Como se dice en
ciencias sociales irónicamente, un hecho social es mucho más fácil de predecir cuando ya se ha producido.
La pandemia del coronavirus es un hecho que en realidad se
está produciendo y podríamos decir casi,
teniendo en cuenta la potencialidad de esparcimiento del virus, que recién empieza a producirse. ¿Qué se
puede predecir entonces al respecto?
En principio nos hallamos faltos de herramientas empíricas y
conceptuales frente a un tipo de epidemia que tiene un baja dosis de mortandad en
relación a la cantidad de infectados pero esa cantidad de infectados, si no se
contiene la expansión a tiempo y correctamente, puede llegar en algunos casos
al 90 por ciento de la población de un país,
con lo que aunque la ratio de mortandad sea baja, la cantidad de muertos, en si misma, puede llegar a ser muy alta y elevarse
más aún por el colapso del sistema de salud de que se trate . Por ejemplo, en un país como la India, si no se tomaran medidas como las que adoptó
China, los muertos podrán contarse en
cientos de miles, y los infectados en decenas de millones o más, lo que, para
los más de mil millones de habitantes de dicho país, será un bajo promedio,
pero como impacto sanitario es brutal.
Se dice habitualmente, también en forma irónica, respecto de
las estadísticas, que al que le toca sufrir el hecho poco le importa ser parte
del cero coma x por ciento de probabilidad, ya que eso no impide que se muera
igual
Pero si hay algún elemento “empírico” que en este caso ayuda
bastante a hacer pronósticos, sino
sanitarios, si económicos, sociales y
políticos sobre la cuestión, son los “mercados”,
es decir
el comportamiento del capital financiero accionario, especulador, que es la forma paradigmática del capital en
nuestros días.
Los famosos mercados están totalmente alterados, con un clara y sostenida tendencia a la baja ¿Y
eso qué quiere decir?, ¿que el capital teme a una hecatombe
sanitaria? ¿ que está preocupado por la salud de la humanidad?¿ que le
preocupa el dolor y el sufrimiento humanos?
Los muertos por este o por cualquier otro virus no afectan en nada al
capital, es más, hasta en lo que concierne al capital farmacéutico o cierta
industria química, puede transformarse
en una oportunidad de grandes ganancias. No, al capital no le importan los
muertos ni el hecho en sí que haya
muchos infectados. Al capital lo que le afectan son las propias medidas
político sociales que imponen los protocolos sanitarios en estas ocasiones.
Protocolos que China cumplió al pie de la letra y ahora muchos otros países,
aunque algunos algo tarde, parecen estar también cumpliendo.
Porque independientemente de que mueran más o menos personas,
lo que por otra parte no influirá para nada en
el hipercrecimiento de la población mundial en el que estamos inmersos, las estrategias necesarias para enfrentar el virus en cada país, lo que producen, ente otras cosas, es un descenso
tremendo de la demanda de mercancías. Y ¿qué es un capitalismo sin demanda
(particularmente sin demanda agregada) de mercancías?.
El capitalismo realmente existente hoy necesita
imprescindiblemente que se mantenga la demanda irracional, artificial e innecesaria de productos, de lujo o de moda, o la demanda
propagandísticamente inducida a adquirir
artículos (que sin esa inducción artificial nunca hubiéramos comprado). Eso es
lo que sostiene la ficción monumental
del capitalismo financiero (etapa de la decadencia del capitalismo como sistema
que tenemos el privilegio de padecer) cuya
sustentabilidad se basa en el préstamo desmesurado para la sobre-adquisición de
bienes en “cómodas” cuotas. Este capitalismo de “ruleta” necesita como el
oxígeno esa demanda consumista alocada, esos bingos y casinos donde los trabajadores vayan a dejar los últimos centavos de sus
magros sueldos, cuando no sus sueldos enteros.
La realidad
de una pandemia con las características de la
del coronavirus
le pega en la línea de
flotación al capitalismo de ficción,
que,
como decimos, se sostiene sobre
la
ilusión crediticia y consumista imperante, fundamentalmente, en los países del
capitalismo desarrollado como EEUU,
Europa Occidental y Japón. Los aislamientos
prescriptos en los protocolos para
hacer
frente al coronavirus tienen el efecto, entre otros, de racionalizar al máximo
la demanda a los bienes imprescindibles para vivir y poco más. Y esto durante
varios meses. Un espanto para una economía capitalista con crisis de
sobreproducción y entrando en recesión. Es cierto que pasada la pandemia
volverán quizá a regir las condiciones
previas a su influjo
pero para
entonces
la “explosión de la burbuja” ya
se habrá producido, una burbuja enorme, mucho mayor a la del 2008, sin
posibilidad ahora de ningún rescate bancario con “quantitative easing” (a
riesgo de una debacle monetaria), es decir la quebradura del espinazo del
capitalismo financiero mundial y, con él, la de todo capitalismo realmente
posible, al menos en las formas en que lo conocemos.
