No puede haber ningún
Marxismo “después” del Marxismo.[1]
Críticas y debates en torno a ciertos conceptos
del Marxismo.
Mariano Ciafardini Dr. en Ciencias Sociales Coordinador del
área de Estudios sobre China del Centro de Estudios y Formación Marxista Héctor
P. Agosti (CEFMA)
En las páginas 405/13 de su excelente biografía de Deng
Xiaoping, Alexander Pantsov [2]
relata un proceso de gran significación histórica, en el que el “hombre fuerte”
de la República Popular China, es decir el propio Deng y el Secretario del Partido Comunista de la Unión Soviética
Mijail Gorbachov fueron llegando a un entendimiento definitivo entre los dos
países después de más de dos décadas de
enfrentamiento por causas principalmente geopolíticas. En realidad según el
mismísimo Henry Kissinger la CIA sabía, ya en 1978, que se habían restablecido
los contactos y “el trato de camaradas había vuelto a ser la regla en las
relaciones chino-soviéticas.”[3]
Para Pantsov las medidas de la perestroika de 1986 de Gorbachov “soplaron como un viento a favor” de las ideas que ya venía sosteniendo Deng
sobre la “Reforma y la Apertura” y Gorbachov se volvió una figura popular en
China. Significativamente muchos
estudiantes chinos empezaron a estudiar
ruso. De parte de la, todavía, URSS también había una disposición a restablecer
cuanto antes las relaciones con la China de Deng, a tal punto que la dirigencia
soviética terminó por resolver los “tres obstáculos” que China exigía que
fueran superados para el restablecimiento pleno de relaciones y que desde el
punto de vista geopolítico no eran poca cosa para el país de los soviets: la
retirada de las tropas de Afganistán (China había estado apoyando a los
Mujaidines), la presión a Vietnam para que retirase las tropas de Camboya (que
fueron finalmente retiradas por ese país apoyado por la URSS) y la retirada las
tropas que la URSS mantenía en la frontera con China incluida Mongolia, cosa
que también se hizo.
Dice Pantsov, además, que Gorbachov incluso mandó a publicar,
en ruso, los discursos y entrevistas de
Deng, a lo que sus colegas del Politburó
accedieron entusiasmados.
Otra de las señales muy simbólicas que marcaron este reinicio
amistoso de las relaciones entre los dos países ahora “camaradas”, fue la
visita de Gorbachov a China , quien arribó a Beijing el 15 de mayo de 1989, en momentos en que Deng
se enfrentaba a las manifestaciones estudiantiles que derivaron en los hechos
de la plaza de Tiananmen. Pantsov afirma que Gorbachov se mostró solidario con Deng,
reusándose a tomar ningún tipo de contacto con los manifestantes que esperaban encontrarse con él.
Todo ello en el caso
de la URSS y la RPC, los más grandes
países comunistas del siglo XX cuya
existencia marcó definitivamente ese período de la humanidad, no puede
entenderse sólo como un restablecimiento
e intercambio de relaciones, es decir como “simple” hecho diplomático político.
Lo que estaba sucediendo y sucedió fue un acercamiento ideológico en torno a
una nueva idea de continuar con el
socialismo en las nuevas condiciones
globales que empezaban a despuntar y que
se harían tendencia definitiva en el S XXI, abriendo los mercados y las
relaciones con el mundo capitalista en países que seguirían siendo gobernados por los partidos comunistas. En este
sentido es necesario precisar que cuando hablamos del capitalismo reconocemos, desde el marxismo-leninismo, que
este viene atravesando por distintas etapas
y que en la etapa imperialista la existencia de la Unión Soviética, con todo lo que se pueda debatir en torno a
ella, no puede comprenderse sino como la
expresión máxima de la clase obrera en
lucha en el siglo XX contra el capital (articulando estratégicamente con
las luchas obreras de los pueblos del resto del mundo). Los Estados no flotan en el vacío, sino que se sustentan en
relaciones históricas materializadas en la estructura de clase, no podemos
entender el surgimiento de una clase capitalista trasnacional (etapa del
imperialismo), sin entender a su contrario, la clase trabajadora internacional,
la cual existe por las condiciones objetivas, aunque no se tenga conciencia de ella
y en el S XX la existencia de la clase obrera en lucha se materializó
principalmente, entre otras cosas, a través de la existencia de un campo socialista realmente existente.
Ahora bien en la
dinámica dialéctica del desarrollo histórico de cualquier modo de producción
las etapas cambian y con ellas cambia también la forma de expresarse del sujeto
histórico de la transformación. Al trasmutarse las relaciones de propiedad propias
del capitalismo imperialista en
relaciones predominantemente financieras
en el S XXI se generan nuevos
campos de dominio. Esto tiene que ver con la propia evolución del sistema
capitalista, ahora bajo el dominio del capital financiero en el que se monopoliza
el uso de la moneda mundial en sus dos vertientes: sistema de pagos y el
sistema de crédito y esto genera campos de control monetario que se constituyen como el límite
del modo productivo dominante. Y a la vez el actual proceso de desdolarización y la
emergencia del uso de monedas nacionales dentro de relaciones multilaterales
deben entenderse una de las expresiones (indirectas) de la lucha de clases a
nivel global. El caso de Rusia y China, y su área de influencia resultan ser
entonces una base consolidada desde la
que se proyecta el proceso de transformación
cualitativa que puede impulsar el todo social hacia una nueva determinación histórica. Estos ejemplos dan cuenta de la necesidad de
una teoría de la transición para efectos de visualizar los límites como
necesidad de replanteamiento categorial, a fin de develar los procesos
materiales que están listos para surgir, pero que presentan expresiones
incipientes[4]
Que Gorbachov y el Partido Comunista de la URSS no hayan logrado recomponer el proyecto soviético
para proseguir el camino revolucionario en las condiciones del S XXI como si lo
logró China es otra cuestión que no se puede abordar aquí, pero que está, indudablemente,
relacionada con la obsolescencia económica de un aparato productivo
sobredimensionado, que ante el
aislamiento por parte de un occidente capitalista, todavía con gran perspectiva
de desarrollo económico y político, no
pudo a su vez desarrollar la tecnología
para competir con el mismo, lo que llevó al desgaste de la autoridad de dicho partido frente a la
población del país y la burocratización de la dirigencia soviética. Todo ello producto asimismo de una historia de
ataques y aislamientos extraordinarios que sufrió la URSS, como nunca antes
país alguno en la historia, y otras
cuestiones propias de su historia revolucionaria que la obligaron a llevar el
peso principal de la resistencia al capitalismo y a asistir a los demás países
socialistas durante casi todo el S XX. En esas condiciones, y con las
traiciones internas y operaciones de inteligencia extranjera mediantes, la URSS
no pudo hacer la transición ordenada al “nuevo socialismo del siglo XXI” y cayó
presa de los programas neoliberales de
shock económico en las manos de Boris Yeltsin[5].
Pero esa mano que se
daban Deng y Gorbachov en ese punto bisagra de la historia puede muy bien
entenderse, simbólicamente, como la de dos corredores de un mismo equipo en medio de una competencia en la cual uno de ellos que se está rezagando por
el peso de su larga y esforzada carrera inicial le pasa al otro, que se adelanta,
“la posta” para llegar a la misma meta por la que ambos estaban corriendo.
Si esto se entiende así (como lo entendemos nosotros), no
estaríamos frente a ningún “fracaso” ni “colapso definitivo” del
socialismo y el comunismo, ni frente a ningún fin de su historia, sino a una
metamorfosis propia de su dinámica dialéctica
en la interrelación y
contradicción del propio socialismo con el devenir del mundo capitalista, en
momentos en que éste entraba (y sigue estando) en su última fase: financierista,
parasitaria y neoliberal. Es decir que China no solo sigue siendo un país socialista y marcha hacia las metas que según
el marxismo deben ser las propias de cualquier país gobernado por el partido
comunista, sino que, además, es la continuación (sin solución de continuidad)
más vigorosa aún y en mejores condiciones internacionales para el triunfo, de la imparable energía socialista y comunista
que tuvo su origen en los albores del
capitalismo consolidándose en la autoconciencia marxista en el S XIX y expandiéndose exponencialmente en el siglo
XX desde la Revolución de Octubre hacia todo el mundo con las experiencias de
la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas y la Gran Revolución China de
1949 que cambiaron el escenario global para siempre.
