Cuando la investigación de un crimen se topa con una trama
compleja de indicios y sospechas cruzadas que advierten que es un caso de
difícil resolución los detectives e investigadores más avezados se preguntan: ¿a quién benefició el hecho cometido?
Tal vez sea la pregunta de la que deben partir los esfuerzos por explicar los acontecimientos violentos que se suscitan
con cada vez más frecuencia en el ámbito internacional.
Esta pregunta arrojó por ejemplo mucha luz sobre los atentados a las torres gemelas frente a la pantomima
mediática que vendió globalmente el cuento infantil de los buenos y los malos
sin más aclaraciones.
Los buenos y los malos existen pero no son exactamente
los que el modelo hollywoodense nos muestra.
Aplicando esta lógica a los tremendos recientes ataques terroristas en Paris, si luego de la inevitable conmoción
inmediata uno resiste el impulso pavloviano a cargar contra el chivo expiatorio y levanta
la mirada para ver el todo, puede
advertir claramente que lo novedoso en
la escena política internacional de la región euroasiática, inmediatamente
anterior a los luctuosos hechos
parisinos, fue la notable ascensión del rol ruso en el conflicto sirio al tomar la iniciativa
clara de asumir la vanguardia de la lucha
contra el Estado Islámico con claridad y sin
las ambigüedades que venían
caracterizando la intervención de los países “occidentales”, Francia entre
ellos, pero principalmente EEUU cuya política exterior en la zona va de los
extremos de estar involucrado en la creación o el fortalecimiento del Estado Islámico, hasta la alianza con Rusia para bombardearlos.
Lo de Rusia fue, en términos de política internacional, casi
paradigmático ya que, por primera vez en
la historia, quedó frente a la lucha contra el terrorismo un país que no es EEUU y que ni siquiera es “occidental”. Y,
para decirlo sin eufemismos, un país que representa un proyecto político
internacional opuesto al esquema Washington-Londres- Paris y que en unión con
China está generando un polo alternativo de poder mundial que ya empieza a dar señales de
reconstrucción de una nueva bipolaridad,
incluso más allá de las intenciones reales de sus actores.
La consecuencia político internacional inmediata de los atentados yihadistas en las
calles de Paris fue catapultar a Francia hacia la iniciativa militar en
Siria y a partir de allí lograr el apoyo y la inmiscusión directa de
Alemania en la escalada guerrerista.
Todo ello en simultáneo
con el derribo de un avión de pasajeros Ruso
por una bomba supuestamente
puesta por grupos terroristas (según la sospechosa información de la
inteligencia británica que dio la primicia cuando el hecho acababa de cometerse)
y el de un avión bombardero ruso perteneciente a la escuadrilla de ataque al
EI, alcanzado por el fuego oficial de Turquía
(miembro de la OTAN) con el pretexto de que invadía el espacio aéreo nacional.
Esto último debería
haber llevado a todo el mundo a preguntarle a Recep Erdogan, y a la OTAN, qué es más importante para ellos, si la
supuesta “violación” por 17 segundos del espacio aéreo nacional, que no causa
ningún daño en vidas ni en bienes y que
es fácilmente aclarable en dialogo diplomático, o la lucha real contra el
terrorismo del EI, del que dicen estar en contra aunque se sospeche que los servicios de
inteligencia turcos, así como los saudíes también han tenido algo que ver en la
propia creación y fortalecimiento del engendro terrorista de moda (y de que el hijo de Erdogan está haciendo
jugosos negocios con él).
Los beneficiados son
varios y la principal perjudicada es la estrategia geopolítica Ruso-Siria, de
acabar con la guerra y la
desestabilización en la región. De todos modos lo sucedido hasta ahora no
ha sido suficiente como para
desestructurar el armado político
militar ruso que sigue siendo el más consistente. Esperemos que ello desaliente
estos intentos desesperados de ganar la iniciativa perdida y el afán de utilizar recursos tan perversos en la disputa global.
Mariano Ciafardini
Instituto argentino de Estudios Geopolíticos (IADEG)
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