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domingo, 28 de septiembre de 2025

Reflexiones comunistas

Reflexiones comunistas

Este artículo pretende desarrollar una visión optimista, pero no por ello menos realista, sobre el futuro de la humanidad, apoyada en el marxismo y el materialismo histórico,  enriquecidos por la perspectiva que nos permite una visión del proceso histórico desde el siglo XXI. Si bien es cierto que la coyuntura actual mundial,  y la larga historia de guerras, violencias y agresiones desde hace milenios, sugieren una supuesta inevitabilidad de la agresión del ser humano contra el ser humano y por lo tanto una profunda duda, cuando no una declarada desilusión, sobre nuestro futuro como especie, apoyándonos  en una visión materialista histórica, que precisamente resume todas estas épocas y particularmente la del capitalismo  en la que vivimos, afirmamos que es posible imaginar un mundo no  utópico sino real con marcos universales y locales de convivencia y cooperación al menos en términos generales que debería constituir  el “comunismo realmente existente”.

Origen del concepto

Partamos  desde los comienzos de la modernidad en la que se gestó el capitalismo.

 El cambio de época en el que empezó a desarrollarse el capitalismo mercantil y el desarrollo de las ciudades no fue tranquilo en tanto que catástrofes “naturales”,  asolaron a la población europea, principalmente a los más pobres: la gran hambruna de 1315 a 1317, la “Peste Negra” entre 1347 y 1353, y también grandes conmociones  políticas, como la lucha civil en Italia, la anarquía en Alemania y, fundamentalmente, la Guerra de los Cien Años (1337-1453). El hambre y la peste estuvieron determinadas, además de los factores climáticos y epidemiológicos, por la situación de pauperismo y miseria que la crisis del feudalismo y el ascenso del capitalismo generaron en los amplios sectores campesinos y obreros urbanos. También se desencadenaron guerras y pugnas políticas entre sectores de poder producto de la crisis del esquema de poder feudal y de tensiones internas al interior de cada reino o principado, en las que la cuestión social del campesinado fue un factor determinante. Aquí la naciente burguesía, lejos de ser perjudicada, se benefició directamente.

Sobre la importancia de las circunstancias materiales que coincidieron para dar lugar a la nueva era que se destacó por la insurrección popular comunista, recurrimos a H Wells: “Las divisiones entre los husitas se debieron en gran medida a la deriva de los sectores más extremistas hacia el comunismo primitivo que alarmó a los nobles checos más ricos e influyentes. Tendencias similares aparecieron entre los wycliffitas ingleses. Parecían seguir naturalmente las doctrinas de la igualdad humana, la hermandad que emerge cada vez que uno intenta retroceder, hacia los fundamentos del cristianismo. El desarrollo de tales ideas fue muy estimulado por la tremenda desgracia que azotó al mundo y sacudió los cimientos de la sociedad, una plaga de una virulencia nunca antes vista. Se llamaba la muerte negra (…). Fue a partir de este desastre que se extendió la guerra campesina del siglo XIV. Había escasez de mano de obra y bienes, y los abades y monjes ricos que poseían la mayor parte de la tierra y los nobles y ricos comerciantes eran demasiado ignorantes de las leyes económicas para comprender que no debían presionar a los trabajadores en estos tiempos de sufrimiento”.  (Herbert George Wells 21 de septiembre de 1866 - 13 de agosto de 1946)

En este mismo sentido, Pirenne (Pirenne, Jacques “Historia universal” Éxito. Barcelona .1961), al referirse a las consecuencias sociopolíticas de esta crisis, afirma: “Estas desgracias agravaron indiscutiblemente los disturbios sociales por los que el siglo XIV contrasta tan violentamente con el anterior, pero la causa principal hay que buscarla en la propia organización económica. Había llegado a tal punto que su funcionamiento provocó un descontento que se manifestó tanto en la población urbana como rural.”

 El trabajo de Pirenne,  presenta claramente la actitud revolucionaria del campesinado y los pobres, y las posiciones contrarrevolucionarias de las demás clases incluida la burguesía. Así, con respecto a los levantamientos en Flandes de 1323 a 1328 señala que “El espíritu independiente de los robustos campesinos de ese territorio (…) se excitó en la lucha al punto de considerar a todos los ricos y a la misma Iglesia como su enemigos naturales. Bastaba que una persona viviera de la renta de la tierra para que se sospechara de ella”. Este pasaje muestra especialmente la complejidad de la situación. Y sigue Pirenne: “La historia de Ypres, como la de Gante y Brujas, está llena de luchas sangrientas en las que los proletarios de la industria textil lucharon con los que "tenían algo que perder" (...). Los bataneros, cuyos salarios los tejedores pretendían fijar o más bien reducir, los trataban como enemigos y, para escapar a su dominación, apoyaban la causa de la ‘buena gente’. En cuanto a los pequeños gremios, todos detestaban a los 'tejedores horribles', que perturbaban su trabajo, perjudicaban su negocio y cuyas aspiraciones comunistas los asustaban, al mismo tiempo que aterrorizaban al príncipe y a la nobleza.”