Este es nuestro punto de vista. Ya tratamos estas cuestiones
en otros trabajos[6]
El motivo de este “excursus” es dejar en claro, desde un
principio, el hecho de que, ateniéndonos
a estas hipótesis, la discusión sobre
la vigencia y validez o no del marxismo
como tal y, por lo tanto, de su significación política actual no tendría sentido en tanto esa
vigencia y validez estarían más que nunca
corroboradas por la realidad, por lo que no es necesario ningún
“renacimiento” ni ninguna “reconstrucción” o “reformulación” ni de ningún
“marxismo después del marxismo”, en clave distinta de lo que el mismo ha sido
históricamente en su “esencia”. Y por
supuesto queda igualmente en claro que
también serán totalmente distintas nuestras propuestas acerca de la actualización que debe tener el marxismo, como teoría dialéctica, frente a
las que parten de la visión del “fracaso soviético” (y por tanto del socialismo
realmente existente) que se habría visto corroborado por la desarticulación y
caída del mismo en 1990.
Pero antes de entrar a esta cuestión, que es la razón de
este trabajo, hagamos, previamente, una brevísima reseña de algunas de las
innumerables críticas que sufrieran el marxismo y/o sus logros desde las propias
posiciones marxistas o de izquierda radical por un lado y las ideas de aquellos
que, sin criticar el marxismo, consideraron que la experiencia soviética se
frustró incluso mucho antes de finales del siglo XX. No vamos a polemizar
aquí con ellas ya que el objetivo de
este trabajo, como se adelantó, es otro.
1 Criticas al marxismo desde el marxismo (o desde el
pensamiento de izquierda) antes de la Revolución de Octubre
Apenas constituido
como un corpus coherente y lógico de ideas,
que iban a tener el mayor impacto
teórico y práctico que una ideología ha
tenido en la historia de la humanidad, el marxismo empezó a recibir, desde
dentro del propio espectro de pensadores con pretensiones revolucionarias, criticas como “puro” marxismo teórico es decir
como marxismo antes del hecho puntual trascendental de la Revolución Rusa de octubre de 1917,
aunque esta “pureza” teórica nunca se
dio, ni se podía dar, en la realidad por
cuanto se trata de ideas revolucionarias es decir que nacieron con y para la
para la praxis [7]. Algunas
de estas críticas obtuvieron respuestas del propio Marx.
Ya en el marco de la Primera internacional, Marx había
debatido con Mijaíl Bakunin (1814-1876), alrededor de 1869, en torno a la idea de este último acerca de que
el marxismo llevaría inevitablemente a
la creación de una nueva clase dominante — la burocracia del partido. Bakunin se oponía a la dictadura del
proletariado y al papel del Estado en la transición al socialismo.
Pierre-Joseph Proudhon (1809–1865) a cuya crítica Marx
dedicó su famosa “Miseria de la Filosofía”, pensaba que la concepción marxista de la lucha
de clases y de la abolición del mercado era autoritaria e irrealizable.
Proponía formas de socialismo no estatista ni centralizado.
Los anarquistas fueron
los primeros grandes críticos del marxismo desde posiciones radicales.[8]
Por su parte Eduard
Bernstein (1850–1932), autor de “Las premisas del socialismo y las tareas de la
socialdemocracia” (1899), criticó el marxismo desde puntos de vista
economicistas y deterministas afirmando que la historia no sigue leyes inevitables. Propuso
el revisionismo: lograr el socialismo mediante reformas democráticas, no
revolucionarias. Su pensamiento se reflejaba en la sentencia acerca de que "el movimiento lo es todo, el fin no es
nada." Paradójicamente fue alguien que considerándose
“marxista” afirmó que la teoría marxista de la revolución era errónea. Terminó
negando el marxismo por considerarlo
materialista, reduccionista e incapaz de explicar la complejidad del espíritu y
la cultura.
2) Críticas desde el marxismo a la Revolución de Octubre
de 1917
Con la Revolución de 1917 en Rusia no aparecieron significativas críticas al
marxismo como tal desde dentro del
marxismo. Mal podría haber sido así teniendo
en cuenta la euforia que se vivía en los círculos de izquierda al calor del
evento revolucionario. Sin embargo sí hubo, a contracorriente de esta euforia
dos críticas significativas que, salvaguardando el marxismo, impugnaron la Revolución. Entre los marxista
que criticaron a la Revolución Rusa
salvaguardando la vigencia y verdad del marxismo podríamos mencionar a Karl
Kautsky (1854-1938) originalmente ortodoxo marxista, y crítico de Berstein. Después
de 1917 criticó fuertemente a Lenin y a los bolcheviques, diciendo que la
revolución había instaurado una dictadura que traicionaba el espíritu del
marxismo en su trabajo “La dictadura del proletariado” (1918) afirmó que
"el bolchevismo no ha sido un desarrollo del marxismo, sino una negación
de sus principios democráticos."
También Rosa Luxemburgo (1871-1919) estuvo, en un principio,
en desacuerdo con los métodos de Lenin.
Aunque no rechazaba la Revolución Rusa en sí misma, criticó el “camino autoritario” que estaba tomando.
Defendió el control democrático de las masas, no el gobierno de un partido
único. "Sin elecciones generales, sin libertad de prensa y de reunión
ilimitada, sin libre lucha de opiniones, la vida se extingue en todas las
instituciones públicas, se convierte en una simulación de vida ("La
Revolución Rusa” -1918). Debe reconocerse
en este caso en honor a la gran revolucionaria polaco-alemana que Luxemburg finaliza
reconociendo la importancia de la Revolución y del papel que en ella jugaban
Lenin y Trotsky.
3) La defensa del
marxismo y la Revolución y la crítica del estalinismo
A partir del “estalinismo”
en la Unión Soviética (1926/28 circa) tampoco surgieron, desde el
marxismo, críticas al marxismo como teoría revolucionaria en sí misma, ni a la Revolución de Octubre
como gran hecho revolucionario, pero si a la URSS gobernada por Stalin considerándola la “derrota” de la Revolución particularmente por la “traición y burocratización”
de sus dirigentes. Debe hacerse
inevitable referencia al principal detractor de Stalin y el estalinismo, pero
defensor del marxismo y de la Revolución
de Octubre, como fue el caso León
Trotsky (1879–1940) miembro destacado del grupo bolchevique que llevó
precisamente a cabo la propia Revolución. Sostuvo que la degeneración
de la URSS se debió a la burocratización, no al marxismo ni a la revolución.
Denunció la traición del proyecto original por parte de Stalin. En su obra “La
revolución traicionada” (1936) sostuvo que "La dictadura de Stalin no es
la continuación del bolchevismo, sino su negación." Trotsky fue el
arquetipo del marxista que defiende la revolución pero denuncia su traición.
En ese camino Ernest Mandel (1923–1995), teórico trotskista
belga, defendió la Revolución de 1917 como legítima y emancipadora pero vio al
estalinismo y a la URSS como una degeneración política. Explicó la “degeneración”
de la URSS como una reacción a su aislamiento internacional, sumado al ascenso
de una casta burocrática: la burocracia (El significado de la Segunda
Revolución Rusa).
Dentro de las corrientes trotskistas hemos de mencionar unos pocos como Alan Woods (británico, dirigente de la
Corriente Marxista Internacional), Michael Roberts (economista marxista), Pierre
Rousset y Daniel Bensaïd (marxistas franceses del NPA o LCR). Defendieron 1917
como un momento necesario y emancipador y consideraron que la degeneración del
proceso revolucionario se debió a la burocracia estalinista, la guerra civil,
el aislamiento internacional, y errores políticos. En nuestro medio Nahuel
Moreno (Hugo Miguel Bressano 1924-1987).
Herbert Marcuse (1898-1979.Fue muy crítico de la URSS,
considerándola una sociedad burocrática y represiva que había traicionado el
potencial emancipador del marxismo.
