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domingo, 18 de enero de 2015

Charlie y la fábrica de disparates

El atentado en Francia ha tenido muchos efectos comunicacionales, aunque el principal de todos  parece ser la confusión general.
Por un lado millones de franceses, y de personas en otras partes del mundo,  se han expresado con su repudio liso y llano al hecho en sí  e  identificándose, además, personalmente, con la revista. Al decir “Je suis Charlie”  hay  una intensión de  expresar,  no sólo la solidaridad con las víctimas, sino también  con  la  práctica de caricaturizar a Mahoma, o a cualquiera, como símbolo de la libertad de expresión  y del arte-humor sin  barreras. Preciso es decir que estas manifestaciones  no han sido contra el Islam ni contra los musulmanes, sino contra todo el que realice actos criminales y terroristas.
Sin embargo,  hay circunstancias  que, más allá de lo explícito en estas marchas, también expresan algo. En primer lugar,  hacía pocos días, antes del hecho de “Charlie Hebdo”,  que  en un atentado terrorista  los Talibanes  había asesinado 132  niños y jóvenes en una escuela  en Pakistán,  y es conocida la inmensa cantidad de muertos  en atentados hechos en nombre del fundamentalismo islámico en países islámicos y con víctimas de confesión musulmana (niños, mujeres, ancianos, etc.), hechos todos estos  que ocupan poco espacio en la preocupación de los medios y la opinión pública, al menos la “occidental”. Todo  ello  no hace sino más que ratificar  que para muchos en el mundo no musulmán lo que  allí ocurra, aunque sea brutal, no ofende demasiado su sensibilidad. Es decir ratifica uno de los argumentos de la comunidad musulmana  (y de los grupos de fanáticos que cometen crímenes en su nombre) de que en el mundo hay ciudadanos de primera y ciudadanos de segunda.
Esto ya habla de una desproporción de mucho de lo que se  ha expresado en estos días en torno a los atentados en París. La desproporción de la manifestación masiva   en Francia se podría explicar diciendo que los franceses no están tan “acostumbrados” a estas masacres y, por lo tanto, reaccionaron especialmente en este caso en que les tocó a ellos. Eso no deja de evidenciar un cierto eurocentrismo y nacionalismo bastante egoísta. Pero, los medio de comunicación masiva, que no son centralmente franceses, le dieron una cobertura al asunto que, ni por asomo,  es equiparable  al que le dieron a los demás atentados,  aunque muchos de  estos  hayan tenido más víctimas  y hayan sido cometidos aún más horrorosamente. ¿Será porque afectó a la libertad de prensa? Pero ¿no es acaso  la vida (en Pakistán) tan importante como la libertad de prensa (en Paris)?
Además, los millones de franceses que marcharon lo hicieron  en una multitud encabezada por (entre otros) Netanyahu,  que justificó su presencia en una comunidad de líderes europeos por los asesinados de origen judío en el ataque al supermercado de comidas “kosher”. Pero   el líder del gobierno israelí  es sindicado, por muchos,  precisamente como el artífice de una política terrorista de Israel contra los palestinos. Precisamente Francia acababa de reconocer al Estado Palestino días antes del atentado.
Por otro lado, han aparecido las declamaciones de: “Je ne suis ( pas) Charlie”. Desde la derecha xenófoba, con Le Pen (padre)  y ciertos grupos neonazis a la cabeza, no pocos se han manifestado a favor  la exclusión de todo extranjero, especialmente semita, y particularmente, musulmán, en Europa, vinculándolo con la necesidad de una política antiinmigratoria  y exacerbando el nacionalismo y eurocentrismo con una pronunciada cadencia nonocentista (y de la década del 30 del siglo XX).  Le Pen por su parte manifestó que  ellos sin embargo  no se sumaban a la solidaridad con Charlie Hebdo porque lo consideran un  medio “anarco-trotskysta”. A la vez ni él ni su hija  fueron invitados a la marcha por ser fascistas.
Simultáneamente, desde algunos sectores de la izquierda, se ha denunciado el “Je suis Charlie” como una desnaturalización de la protesta, que tendría que haber sido sólo contra el terrorismo  y no  a partir de la identificación con  una revista, que no es una revista cualquiera, sino que ha tenido, según estos sectores, una cantidad de posiciones funcionales al neoliberalismo y al neocolonialismo,  entre ellas, precisamente, la agresión caricaturesca ilimitada al islam, pero  también otras como ciertas manifestaciones favorables a la agresión de la OTAN a Yugoslavia, el bombardeo a Libia,  el asesinato a Gadafi ,  el accionar de los terroristas en Siria y más.
Como si todo este “berenjenal” de ideas encontradas, fuera poco, el Papa  (nada menos que el Papa cristiano-católico) ha detonado él también una “bomba”, en este caso mediática, al afirmar,  como reflexión, en relación al atentado,  que no se puede insultar a las religiones  sin atenerse a las consecuencias  y que, si a él le insultaran a su madre, haría (en proporción) más o menos lo mismo que los hermanos Kouachi.
Hay que aclarar que, cuando se menciona a los hermanos Kouachi, estamos presuponiendo que estos han efectivamente sido los autores materiales del atentado ya que en los videos no se los reconoce y, como es casi de rigor en estos casos, fueron muertos en su intento de captura.
Precisamente con relación a esto queda, además, flotando en este ambiente crispado, y más allá de la identidad y afiliación religiosa de quienes hayan sido los autores instrumentales directos de estos crímenes, la terrible sospecha de que todo haya sido una puesta en escena de ciertos sectores de  la llamada “comunidad internacional de inteligencia”, sobre los  que, como todos saben, tiene gran influencia la CIA (o al menos algunos grupos dentro de ella, bien vinculados a los republicanos y al “Tea Party”). Esto sí que  no aparece, precisamente, como algo  disparatado, teniendo en cuenta la implicancia, confesa, de estas “agencias” en la estructuración y el mantenimiento de relaciones tanto con al Qaeda (cuyo tardío reconocimiento de la autoría mediata del atentado no puede más que llamar la atención en el sentido de la idea que describimos en este párrafo) y de ISIS, el otro grupo terrorista siniestramente de moda. Además está como antecedente el inmenso manto de sospechas, nunca aclarado,  con relación al derrumbe, en forma de demolición por implosión programada, de las Torres Gemelas newyorquinas y el estrellamiento de un avión,  que se habría desintegrado totalmente hasta la evaporación,  contra el Pentágono, el 11 de septiembre de 2001.
Si esta última versión es efectivamente cierta,  si hubo efectivamente un armado macabro (de los que la historia está llena y se llaman en la jerga de los servicios  “operaciones de bandera falsa”), y se intentó  generar  un 11 de septiembre bis, en escala europea, pareciera que ello no ha sido del todo posible, esta vez  debido a que, más allá de la confusión general, no se ha logrado enblocar a toda la opinión  pública mundial detrás de una única interpretación de los hechos, ni generar  una parálisis y una  aquiescencia  a los impulsos bélicos imperiales como  en aquella oportunidad. Al menos por ahora, aunque esta historia continua.

¿Será que la  profundización de la crisis del sistema capitalista hace cada vez más difícil y desesperadas las maniobras de rescate? 

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