En el mismo contexto, ya iniciada la Guerra de los Cien Años, estalló en Francia la “Grand Jacquerie”, en 1358. Esta revuelta campesina estuvo ligada a la caída del precio de los cereales, y en particular también a los efectos de la guerra.

En relación con el levantamiento de los cardadores de lana (Ciompi) que tuvo lugar en Florencia en 1379, Pirenne , relacionándolo con el levantamiento de Flandes, señala que “no sería exagerado decir que a orillas del Escalda, así como a orillas del Arno, los revolucionarios querían imponer a sus adversarios la ‘dictadura del proletariado’. Es cierto que el levantamiento de Ciompi fue urbano. La depreciación de la moneda utilizada por los artesanos les dificultó el acceso a la moneda de oro (Florín), que era la única que quedaba con valor. Siendo de carácter urbano, el levantamiento se entremezcló con las disputas de las distintas facciones del patriciado.”

En Inglaterra, en 1381, Wat Tyler y John Ball encabezaron las rebeliones campesinas de los Lolardos y mendigos por la imposición del "poll tax" a los campesinos para financiar la Guerra de los Cien Años. Pirenne también las compara con las revueltas de Flandes porque fueron obra común de la gente de los pueblos y de la gente del campo. El misticismo de los Lolardos seguramente contribuyó, también, a provocar el odio hacia los señores opresores, que no existían "en la época en que Eva hilaba y Adan cultivaba.” Como cincuenta años antes en Flandes, había vagas aspiraciones comunistas entre los insurgentes, lo que dio a la crisis la apariencia de un movimiento dirigido contra la sociedad establecida.

Las Jacqueries  se extendieron en Francia desde la Edad Media hasta la Revolución Francesa y toman su nombre de la crónica de Jean Froissart del primero (La Grande Jacquerie) ya que llamó a los campesinos Jacques Bonhomme, estereotipo que deriva su nombre del “ jacque” vestimenta muy usada en la campiña francesa pobre.

En 1382 se produjeron levantamientos campesinos en toda Francia; en 1383 hubo rebeliones de campesinos y artesanos en Portugal, que primero fueron dirigidas y luego traicionadas por la burguesía comercial portuguesa.

Juan Huss, tras su ejecución en 1419, se convirtió en el héroe de Bohemia y los husitas desataron su odio contra los germanos. Tuvo lugar la primera “defenestración” de Praga. De ellos surgieron los taboritas Jan Žižka y el sacerdote Prokop Holý, que encabezaron un grupo más radical formado por ciudadanos y campesinos que anunciaron el milenio cristiano y propusieron la organización comunista de la sociedad. Las rebeliones campesinas estallaron en Austria, Polonia y Rusia en 1520, el mismo año en que se hizo público el manifiesto de Lutero bajo la influencia del propio Huss.

 

La Guerra Campesina comenzó en Waldshut y Schûlingen en 1524, donde ya empezaba la prédica colectivista de Mûntzer. Ante el giro que estaban tomando los acontecimientos, Lutero, en nombre de los príncipes, condenó a los campesinos como "asesinos y saqueadores", y pidió su exterminio como "perros rabiosos", tarea que llevó a cabo la Liga de Suabia.

Engels  trato estos levantamientos en su trabajo “La guerra campesina en Alemania” (1850)

Todas estas insurrecciones  más allá de reclamar por reinvindicaciones particulares estaban inspiradas por una cosmovisión comunista igualitaria  por supuesto teñida de componentes místicos y religiosos  dada la época en que tuvieron lugar.

Jean-Jacques Rousseau (1712–1778) no utilizó nunca la palabra comunista (todavía no existía como corriente organizada), pero varias de sus ideas fueron antecedentes intelectuales que más tarde inspiraron a quienes se llamaron “comunistas” en Francia en el siglo XIX.

En el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres (1755), Rousseau escribe la famosa frase: “El primero que, habiendo cercado un terreno, se le ocurrió decir esto es mío, y halló personas bastante simples para creerlo, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras y asesinatos, cuántas miserias y horrores habría ahorrado al género humano  la eliminación de ese generador de la sociedad civil. Es humano quien, arrancando las estacas o cubriendo el hoyo, hubiera gritado a sus semejantes: ‘Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!’” (Rousseau, Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes, 1755, Segunda parte. (Ed. Gallimard, “Pléiade”, 1964, p. 156).” Rousseau no propone abolir la propiedad en todos los sentidos, pero sí denuncia que la apropiación privada de la tierra fue el origen de la desigualdad, la dominación y la corrupción de la libertad natural. Esta idea de que la propiedad privada es el punto de partida de la desigualdad se convirtió luego en un pilar para los comunistas.