Hal Draper (1909–1990)
Diferencia entre "marxismo de abajo" (poder desde las masas) y
"marxismo de arriba" (partido autoritario).Consideró que la Revolución
fue buena, pero el bolchevismo cayó rápidamente en el segundo tipo. Paul Le Blanc,
historiador marxista, defiende la revolución, pero cree que el partido
bolchevique no corrigió a tiempo su curso autoritario.Este enfoque sigue vivo
hoy en muchos sectores de la izquierda marxista, especialmente en el
trotskismo, el marxismo “democrático”, y algunas variantes del eco-socialismo
crítico[9]
También teóricos como Louis Althusser (1918-1990) estuvieron de alguna manera dentro de esta
posición.
4) Críticos de la Revolución y de la experiencia
soviética de “marxistas” que no fueron testigos de la caída de la misma en 1990
Hubo también un grupo de pensadores que defendió aspectos
del marxismo (análisis del capitalismo, lucha de clases, proyecto emancipador)
pero consideró que la Revolución Rusa de 1917, como toda la experiencia Soviética, tal como fue realizada
y desarrollada, fueron un error por sus métodos por su deriva autoritaria por
su reducción de la democracia.
Entre ellos Pannekoek y su concepción del comunismo de consejos. Anton Pannekoek
(1873-1960) defendía un marxismo de autogestión (comunismo de consejos).Se
opuso a la Revolución de Octubre por considerarla un golpe autoritario del
Partido. Consideraba que la revolución
debía constituir una auto-organización de las masas y no una toma
del poder por un partido. "El poder de los soviets fue anulado por el
aparato del partido; la revolución se convirtió en su opuesto”. Pannekoek
consideraba incorrecta la vía leninista desde su inicio.
También Karl Korsch
(1886-1961) que al principio apoyó la
revolución, luego terminó afirmando que la Revolución de 1917 fue prematura y mal
dirigida. Sostenía que el capitalismo ruso no estaba maduro para el socialismo,
por lo que el intento sólo podía degenerar.
En el sedicente “marxismo socialdemócrata” (corriente vinculada a la Segunda
Internacional, con profunda influencia de Berstein y Kautsky ), anterior a su deriva neoliberal, también se sostenía explícitamente que la Revolución Rusa fue un
error desde el principio; era un camino equivocado; se debía buscar una
transición democrática y por supuesto criticaron también la experiencia
soviética.
5) El Marxismo desde el Marxismo antes y después del 1990
Finalmente, autores
marxistas pertenecientes al llamado “marxismo occidental”, como Perry Anderson
y otros como Fredric Jameson y Alain Badiou también han terminado afirmando,
particularmente después de 1990, que adherían a la Revolución Bolchevique, desde distintos
puntos de vista, repudiando el proceso soviético y planteando una defensa del
marxismo pero con reinterpretaciones (geopolíticas, culturales y como acontecimiento ontológico)
En el caso de Anderson en artículos como “Renewals” (New
Left Review, 2000) afirma que el marxismo sufrió una derrota histórica
estratégica principalmente por el colapso de la URRS y el retroceso de la izquierda europea aunque
termina sosteniendo el valor del marxismo como herramienta crítica e historiográfica
pero no como una guía para la acción.
Fredric Jameson por su parte acepta la validez del marxismo
pero desde una aproximación cultural al concepto afirmando que la utopía no es un proyecto
político inmediato, sino una necesidad estructural del pensamiento crítico.
Badiou por el contrario acepta el marxismo como guía para la
acción pero propone reinventar el comunismo como evento y rechaza la idea de
que la historia tenga una lógica interna necesaria como una idea de progreso
histórico inevitable hacia el comunismo.
Una influencia
importante tuvo en este sentido el llamado “marxismo analítico” de Gerald Cohen y otros que negaron todo el
proceso revolucionario soviético incluida la Revolución (y el leninismo) por
considerar todo ello como expresión del totalitarismo pero reformularon el
marxismo como teoría del desarrollo tecnológico.
Estos autores tienen la particularidad de que han criticado, “desde el marxismo”, al propio
marxismo y/o a la revolución y/o la experiencia soviética antes y después de la caída de la Unión Soviética
en 1990 con reinterpretaciones propias del significado del concepto, lo que contribuyó a abrir las puertas a los
planteos de un “marxismo después del marxismo”. El debate contra este tipo de
afirmaciones es como se adelantara el propósito de este artículo.
La defensa de la experiencia soviética desde el marxismo
y el antiimperialismo
Fuera ya de la anterior enumeración de críticos ya sea del
marxismo, de la Revolución, del estalinismo y del proceso soviético antes y después
de cada uno de estos acontecimientos no queremos dejar pasar la ocasión para mencionar a algunos destacados teóricos que han defendido y defienden no solo el marxismo
y la Revolución de Octubre sino también la experiencia soviética y del “socialismo
real” entre ellos:
Carlos Martínez
(marxista-leninista británico, Friends of Socialist China) defiende la experiencia soviética afirmando que fue
una gran victoria de la humanidad. Reconoce errores (especialmente
burocratización), pero dice que el balance fue positivo. Critica la
"leyenda negra" anticomunista sobre la URSS. También defiende el papel de China como construcción
socialista adaptada a su contexto. Apoya la alianza de Estados soberanos anti-hegemonistas.
Sostiene que la multipolaridad es un paso progresivo frente al imperialismo
estadounidense, con apoyo fuerte a China
y defensa geopolítica de Rusia.
Ben Norton (Geopolitical Economy Report) afirma que la caída de la URSS fue una catástrofe global
ya que a partir de ella aumentó pobreza y desigualdad. La experiencia soviética
fue, en su balance, positiva, con logros sociales y económicos innegables.
Defiende a China, Rusia, Irán y Venezuela como partes de un bloque
antiimperialista. Denuncia la hipocresía occidental sobre derechos humanos y
propone una alianza multipolar para frenar el “imperialismo” de EE. UU. y de la
OTAN.
Para Radhika Desai (Profesora marxista, Geopolitical Economy
Research Group, Canadá) la experiencia soviética no solo no fue un fracaso sino
que representó un avance del socialismo
y la soberanía nacional. La caída se debió a una combinación de traición
interna y presión imperialista. Reivindica muchos aspectos de la economía
planificada soviética. Defiende la construcción multipolar, con un bloque de
Estados soberanos frente al imperialismo occidental. Apoya el rol de China como
motor del nuevo orden mundial. Ve a Rusia, Irán, Venezuela como actores
progresivos en la geopolítica actual. Su posición es una de las más articuladas
en el actual “neo-campismo” académico.
Vijay Prashad ( Marxista -Instituto Tricontinental)
Reivindica la historia soviética como fundamental para las luchas
anticoloniales. Reconoce errores, pero dice que fue un proyecto revolucionario
histórico que abrió caminos emancipatorios. Defiende un nuevo no-alineamiento y
un mundo multipolar. Apoya la defensa de China, Rusia, Irán, Venezuela y Cuba
frente a los intentos de desestabilización occidental. Promueve la solidaridad
con los procesos soberanistas del Sur Global.
Finalmente en The
Grayzone , Max Blumenthal, Aaron Maté ( antiimperialistas) y otros no suelen
teorizar mucho sobre la URSS, pero rechazan la demonización de la historia
soviética. Tienden a ver la caída de la URSS como una derrota para el
movimiento antiimperialista global y
plantean un apoyo fuerte a Rusia frente a la OTAN y la defensa de China frente
a la guerra híbrida de EE. UU. También el apoyo a Irán, Venezuela, Siria como
Estados que resisten el hegemonismo occidental.
“Marxismo después del Marxismo”
En “Políticas de la Memoria
n° 10/ 11/12, verano 2011-12” en un artículo denominado precisamente, “El
marxismo después del marxismo”, Ariel Petruccelli aborda el análisis de una
polémica entre Horacio Tarcus y Elías
Palti (2008) disparada por una carta de Oscar del Barco en la revista la
Intemperie (2004).
Tarcus, en su respuesta a Del Barco había escrito
textualmente “No, no estamos en el punto de partida, puesto que el nuevo
humanismo después del momento de la violencia revolucionaria, ha perdido la
inocencia. Prosigue su lucha pero con beneficio de inventario” (cita en el artículo de Petruccelli).
Esta afirmación de Tarcus
como otras de su artículo fue a su vez
criticada por Palti como de medio camino (Tarcus se quedó corto) en tanto que la cuestión no era acerca de la validez
instrumental de los medios sino profundamente conceptual, es decir que Palti cuestionaba directamente la
entera cultura de izquierdas, es decir, a la validez misma del marxismo.
