospechas, nunca
aclarado, con relación al derrumbe, en
forma de demolición por implosión programada, de las Torres Gemelas
newyorquinas y el estrellamiento de un avión,
que se habría desintegrado totalmente hasta la evaporación, contra el Pentágono, el 11 de septiembre de
2001.
Si
esta última versión es efectivamente cierta, si hubo efectivamente un armado macabro (de
los que la historia está llena y se llaman en la jerga de los servicios “operaciones de bandera falsa”), y se intentó
generar un 11 de septiembre bis, en escala europea,
pareciera que ello no ha sido del todo posible, esta vez debido a que, más allá de la confusión
general, no se ha logrado enblocar a toda la opinión pública mundial detrás de una única
interpretación de los hechos, ni generar
una parálisis y una aquiescencia a los impulsos bélicos imperiales como en aquella oportunidad. Al menos por ahora,
aunque esta historia continua.
¿Será
que la profundización de la crisis del
sistema capitalista hace cada vez más difícil y desesperadas las maniobras de
rescate?