Respecto de China
precisamente no se podría decir lo mismo ya que las autoridades de tal
país es decir el Partido Comunista y el gobierno chino han privilegiado la contención inmediata de
la epidemia al costo que fuere necesario
en términos económicos, porque tienen
resto económico para hacerlo pero, principalmente, porque el gobierno chino no está dominado por ningún
sector económico social, llámese
burguesía o aristocracia propietaria u oligarquía financiera
capitalista, o grupos financieros internacionales, sino que es ( y lo ha demostrado
claramente precisamente con la reacción a la pandemia del coronavirus) una
burocracia estatal y partidaria que tiene como objetivo principal la defensa de la soberanía de China, el crecimiento de su economía y , ( lo que la
diferencia particularmente del resto de países con economías desarrolladas) el
mejoramiento del nivel de vida de los chinos sin exclusiones ( ha sacado de la
pobreza a 800 millones de personas en los últimos 30 años) algo que en el mundo verdaderamente capitalista desarrollado
no sólo no existe sino que no puede
existir, ya que sería una contradicción
a sus lógicas de desarrollo. Obviamente
hay países capitalistas neoliberales que son una excepción a esta regla
y tiene buenos niveles de vida para casi todos
y buenos sistemas de salud también para casi todos pero son países de
menores dimensiones geográficas, demográficas y económicas, y son pocos. Las
necesarias excepciones que confirman la regla (y que han sido y son las
muestras que usa el sistema en la lucha ideológica)
China logrará pasar esta epidemia, como ya parece estar haciéndolo, de forma rotunda eficaz y sobre todo sin sacrificios de ningún sector particular de la población a
expensas de otro.
El coronavirus no es un problema precisamente para China, aunque haya sido el lugar donde el virus “apareció”,
sino para los países dominados por los grupos
financieros del capitalismo actual. Es decir la casi totalidad del mundo salvo países como Cuba, Vietnam, Corea del
Norte o, tal vez, Venezuela y Nicaragua que
también tienen gobiernos con un gran consenso popular precisamente porque son gobiernos que no
gobiernan para un sector de la población sino para todos, más allá de los
aciertos o errores que cometan en sus gestiones y de los logros
reales que alcancen en medio de un mundo capitalista que a varios de ellos los rechaza, los aísla y los boicotea. Habrá
que ver que pasa en Rusia que, si bien no es un país que se declame socialista
o en vías de construir el socialismo, viene de una profunda cultura socialista
que en no pocas oportunidades se hizo sentir tanto en su política externa como
interna, con apoyos prácticamente
totales de su población a determinadas políticas del gobierno de Putin. Estos
consensos que se dan en los países socialistas o en pos de construcción del
socialismo (como se autodefinen los chinos) son en gran parte producto del
hecho de que las burocracias integrantes del gobierno y del estado se someten,
siempre, sin importar la crisis de que se trate, a las mismas vicisitudes que padece el resto
de la población, al menos en términos generales. Es decir no se articulan como un grupo privilegiados de
gestores de las grandes burguesías comerciales o financieras nacionales e
internacionales que buscan salvarse a sí mismos y aquellos a quienes
representan, sin importarles el resto. No será esto así en el total de los
casos individuales de estos países socialistas pero lo es en la mayoría, casi
absoluta, de sus dirigentes incluso de los más encumbrados. Si esto no fuera
así sería inexplicable que se hayan podido mantener con sistema de partido
único tanto tiempo, y a lo largo de
crisis tan tremendas, como el “período especial” cubano, las grandes hambrunas
chinas o la terrible guerra de liberación de Vietnam y sus secuelas, hechos que
hubieran barrido de un plumazo a cualquier gobierno de las llamada “democracias” liberales capitalistas.
Por eso las bolsas accionarias se caen, porque saben esto. Saben que esta epidemia es una prueba de
fuego que va a dejar cada vez más en claro que
el capitalismo como sistema ya no sirve más, está agotado, en crisis y
en decadencia profunda, que todo el sistema está, como reza un dicho campestre
argentino, “atado con alambre” y que va apareciendo una alternativa desde el
seno mismo de la economía
capitalista que está tomando otro
camino, que finalmente aparece como el camino del futuro. La elección de ese
camino es lo que enfurece tanto al poder mundial capitalista en los casos de
Venezuela y Nicaragua, no por supuesto la aludida (con desenfadada hipocresía)
“falta de democracia”, que no les preocupó un ápice en el caso de los golpes de
estado en Brasil y Bolivia en los que, es más, ellos fueron los propulsores.
La historia parece jugar con el género humano. Justo
cuando los medios de comunicación masiva
de los grandes grupos financieros del
mundo festejaban el triunfo del capitalismo, el fin de la historia, el último
hombre y la muerte de las ideologías, el capitalismo empieza a caer de la manera
que menos se lo esperaba. Paradójicamente (o no tanto) el sistema capitalista que tuvo, en sus inicios,
que soportar una de las epidemias más grandes que sufrió la especie humana, como
fue la peste negra del 1300, la que superó con un costo enorme de
vidas, viene a quebrarse ahora con
otra pandemia que, al menos en términos de infectados mundialmente, promete no
quedar a la saga de aquella y sobre todo augura un “parate” económico
fulminante del sistema, nunca antes
visto y en términos de semanas.
Esta es en cierta forma una predicción sin que el hecho se
haya producido del todo todavía. Pero en el terreno de los dichos y refranes “a buen
entendedor (observador) pocas palabras”.
Mariano Ciafardini
Doctor en Ciencia Políticas
Investigador del Centro de Estudios Marxistas Agosti (CEFMA)
y del Centro Cultural de la Cooperación (Área AEN)
Miembro del Instituto Argentino de Geopolítica (IADEG)