Tarcus, a su vez, en un extenso artículo, habría replicado pero
no simplemente a esta crítica sino a todo el pensamiento de Palti sobre el
asunto condensado en su libro “Verdades y saberes del marxismo” en el que habría
desarrollado: “un análisis deconstructivo del marxismo, cuyos fundamentos se
declaran destrozados”. No nos detendremos
en los comentarios de las primeras páginas del artículo de Petruccelli
sobre el marxismo como verdad o como saber o en las alusiones a los
pensamientos de Nahuel Moreno, Ernst
Mandel o Perry Anderson ni a la cuestión de si “cada avance de la clase obrera es también un avance de la revolución
socialista” cuestión que además parece planteada en términos demasiado
esquemáticos.
Pero partir de este punto Petruccelli pasa a hablar en primera persona y a discutir con las ideas
de Palti.
Tampoco vamos aquí a
hacer referencia literal a los argumentos de ambos para no extender este
artículo y sobre todo para no seguir en el laberinto de quien dijo que cosa ya
que no se trata en el caso de un ejercicio de exégesis sino de un debate ideológico.
Trataremos en cambio de enunciar algunos
puntos de esta crítica de Petruccelli a Palti (contenido fundamental del artículo de
Petruccelli).
En general las preguntas surgen de afirmaciones de Palti en su ensayo “Verdades y saberes…” y algunos
trabajos anteriores y Petruccelli
contesta a cada una de ellas con interesantes
(aunque para nosotros en muchos casos incompletas o inexactas)
conclusiones.
Antes de abordar los interrogantes a los que nos referimos debe volver a decirse que, según nuestro punto
de vista, lo que sobrevuela a los mismos
es la convicción de que con la implosión soviética y de gran parte del “campo
socialista” en 1989/92 no solo habría fracasado la experiencia práctica del socialismo sino
que, con ello, también quedaría invalidada
en sus fundamentos la teoría marxista (Palti); o que la Revolución fue
un gran acontecimiento político marxista
pero su continuidad en la experiencia soviética y la final implosión de
esta corroborarían la necesidad de una refundación de un “nuevo” marxismo (
Petruccelli).
Insistimos en que si
esto no se considerara de estas maneras muchos, sino todos, los interrogantes que habremos de abordar carecerían
de sentido.
Una primera cuestión que queda planteada es la de: ¿si el
marxismo se reveló (supuestamente) inútil como herramienta para transformar la
realidad, (lo que obligaría a admitir que toda su teoría estaba
errada, cuestionándose sobre toda la “subjetividad militante) se puede seguir siendo marxista aunque la revolución “haya fracasado”?
Pregunta que tiende a relativizarse arrojándose argumentos acerca de que, sí se justificaría ser marxista y
revolucionario aún en esas circunstancias en tanto nunca se puede estar seguro
si el fracaso es definitivo. Y también se
da como ejemplo el que las dificultades para pasar del diagnóstico social a la
propuesta de soluciones viables es
omnipresente en las ciencias sociales y también se afirma que, aun considerando la derrota como
definitiva, el argumento de “seamos
realista luchemos por lo imposible”, escrito
en las paredes parisinas del mayo del 68, justificaría el seguir
luchando por los objetivos planteados por el marxismo para logar al menos algo.
En términos generales nuestra respuesta a estas cuestiones
debe ser negativa. La concepción de una derrota definitiva la revolución o su postergación sine die a la espera de
algún “acontecimiento” futuro impredecible
por el momento, que implicaría también una sinrazón retrospectiva en tanto camino errado hacia la frustración y
dejaría al alzamiento de la Comuna, a la Revolución de Octubre y a la Revolución
china del 49 e incluso a la Cubana del 59 como
espasmos del proceso hacia el fracaso
que habrían tenido corta vida para después caer o degenerar en algo que
no puede ser llamado socialismo , impediría seguir siendo marxista y no
justificaría una subjetividad y una praxis militante desde esa ideología. Y ello debería ser así dado que, si una ideología (una teoría y una
práctica auto-conscientes) que nació hace 150 años atrás prometiendo cambios
existenciales para la humanidad, no
habría logrado mostrar más que por muy breves períodos de tiempo [10]
alzamientos revolucionarios que no pudieron consolidarse y desbarrancaron de
distintas maneras y luego de menores o mayores plazos de duración, la imposibilidad de realización plena del
proyecto socialista sería evidente y el
empecinamiento por seguir proponiéndola sería no más que eso, un empecinamiento
irracional. En cuanto a alguna “salida a
medias” como la de seguir luchando desde una “visión marxista” aunque se
sepa que el socialismo no va a ocurrir para sustentar algunos
ideales propios del marxismo como los de
igualdad, libertad y solidaridad[11],
( como el cura de Unamuno que habiendo perdido la fe en dios seguía predicando
la religión católica porque creía que era lo mejor para todos[12])
tampoco tendría sentido ya que, en ese caso, aludir a la palabra
“marxismo” sería aprovecharse de la fuerza ideológica del término, sesgando
arbitrariamente su contenido, y dando oportunidad a criticas implacables que
confundirían aún más acerca de la cuestión. Una actitud intelectualmente
honesta debería especificar claramente
cuál es la matriz ideológica, filosófica, política y económica de la propuesta (como por ejemplo un “aggiornamiento” de los ideales de la
ilustración reconociendo que no se trata
de un planteo socialista ni mucho menos marxista y que tampoco se está
proponiendo una salida clara del capitalismo).
También es inaceptable la sugerencia de Petruccelli de que
aun convencido de que el marxismo es imposible
por siempre jamás “Nuestro marxista podría abandonar la lucha por
modificar la sociedad global pero intentar establecer islas de socialismo a pequeña escala” (pag 7)
En relación a todo ello surge evidente la cuestión señalada
anteriormente en cuanto a que lo definitorio en este sentido es si se considera
al proceso del “socialismo realmente existente” in totum, es decir a la Revolución
de Octubre y las otras que surgieron a su abrigo en el siglo XX, como productos reales de
largas luchas plebeyas y obreras y como
triunfos reales del marxismo constituyendo experiencia socialista de la Unión
Soviética de más de 70 años y las que la acompañaron, especialmente la china,
como grandes y necesarios avances del socialismo que cambiaron el mundo y dejaron un legado
tremendamente vital que permite hoy marchar hacia la transición definitiva al comunismo en todo el globo terrestre[13],
o si, todo ello se echa por la borda y
se reconocen solo como expresión de marxismo los momentos de levantamientos
populares y de guerras revolucionarias (incluida la Revolución de Octubre) como
testimonios de heroísmo, abnegación y superioridad moral de sus actores pero
posteriormente frustrados o desviados.
En este último caso se estaría hablando de un “marxismo
perdedor” totalmente debilitado y deslegitimado por lo que volvemos a la
afirmación inicial de que no se
justificaría en modo alguno pretender continuar siendo marxista o sujeto de una
práctica marxista verdaderamente revolucionaria, ya que de pretender seguir la lucha política y
social desde esa posición se estaría
luchando precisamente en el marco de un “marxismo después del marxismo” o de un
“marxismo a mitad de camino”, lo que constituye una contradicción en los
términos. Implicaría aceptar una lucha
pretendidamente revolucionaria pero
llevada adelante, en concreto, desde la
perspectiva de una clase solo “en sí
misma”, que lucha por reivindicaciones particulares dentro el marco del capitalismo sin propuesta creíble
de posibilidad de cambio de sistema (es decir voluntarismo puro) o, peor aún, sería una resistencia al poder por la resistencia misma
sin importar objetivos ni consecuencias y pretender seguir siendo marxistas.
En este sentido se
terminaría coincidiendo con el posestructuralismo y el posmodernismo que reniegan
explícitamente del marxismo a partir de
reemplazar la teoría profunda revolucionaria por epistemologías y técnicas de acción totalmente limitadas. No
se puede luchar realmente por una revolución socialista solo con “cajas de
herramientas” epistemológicas”, “genealogías” fragmentadas, “deconstrucciones”
lingüísticas o lógicas de las “identidades colectivas”. La
diferencia está en que estas últimas
“teorías” declaman que para ellas el marxismo “ha muerto” con lo que en su
error histórico político tremendo aún
mantienen la coherencia teórica.
