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viernes, 9 de octubre de 2020

La decadencia del imperio americano (II)

 

La decadencia del imperio americano (II)

Cuando un sudoroso Richard Nixon  saco su pañuelo, para secarse la frente, la suerte, en su contra, estaba echada. Era el primer debate presidencial televisivo  de la historia. Poco se sabía  entonces del impacto real que habría de tener la televisión, que hacía un tiempo que  había llegado ya a una audiencia de  millones de espectadores, en el curso de  unas elecciones presidenciales. Pero ya empezaba a quedar en claro que, al menos en televisión, una imagen vale más que mil palabras. Kennedy pareció haberlo anticipado  y se mostró rozagante, ágil y dinámico,  dándole, precisamente, casi más importancia a la imagen (de eso se trata, al fin de cuentas, en la tele-“visión”) que al contenido de su intervención. Aunque no descuidó tampoco este aspecto e introdujo,  sorpresivamente,   el debate sobre cuestiones geopolíticas y, sobre todo, acerca de la firmeza que debía tener EEUU ante Jruschov (URSS), tema para el que Nixon no estaba preparado. De todos modos  este último, afectado por una febrícula (hoy un  asesor de imagen no lo hubiera dejado participar en  televisión en esas condiciones), no perdió la compostura y se dedicó a remarcar los logros del gobierno de Eisenhower, del que él había sido vicepresidente. Al menos en temas de imagen televisiva, por aquel momento en blanco y negro, la democracia norteamericana parecía lucir bien. La decadencia institucional, no obstante, estaba a la vuela  de la esquina,  Tres años después Kennedy caía asesinado  bajo las balas, en Texas,  y en 1974 Nixon renunciaba a la presidencia bajo acusaciones de corrupción. La  contundencia   de la perspectiva temporal nos permite hoy  confirmar aquella tendencia decadente. El miércoles pasado observamos, azorados, en CNN, imágenes televisivas, a todo color, de algo que se pareció más a un riña en el barro que a un debate por la presidencia  de la mayor potencia mundial (al menos, y esto es lo preocupante, en términos de arsenal militar y nuclear). Los improperios,  insultos y agravios, ni siguiera políticos, sino preferentemente  de índole personal, fueron el único contenido y forma, ya que ni siquiera se respetaron los tiempos propios de alocución de cada uno. Que Trump lo haya hecho no asombró demasiado, ya que ese es el estilo que le permitió ganar las elecciones pasadas y eso es lo que a su electorado parece agradarle de él (lo que indica que la decadencia norteamericana, como no podía ser de otra forma, tiene también raíces socio culturales) Pero también vimos, en  primicia, a Joe (sleepy) Biden, insultar y agredir, lo que no se sabe si lo benefició, por mostrar que tiene algo de sangre en la venas y por lo tanto está vivo, o si le hizo perder uno de los pocos atributos que lo diferenciaban positivamente de su grotesco competidor. Lo que sí quedó en claro es que el escenario lo manejó Trump y que Biden no está en condiciones de manejarse ni siquiera a sí mismo.  Dejemos en manos de los manipuladores de la opinión publica las conclusiones sobre quién ¿ganó? el debate. Quedémonos  con una conclusión irrebatible: la decadencia institucional del “Gran Hermano  del Norte” es irremontable  y lo peor de todo impredecible. Otra evidencia de la descomposición general del sistema es el “desmanejo” socio-gubernamental de la pandemia, del que el contagio de Trump y su esposa no son más que un símbolo patético. La corrosión política es tan grande que si no fuera porque es demasiado “conspirativista” se podría sospechar que alguien filtró a un supercontagiador entre el entorno del presidente para generar el dominó de contagios que lo terminó alcanzando.

Mariano Ciafardini

Doctor en Ciencias Políticas