La decadencia del imperio americano
La
decadencia institucional de los EEUU no es una novedad. En la década de los
años 60, a poco de que Dwight Eisenhower
denunciara el poderío del complejo
militar industrial y su perversa influencia en la política del país, en el lapso de seis años, murieron asesinados el Presidente John
Kennedy, el ex fiscal general y
candidato a presidente Robert Kennedy y el líder afroamericano Martin King. Una
época brutal en la que quedó en claro que poco tenía de realidad la
afamada “democracia americana”. Ya en
los 70 se asistió al vergonzoso escándalo de espionaje político
de “watergate”, que causó la renuncia
del presidente Nixon, e inauguró la era de los “gates” para los sucesivos episodios de mentira y corrupción “urbi et orbi”. La cosa pareció
calmarse cuando el comienzo de la globalización entronó a Reagan, Bush padre,
Clinton y Bush hijo en las sucesivas presidencias. Aunque la segunda
presidencia de éste último se logró a
través de un indiscutido fraude, mediante la complicidad de su hermano, por lo
que hubo que recompensar al perdedor, Al Gore, con un premio Nobel de la Paz,
que parece ser un remedio que los norteamericanos tiene para situaciones de
emergencia. Era la época de oro del dominio norteamericano, frente a la
decadencia e implosión soviética, cuando
se oyó el canto al “final de la historia”. Sin embargo ese canto era en realidad el “canto del cisne”
y la pretendida hegemonía definitiva norteamericana se vino abajo como un
castillo de naipes (house of cards), cuando el aparatoso esquema financiero,
montado al calor de la globalización, demostró ser no más que un armado fraudulento. Ya el otorgamiento (de
emergencia) a Obama del premio Nobel ¡de
la Paz! apareció como un esfuerzo, patético, para dotar al primer magistrado de
un glamour, que el hecho de ser el
primer presidente afroamericano parecía no hacerle alcanzar, frente a la
debacle económica financiera que
despuntaba. Pero con Trump la decadencia institucional volvió como una recaída, la que sí parece ser
definitiva. Nunca antes un presidente recién elegido fue víctima de ataques tan
explícitos y graves (connivencia con un país extranjero para hacer fraude) a
partir del día mismo de su triunfo electoral, ataques que se mantuvieron y
agudizaron cada vez más durante su mandato. Más que en la “trampa de Tucídides”,
ante el ascenso chino, EEUU parece estar
cayendo hacia dentro de su propio lodazal institucional, cuando, a un mes de la
elecciones, Trump anuncia que desconocerá los resultados, si el no gana, y la oposición demócrata no logró consenso
para designar un oponente que al menos no sufriera de una demencia senil, que
le hace confundir los datos de muertos por coronavirus en su propio país. A tal
punto se anuncia una disputa no-democrática
por la presidencia que parece ser
que las elecciones las ganará el que
logre llenar el cargo vacante en la Suprema Corte, que aparece como el canal institucional que, de ahora en más,
va a determinar quién es el presidente en la “gran democracia del norte”. Se
está llegando a hablar incluso de una sórdida guerra civil. Triste, solitario
y, sobre todo, final.
Mariano Ciafardini
Abogado
Doctor en Ciencias Políticas