La siguiente cuestión que identificamos en este debate que
estamos analizando, encadenada con la anterior es la que deja en pie la pregunta
acerca de si el verdadero marxismo plantea el advenimiento del comunismo como
algo inevitable o si existe algún grado
de contingencia como la aparentemente introducida por la consigna de
Engels-Luxemburgo “Socialismo o Barbarie” y que según Palti (según Petruccelli)
también habría introducido Trotsky.
Este debate tiene como eco de fondo indirecto, como se
advertirá, la cuestión del determinismo económico de la base hacia la
superestructura que supuestamente surge del famoso prólogo de Marx a la “Introducción
a la Crítica de la Economía Política de 1857 interpretada binariamente y a
partir de un entendimiento erróneo del término “determinar”, por parte de
muchos marxista y, especialmente desde el althusserianismo con su recurso a la
“determinación en última instancia” y
desde el trotskismo (particularmente el de Nahuel Moreno) en
cuanto a la primacía (también en última instancia) de la lucha de clases.
Hemos sostenido en otros espacios que, ni el determinismo lineal (causa y
efecto) ni el determinismo “en última
instancia” de ninguno de los términos sobre otro dentro de la dinámica
del modo de producción planteada por Marx en el prólogo y otros lugares
de su obra constituyen una interpretación correcta de lo que dijo su autor,
quien, por ser hegeliano (y materialista), ha usado el término “determinar”
como parte de la ecuación dialéctica de afirmación (fuerzas productivas),
negación (relaciones de producción) y negación de la negación (superestructura
–lucha de clases), lo que de ninguna manera
implica primacía de ningún tipo, ni siquiera interrelación ni
co-determinación sino el “aufhebung” (superar conservando) hegeliano en el que los tres términos se
refieren a momentos de una unidad en la que unos se contienen en otros. Dicho en otros términos tanto las
fuerzas productivas, como las relaciones de producción, como la superestructura
y la lucha de clases son ni más ni menos que personas, seres humanos que trabajan se relacionan y luchan (son
parte de instituciones o atacan esas instituciones) y todo ello al mismo tiempo
y en un mismo esfuerzo. Y lo son en un sentido objetivo y subjetivo a la vez
condensado todo ello en la praxis.
“Las clases sociales, definidas a partir del modo de
producción, no forman parte de una realidad estática, sino de totalidades
orgánicas en movimiento que se nutren de su propia fuerza; es decir, de
estructuras que son al mismo tiempo procesos, y que nunca se va a encontrar
expresiones “puras” de los fenómenos. Por el contrario, siempre se encontrarán
expresiones de distintos intereses sociales, que irán desde lo local hasta lo
global y variarán dependiendo el sector económico, y, por supuesto, del tipo de
sujeto productivo que derive de las distintas relaciones sociales de producción
que se desarrollen… Vale la pena recordar que, para Marx, el método se
encuentra imbricado con la realidad misma, por lo que hablar en términos
“puros” de la lógica que lo anima queda relegado a un segundo plano de aquí que
la famosa introducción del 57 quedara incompleta)”[14]
Dicho esto, y refiriéndonos directamente a la cuestión
planteada, desde nuestro punto de vista
y en el mismo sentido en que venimos argumentando, si no se considera como
inevitables el proceso revolucionario (en la forma que adquiera la lucha de
clases en el momento concreto) y el surgimiento a partir de ello de las
condiciones para la construcción del socialismo y el comunismo en el que ese proceso terminará, también inevitablemente, desembocado en ello,
creado por la lucha del sujeto histórico
en todo el mundo, la propia lucha de
clases y la militancia revolucionaria, como tales, se ven profundamente
afectados y terminan perdiéndose en el posibilismo o en conceptos vacíos de
sentido.
La lucha militante no se apoya nunca en la desesperación del
“puedo luchar pero eso no asegura que el socialismo vaya a ser realidad alguna
vez”. La mínima duda sobre el advenimiento inevitable del socialismo, por un
lado, mella la energía militante pero, además y
principalmente (para no quedarnos
en el mero instrumentalismo) esa duda, si se entiende lo que venimos planteando sobre la
vitalidad, hoy mayor que nunca, del
proceso socialista mundial, no tiene bases reales. Respecto del pensamiento de
Marx sobre esta cuestión nos dice Hobsbawm: “Por supuesto es posible e incluso relativamente fácil
formular una defensa histórica más modesta de la necesidad o tal vez la
inevitabilidad del paso del capitalismo
al socialismo, pero entonces perderíamos dos cosas que eran importantes para
Karl Marx y desde luego para sus seguidores (incluido yo): a) la
sensación de que el triunfo del socialismo es el final lógico de toda la
evolución histórica hasta la fecha ; y b) la sensación de que señala el final
de la ‘prehistoria’ por cuanto no puede y no quiere ser una sociedad
antagónica.”[15]
Y, agregaríamos nosotros, que la importancia de esas “sensaciones” tiene que
ver con la eficacia del discurso revolucionario para la praxis revolucionaria
que al fin y al cabo para el marxismo es el único criterio de verdad. Es decir
que la inevitabilidad no es solo desde el punto de vista subjetivo sino que es
objetivamente cierta o mejor dicho de la
contradicción dentro de la unidad
objetivo –subjetiva emerge una praxis necesaria y un triunfo final inevitable.
Esto es rechazado por
quienes teorizan desde “el marxismo después del marxismo” en tanto que también sobrevuela aquí el enfoque derrotista acerca de que el marxismo y el socialismo no habrían logrado
hasta ahora expresarse en ninguna experiencia de poder político con sustentabilidad
y escala como para ser consideradas antecedentes históricos del camino al
socialismo y de que las principales experiencias de levantamientos
revolucionarios habrían terminado en muchos,
sino en todos, los casos en terribles degeneraciones político-sociales.
Por otra parte esta posición se
contrapone al entendimiento de la historia como sistema es decir al concepto de totalidad, de orden
hegeliano, presente profundamente en la concepción marxista.
Insistimos en que si
se tuviera en cuenta, en cambio, como debe ser, que la impresionante energía
del socialismo viene transformando el mundo desde las primeras luchas
campesinas y plebeyas desde el mismo advenir del capitalismo, que exasperaron a
la burguesía mundial llevándola a terribles enfrentamientos bélicos, luchas que se continuaron en extraordinarios triunfos
y construcciones sociales que erradicaron por primera vez totalmente la pobreza
en los marcos nacionales de países
subdesarrollados como lo eran Rusia y China, garantizando salud y educación a
toda la población sin exclusiones eliminando el analfabetismo y reduciendo
a mínimos relativos la mortalidad infantil y llegando al pleno empleo,(con lo que forzaron al mismo capitalismo a ensayar los
estados de bienestar del S XX, para poder
sostener la lucha ideológica) y que permitieron el despliegue de luchas por la liberación nacional y social
en todo el mundo subdesarrollado, y se tuviera en cuenta además que como
producto de toda esa energía revolucionaria acumulada se encuentra hoy el
capitalismo en una crisis terminal y despuntan proyectos alternativos de claro
corte socialista ( en los términos del tránsito a una nueva era), no solo no aparecería como utópica o inalcanzable la
realidad del socialismo y el comunismo sino que
no habría siquiera lugar para entrar en el terreno de la
contingencia.
Otra cosa es afirmar que el camino al socialismo está garantizado
o es posible de alguna manera sin lucha de clases. Pero ya hemos adelantado que
esa determinación histórica que muchos quieren, en contra del pensamiento de
Marx, reducir a la determinación económica, se refiere, en realidad y como síntesis de la
ecuación lógico dialéctica de: fuerzas productivas-relaciones de
producción-superestructura, a la inevitabilidad de la lucha de clases que ha de llevar, también inevitablemente, al
socialismo y al comunismo ( cuyo surgimiento y desarrollo en este sentido si estarían mediatamente
determinados por esa lucha.) Insistimos, no estamos hablando de una determinación
(inevitabilidad) solo objetiva sino de una que surge de la unidad y la
contradicción de lo objetivo con lo
subjetivo.
Nuevamente entonces:
la “determinación” del prólogo y de otras partes del plexo marxista es, como ya
dijimos una determinación dialéctica.
La superestructura en la que se
despliega la lucha de clases no es más que uno de los términos de la unidad formada por la
afirmación la negación y la negación de la negación (que no implica ninguna
linealidad sino un movimiento permanente en forma de espiral), y todos los
elementos que ella expresa
particularmente la lucha de clases son igualmente de necesarios en
términos históricos (unidad de los objetivo y lo subjetivo). En concreto ello significa que el socialismo es inevitable porque también,
y particularmente, es inevitable la
lucha por socialismo hasta su conquista.
Dialéctica hegeliano-marxista pura.
Al fin y al cabo
según el Manifiesto Comunista “La historia de todas las sociedades hasta el
presente es la historia de la lucha clases”.
Para que esta conclusión sea completa debe abordarse
(también desde la dialéctica del materialismo histórico) la cuestión del sujeto histórico y la lucha de
clases sobre lo que ya algo adelantáramos al comienzo de este artículo. Creemos
haberlo hecho con suficiencia en nuestro “El Sujeto Histórico en la
Globalización”[16] en
donde defendemos la tesis de que el sujeto histórico revolucionario se forma ya en los albores
revolucionarios con las luchas campesinas que
prosiguen con las luchas obreras del siglo XIX y luego ya en una
expresión más compleja pero que no altera su naturaleza, como la alianza de los
gobiernos de la clase obrera del campo socialistas articulando con los
movimientos de liberación nacional y las luchas de la clase obrera de los países
industrializados y, finalmente hoy, en una síntesis de los momentos anteriores
adquiere formas propias de enfrentamiento al capitalismo de fase final
preparando la transición efectiva hacia el socialismo mundial. En este sentido
la explosión económico-política del fenómeno de una China guiada por su partido
comunista y su tremenda repercusión a
nivel global que está suponiendo un reacomodamiento de placas tectónicas en el
proceso histórico de la humanidad, más la articulación con otros países sobre todo
de los llamados “subdesarrollados y las
luchas populares que se hallan en sintonía con este proceso es un dato
contundente sobre la vigencia de la subjetividad revolucionaria y su expresión
en nuevas y distintas formas que empiezan a verse como el “arribo a la meta” en
aquella carrera en la que uno de los corredores le pasó su posta (energía
revolucionaria) al otro, que mencionáramos al principio.
Inevitabilidad
En cuanto a la contingencia Petruccelli remite a Merleau
Ponty y a una referencia de este a Hegel (sacada de contexto) para sustentar su
afirmación acerca de que “Es un pensamiento
que reivindica la acción, la militancia, la apuesta política, asumiendo
la existencia irreductible de la contingencia, lo imprevisto y la ignorancia
sobre el futuro. El tipo de pensamiento, precisamente, que debería, ser la base
de una subjetividad militante una vez que se asume que no hay leyes de la
historia que nos conduzcan ineludiblemente a ningún sitio; y que todo objetivo
político debe ser defendido simultáneamente en el campo realista de su posibilidad y en
el terreno ético de su deseabilidad”
(pag 10)
Al respecto cabe decir que Hegel si bien no habla de
predictibilidades, sobre todo por eso de que “El búho de Minerva alza su vuelo
en el crepúsculo” para el inmenso pensador suavo, desde el punto de vista del
concepto (Begriff), el Absoluto se realiza necesariamente. El espíritu no puede
no buscar su autoconocimiento, es su esencia Es un proceso teleológico y
necesario en el plano de la idea: El Espíritu se realiza en el tiempo como
autoconciencia libre (Fenomenología del Espíritu y otros trabajos).
Pero ya para Marx, que desde
el materialismo supera el idealismo del concepto y el Absoluto, la
inevitabilidad es empírica, como lo deja
en claro en varios pasajes del Manifiesto (…la burguesía…produce ante todo sus
propios sepultureros. Su hundimiento y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables) [17]
pero también se refleja en toda su obra[18].
Insistimos en que la inevitabilidad para el marxismo
consiste en que los seres humanos trabajando, desarrollando la ciencia y la
técnica, relacionándose productivamente entre ellos y desplegando la lucha de
clase, cosas que harán inevitablemente, también inevitablemente llegarán a la
transformación mundial definitiva del capitalismo y de toda la era de la
violencia y dominación del hombre por el hombre para pasar a la construcción
del socialismo y el comunismo a nivel global.
Ahora bien si por contingencia
se concibe la posibilidad de que un asteroide gigante , una eclosión
solar o cualquier otro cataclismo no previsto que nos regale el universo infinito, o cualquier otro evento que no
dependa del género humano y que escape totalmente a su control se produzca y evite el arribo de la humanidad al comunismo por
simple extinción del planeta, entonces
si estaríamos de acuerdo en que allí si juega la contradicción dialéctica
entre la determinación y la
contingencia, que tendría a la
posibilidad ( y no a la certeza) como síntesis.
Una vez más, no hablamos de inevitabilidad como fuerza
mágica o destino divino sino como una realidad que podemos conocer a partir de
la ciencia marxista y del materialismo histórico, que por eso mismo tienen
status científico en el marco de las ciencias sociales y que nos permiten ver el rumbo de la humanidad
desde sus orígenes y la potencia de la praxis humana como condiciones
“determinantes”.
En la carta a Joseph
Weydemeyer (de marzo de 1852) Marx se
expresa con claridad: “Lo que yo he aportado de nuevo a sido demostrar 1) que
la existencia de las clases solo va unida a determinadas fases históricas del
desarrollo de la producción 2) que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del
proletariado 3) que esta misma dictadura no es por si más que el tránsito hacia la evolución de todas
las clases y hacia una sociedad sin
clases”[19].
Actualizaciones del marxismo y del materialismo
histórico.
Como conclusión una breve referencia a aquello que sí
creemos necesario abordar en términos de una “actualización” del marxismo y del
materialismo histórico sin que por ello se incurra en el camino fatal de las
reinterpretaciones, reconstrucciones o
renacimientos como “marxismos después del marxismo”.
Si sobre muchas de las cosas que se han venido diciendo hasta ahora resuena el eco de la Tesis 11 (no solo contemplar o describir
sino transformar el mundo), la cuestión que ahora vamos a abordar es la de la dinámica interna del propio
marxismo es decir de aquellos
aspectos que deben actualizarse, cambiarse, desestimarse o agregarse, sin que la idea
central de la transformación inevitable
del mundo y del ser humano a
partir de la interrelación dialéctica
entre el desarrollo de las
fuerzas productivas y la lucha de clases,
en la forma que esta vaya adquiriendo, sea afectada. Resonaría aquí otra
conocida idea fundamental del marxismo,
expresada esta vez por Engels en su carta a Schmidt (1890) “La concepción
materialista de la historia tiene muchas veces enemigos que la presentan como
un esquema rígido, como un dogma. Pero esta concepción es una guía para el
estudio y la acción, no una llave mágica que lo resuelve todo de antemano”.
Ello tuvo sus réplicas en Lenin (El estado y la revolución), Trotsky
(La Revolución Permanente) y Mao (Sobre la contradicción) entre muchos
otros.
La idea es, por supuesto, solo dejar planteados aquí
interrogantes sobre diversas cuestiones
que merecerían según nuestro punto de vista ser materia de esas “actualizaciones” como culminación de
este trabajo y de ninguna manera
pretender hacer propuestas concretas definitivas[20]
Ya nos hemos referido a la cuestión del determinismo histórico
lineal y mecánico que más que una actualización lo que ha
exigido es un correcta interpretación
desde el pensamiento efectivamente materialista y dialéctico. Es cierto
que lo que hizo más imprescindible el esfuerzo de interpretación fue la
deformación sobre el tema proveniente
de varios autores de la “Academia de Ciencias de la Unión Soviética” pero ello es materia de la historiografía teórica sobre el marxismo de la que no nos vamos a
hacer cargo, al menos aquí.
De todos modos tales concepciones derramaron
interpretaciones positivistas e incluso
estructuralistas sobre cuestiones como
la relación entre fuerzas productiva relaciones de producción superestructura y
lucha de clases y además sobre la
linealidad histórica de la sucesión de los modos de producción y su reducción a los cuatro tipos mencionado
en el citado prólogo a la Contribución a la Crítica de la Economía Política.
Pero también lo hicieron especialmente
sobre la cuestión de las etapas históricas y su sucesión como fases “superiores”.
Sobre todo la cuestión de una interpretación dialéctica de todo ello que dé
respuesta real y contundente a las
críticas que desde la historiografía
burguesa se han multiplicado a partir del supuesto “fracaso del socialismo
real” y que pueda explicar el mundo actual, la tendencia histórica imparable
hacia el socialismo y en el marco de ello la realidad actual de la República
Popular China y del campo de alianzas y
asociaciones poderoso que se está configurando como alternativa a un
capitalismo decadente y en crisis.
Es preciso decir aquí que pretender en la nueva etapa de
capitalismo que estamos atravesando y en medio de la crisis civilizatoria de la
que nos habló Fidel, en la que vivimos, pretender que las
expresiones de socialismo a nivel de estados nacionales sean un calco o tengan
un parecido a lo que fue la Unión Soviética y el campo socialista y/o a las
guerras de liberación nacional de los países dependientes del imperialismo del
S XX, es no entender la dialéctica del
movimiento histórico que incluye a las manifestaciones del sujeto histórico y
su adaptación a cada etapa de la lucha de clases a nivel internacional y
nacional . Es decir sería una posición
dogmática que el marxismo repele.
Pero retomando la temática sobre la que veníamos hablando ,
nuevamente Hobsbawm: “Nos quedan entonces los problemas históricos específicos
acerca de la naturaleza y la sucesión de las formaciones socioeconómicas y los mecanismos de su evolución interna y su influencia recíproca son campos
donde el debate ha sido intenso … y en
algunos caso el avance con respecto a Marx ha sido impresionante. Asimismo
análisis recientes han confirmado la
brillantez y la profundidad del
pensamiento y la visión general de Marx
aunque también ha llamado la atención sobre las omisiones de su trabajo en
particular de los períodos pre-capitalistas”[21]
Nuestra propuesta in extenso la hemos desarrollado en “La
continuidad de la Historia…” y la estamos precisando en una futura publicación
sobre materialismo histórico pero no es posible reproducirla aquí. Solo diremos
que al análisis marxista original añadimos una división histórica superior
entre lo que hemos denominados “modos de
existencia” y también una distinta diferenciación entre los modos de producción,
las relaciones de producción (a lo que debe agregarse el concepto de modos de
acumulación- regulación en el que se expresan plenamente las luchas de clases)
que lleva a su vez a identificar tres etapas dentro del modo de producción
capitalista y tres modos distintos de acumulación –regulación dentro de ellas[22]
que a su vez desarrollamos en “Globalización tercera-y última- etapa del
Capitalismo”[23]
Como se puede apreciar no estamos hablando de ningún nuevo
marxismo o materialismo histórico sino de una extensión de los alcances de los
conceptos originales del marxismo y el materialismo histórico original[24]
El sentido de estas últimas líneas es el de instar a este tipo de debates desde
dentro del marxismo de siempre.
[1] A
propósito del artículo de Ariel Pettruccelli
en Políticas de la Memoria 2012
[2] Pantsov,
Alexander (con Steven Levine) “Deng Xiaoping. A revolutionary life” Oxford
University Press New York 2015 Pags 406 y ss.
[3]
Kissinger, Henry “China” Debate Buenos Aires 2012
[4] Para estas reflexiones nos hemos apoyado en Carolina
Hernández Calvario Oscar David Rojas
Silva “El método y la transición en Agustín Cueva” El ejercicio del pensar Número 27 • Junio
2022
[5] De
todos modos no se puede considerar una casualidad que desde el año 2000 cuando
Vladimir Putin accede al gobierno en Rusia y el país sale de la encerrona
neoliberal a la que lo condujera Yeltsin y buscara un destino autónomo, el Partido
Comunista de Rusia quedara como la segunda fuerza política del país y Rusia se fuera acercando más y más a la
República Popular China y se enfrentara más y más con la Alianza Atlántica
expresión militar del capitalismo global financierizado.
[6]
Ciafardini, Mariano “La continuidad de la historia. Explicación marxista del
fenómeno de la República Popular China” Ed. Luxemburg. Buenos Aires 2022
[7]
Marx y Engels son desde su juventud, a la par que teóricos, militantes políticos y piensan y escriben
desde dentro de las luchas obreras y populares de los años 40 del S XIX De
hecho el propio “Manifiesto” es redactado a pedido de una organización
revolucionaria como lo fue la Liga de los Comunistas.
[8]
Hubo por supuesto numerosas críticas al
marxismo desde posiciones antimarxistas
burguesas, sin pretensión revolucionaria
alguna, que cuestionaron su
validez “in totum” por ejemplo tempranos
críticos sistemáticos del marxismo en el
plano económico, antes de 1917,Eugen von Böhm-Bawerk (1851–1914) en Karl “Marx and the Close of His System”
(1896) que ya criticaba la teoría del
valor-trabajo de Marx diciendo que era
inconsistente porque el beneficio
no surgiría de la explotación del trabajo, por lo que la teoría marxista del
capital era un error lógico y empírico. Además uno de los críticos más influyentes
entre economistas liberales y neoclásicos Carl Menger (1840–1921), fundador de
la Escuela Austríaca (antecesora del actual neoliberalismo), aunque no se
refirió a Marx ni al marxismo defendió
la teoría subjetiva del valor, que era incompatible con la teoría del
valor-trabajo marxista. Wilhelm Dilthey
(1833–1911) afirmaba que el marxismo no
comprende adecuadamente el papel de la hermenéutica y de la subjetividad
histórica.
Max Weber (1864–1920), aunque respetaba a Marx como
pensador, negaba la validez de un materialismo histórico rígido. Sostenía que
los factores culturales (por ejemplo, la religión) son decisivos en la
historia. Su tesis sobre “La ética protestante y el espíritu del capitalismo”
(1905) pretendió oponerse al supuesto “determinismo económico”
marxista. Weber es probablemente el principal sociólogo que rechazaba la
validez del marxismo antes de 1917.
Por último, en
esta mención incompleta de detractores del marxismo anteriores a la revolución (o que no la tuvieron en
cuenta en sus análisis por haber
fallecido o dejado de escribir sobre el
tema cuando ésta recién empezaba), está
Vilfredo Pareto (1848–1923) quien afirmaba que el marxismo sobreestima el papel
del proletariado como clase universal. Sostenía que las élites siempre se
reproducirían, incluso bajo el socialismo.
[9] Por supuesto también hubo críticas al marxismo con posterioridad a la revolución
y coetáneas a su desarrollo como Unión Soviética e incluso habiéndose producido la revolución de la República Popular China
de 1949 de parte del anti-marxismo. Algunos de los más importantes de estos detractores
burgueses del marxismo desarrollaron sus argumentos desde mucho antes de que el
bloque soviético colapsara en 1991. Sin embargo, para los pocos de ellos que vivieron
ese momento, la caída de la URSS fue vista como una confirmación histórica de
las insuficiencias fundamentales que habían señalado durante décadas.
Desde la filosofía de la ciencia, Karl Popper
(1902-1994) criticó el marxismo, y particularmente al Materialismo Histórico,
por su pretensión de ser una teoría científica de la historia. En “La sociedad
abierta y sus enemigos”, Popper argumentó que el marxismo era una
pseudociencia, pues su estructura teórica le permitía reinterpretar cualquier
hecho histórico como compatible con su esquema, y por lo tanto no era “falsable”.
Según Popper, el marxismo representaba un pensamiento dogmático, resistente a
la crítica racional.
En un plano más ético y político, Isaiah Berlin (1909-
1997) sostuvo que el marxismo reducía la rica pluralidad de valores humanos a
un rígido determinismo económico. En su biografía crítica “Karl Marx: su vida y
su entorno”, Berlin advirtió que intentar encerrar la historia humana en leyes
supuestamente objetivas era una forma de empobrecimiento moral y filosófico.
Por su parte, Raymond Aron (1905-1983), en “El opio de
los intelectuales”, describió el marxismo como una nueva religión secular que
había capturado a buena parte de la “intelligentsia” del siglo XX. Para Aron,
la “supuesta ciencia marxista” encubría una fe revolucionaria que justificaba
el uso de la violencia política en nombre de una historia redentora.
Desde la economía, los críticos de la escuela
austríaca fueron de los más implacables con el marxismo.
Ludwig von Mises (1881-1973), en “Socialism”, señaló que sin un mercado libre y precios
reales, cualquier sistema de planificación central era económicamente inviable:
el socialismo no podía realizar un cálculo económico racional. Friedrich Hayek
(1899-1992), en “Camino de servidumbre”, advirtió que la planificación
socialista requería necesariamente una centralización del poder que destruiría
las libertades individuales. Además, mostró que los precios son portadores de
información dispersa que ninguna autoridad central puede reproducir.
Y desde la Política e historia tenemos a Kołakowski (1927-2009) y a Furet (1927-1997)
Desde el terreno filosófico-político, Leszek
Kołakowski, ex marxista, desarrolló en “Las principales corrientes del marxismo”,
la idea de que el marxismo contenía desde su origen un núcleo totalitario. La
combinación de determinismo histórico, filosofía de la necesidad y fe en la
redención universal predisponía al marxismo a justificar la opresión en nombre
del futuro.
François Furet, en “El pasado de una ilusión”,
profundizó esta crítica tras la caída del bloque soviético. Para Furet, el
marxismo había sido la más potente ilusión política del siglo XX, una religión
secular que condujo inevitablemente al terror. A diferencia de otros críticos,
Furet subrayó que el “fracaso” del comunismo no era un mero error de
aplicación, sino la consecuencia lógica de los supuestos filosóficos y
políticos del marxismo.
Finalmente desde la
Antropología y la Ética: Cassirer
(1874-1945) y Jaspers (1883-1969)
Desde la filosofía de la cultura, Ernst Cassirer
sostuvo en “El mito del Estado” que el marxismo reducía al ser humano a su
dimensión económica, olvidando su capacidad simbólica, creativa y moral. De
forma similar, Karl Jaspers, en “La cuestión de la culpa”, advirtió que la
concepción marxista de la historia como proceso necesario atentaba contra la
responsabilidad individual, abriendo la puerta a justificaciones morales del
crimen político
De estos autores, Hayek, Kołakowski y Furet sí
vivieron la caída de la Unión Soviética.
Hayek, aunque ya anciano, vio en la caída del bloque
soviético una confirmación de sus advertencias. En entrevistas de 1991 declaró
que el colapso del experimento socialista demostraba la imposibilidad de
planificar la economía moderna. Sin embargo, también advirtió que las ideas
colectivistas no desaparecerían fácilmente.
Kołakowski
escribió numerosos textos tras 1990 reafirmando que el marxismo había fracasado
no por desviaciones estalinistas, sino porque su propio núcleo filosófico
conducía a la opresión. En “El marxismo como historia de ilusiones” señaló que,
aunque el comunismo había caído, la tentación de nuevas ideologías totalitarias
permanecía.
Furet fue quizá quien más reflexionó sobre la caída de
la URSS desde el antimarxismo. En “El pasado de…” argumentó que la “muerte del
comunismo” mostraba el fracaso de todo intento de construir la historia sobre
una filosofía de la necesidad. A su juicio, el marxismo había sido una gran
ilusión trágica, que había marcado a fuego el siglo XX.
La caída del bloque soviético no sorprendió a quienes
habían desarrollado estas críticas. Para ellos, fue la confirmación de que
ninguna sociedad puede sustentarse sobre una visión determinista de la
historia, una concepción reduccionista del ser humano y una economía
centralmente planificada.
Sin embargo, como advirtieron Hayek, Kołakowski y
Furet, el final del comunismo no garantiza la desaparición de la “tentación
totalitaria”. Y en una demostración de su feroz anticomunismo instaron a La vigilancia intelectual y política que
según ellos sigue siendo necesaria,
precisamente porque las ilusiones de redención total tienen una poderosa
capacidad de regenerarse bajo nuevas formas.
Por último Toda las teorías “postmodernas” desde
Gastón Lyotard en adelante critican al marxismo “in totum” entre otras cosas por su “defecto” de gran relato y cuestionan
la temporalidad histórica de cualquier teoría.
.
[10] Comuna
72 días. Revolución de Octubre 5/6 años
hasta el advenimiento del poder estalinista {para Trotsky la revolución a
partir de allí habría sido traicionada, es decir había dejado de ser], y las
revoluciones china y cubana habrían sido movimientos revolucionarios solo hasta
(…?)
[11]
Que como tales, en términos abstractos,
no son de origen marxistas sino de la Ilustración
[12]
Unamuno, Miguel de, “San Manuel Bueno Mártir” Alianza Editorial. Madrid. 2001
[13]
Aquí se impone un debate sobre Stalin y el estalinismo particularmente por la represión y la
cantidad de muertos a partir de las ejecuciones (principalmente de miembros del
Partido) y de decisiones económicas como la de la “Industrialización Forzosa”
que terminó generando un hambruna en el campo soviético en la que se especula con cerca de un millón
o más muertos de hambre y enfermedades.
Acerca de ello el ámbito marxista se debe una investigación seria. Solo
diremos que las circunstancias en que estos hechos se produjeron fueron las de
una URSS terriblemente asediada en la que la amenaza de la disgregación
política interna y el desmadre que habría terminado con una vuelta feroz al
capitalismo y la indefensión frente a un inminente ataque salvaje y genocida por parte del imperialismo
( que terminó efectivizándose en 1941)
fueron causas fundamentales del también
brutal autoritarismo y de decisiones político-económicas que a pesar de los
tremendos riesgos humanitarios que
implicaban igual se llevaron a cabo. Debe considerarse además que si hubiera estado Lenin o el propio Trotsky
en la posición de Stalin es muy probable que hubieran recurrido a medidas
drásticas. El “grado” de autoritarismo
necesario para cerrar filas monolíticamente e industrializar un país atrasadísimo en el
que el campo debía “esforzarse” y jugar el papel de productor de alimentos para las ciudades no se puede evaluar con
reflexiones contra-fácticas, pero es
indudable que en cualquier caso habría sido significativo. No tiene sentido
comparar las cantidades de víctimas que se hubieran producido en caso de caída
de la URSS por desarticulación y guerras internas o por el triunfo nazi, pero
los 20.000.000 millones de muertos producto de la invasión alemana que hubieran
sido muchos más de no haber rechazado el Ejército Rojo a las Wehrmacht, gracias, entre otras cosas precisamente, a la
mencionada cohesión político-militar y la industrialización forzosa, pueden dar
una pauta al respecto. Ello sin contar la escala que habría adquirido el genocidio mundial por parte del
imperialismo sin el contrapeso de un campo socialista “realmente existente” del
que la URSS, más allá de distintas contradicciones internas fue el corazón y el
sustento.
[14] Carolina
Hernández Calvario y Oscar David Rojas Silva Op. Cit.
[15]
Hobsbawm, Eric “Sobre la Historia” Critica Barcelona. 1998 p 170 ( el resaltado
es nuestro)
[16]
Ciafardini Mariano “El Sujeto Histórico en la Globalización” Centro Cultural de
la Cooperación” y Universidad de Quilmes Buenos Aires 2015
[17]
Marx Karl Friedrich Engels Manifiesto Comunista
Crítica Barcelona 1998
[18]
Lenin también lo postula así particularmente en “El imperialismo fase superior
del Capitalismo y en este sentido se aleja de la postura de Trotsky más
contingente.
[19]
Marx Carlos y Engels Federico “Obras escogidas” Editorial progreso. Moscú 1974
Pag 542 (los resaltados son nuestros)
[20]
Sobre ello nos hemos explayado bastante más en “La Continuidad de la Historia…”
[21]
Hobsbawm Op cit pag 158
[22]
Ciafardini “La continuidad ….”
[23]
Ciafardini Mariano “Globalización tercera –y última- etapa del Capitalismo” Ed
Luxemburg Buenos Aires 2011
[24]
Debe aquí hacerse una diferenciación de planos del análisis teórico general con
el político estratégico concreto ya que mantener la posición teórica respecto
del marxismo que aquí se propugna de
ninguna manera condiciona las tácticas y estrategias para el acceso al poder
político en el marco de alianzas electorales o políticas de los partido
comunistas y marxistas sino que por el contrario
ayuda a sumarse a ellas cuando sea políticamente necesario sin temor a
perder identidad o a la disolución ideológica en el reformismo o el
ultraizquierdismo.
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