En el Contrato Social (1762), Rousseau sostiene que la verdadera libertad se logra cuando cada individuo se une a todos los demás bajo la voluntad general. Aquí aparece la noción de que la sociedad debe funcionar como una comunidad moral y política, por encima de los intereses individuales. Aunque Rousseau no plantea comunismo económico, su énfasis en la igualdad política y en la comunidad influyó en quienes pedían también comunidad material.

Los babeuvistas (seguidores del sacerdote Gracus  Babeuf en la Conspiración de los Iguales, 1796) lo leyeron como un precursor de la igualdad radical. En las décadas de 1820–1830, varios círculos que empezaron a llamarse “communistes” citaban a Rousseau como inspirador moral. Incluso Marx lo reconoce como parte del iluminismo democrático que antecede al socialismo y comunismo modernos.

Gabriel Bonnot de Mably (1709–1785) afirmó:  “La propiedad es funesta para la igualdad de condiciones y corrompe a los hombres. Es necesario volver a establecer, si es posible, la comunidad de bienes, o al menos aproximarse a ella todo lo que se pueda. (Mably, De la législation, ou principes des lois, 1776, Livre II, chap. Ed. Fayard, 1977, p. 121). Y Denis Diderot (1713–1784) en Encyclopédie, artículo “Communauté” (1753)   “Si todos los bienes fuesen puestos en común, nadie sería pobre, y nadie sería rico; todos trabajarían igualmente y la república estaría en paz. (voz “Communauté” t. 3, p. 481).

 Estos textos fueron muy leídos por Babeuf y los igualitarios de fines del siglo XVIII, y luego retomados por los comunistas de 1820–1840.  Marx conocía esta tradición y la valoraba como un antecedente ilustrado, aunque luego la superará con su análisis histórico-materialista.

En Francia, hacia 1785–1790, ya circulaba el adjetivo “communiste” en escritos de oposición a la propiedad privada, aunque de manera muy marginal.

En la década de 1820 el término se usa en Francia para referirse a grupos igualitaristas radicales. Por ejemplo,  los ya mencionados Babeuf y la “Conspiración de los Iguales” (1796) fueron retrospectivamente llamados “comunistas”, aunque en su tiempo hablaban de “igualitarismo” y “comunidad de bienes”.

En 1820–1830 El vocablo “communiste” se empieza a emplear de manera más estable en Francia, sobre todo en escritos de utopistas y militantes. En 1834 se crea  en París un “Círculo Comunista” (Cercle des Communistes).

 

La cuestión de la propiedad

El vocablo “Comunista” designaba ya a quienes proponían que la propiedad fuera colectiva y no privada. El término empezó a adquirir un sentido negativo  primero como insulto o estigma desde la prensa liberal y burguesa: “comunistas” eran los que querían poner todo “en común”, vistos como enemigos del orden, de la familia y de la religión. Solo después, algunos grupos (como el círculo comunista de París) reivindicaron el nombre.

Se hablaba de una “comunidad de bienes” (communauté des biens), retomando ideas que venían desde la Antigüedad (Platón, los primeros cristianos, los anabaptistas).

El término no estaba necesariamente ligado a un programa político revolucionario coherente, sino a la igualdad radical. A comienzos del siglo XIX, en Francia, “comunista” era usado para distinguir a quienes iban más allá del “socialismo”. Los “socialistas” utópicos (Saint-Simon, Fourier, Owen, de comienzos y mediados del silgo XIX) buscaban armonizar a la sociedad y mejorar las condiciones de los trabajadores, pero sin suprimir la propiedad privada en general. Los “comunistas” eran más radicales: planteaban que la propiedad privada misma debía abolirse y que todo debía ser compartido.

En 1840 el término ya tiene peso político. El escritor Étienne Cabet publica “Voyage en Icarie”, proponiendo una sociedad comunista. En 1847, Marx y Engels fundan la Liga de los Comunistas (Bund der Kommunisten) en Londres, que encargará el Manifiesto Comunista (1848).

Cuando Marx y Engels fundan la Liga  (1847) y escriben el Manifiesto, ya existía entonces, como vimos, esta tradición del comunismo como “comunidad de bienes radical” en oposición a los socialistas utópicos. Ellos toman el término y le dan un sentido científico y revolucionario, ligado a la lucha de clases y al proletariado.

En el capítulo II del Manifiesto, (“Proletarios y comunistas”) se dice: “El rasgo distintivo del comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa. (…)La propiedad privada actual, la propiedad burguesa, es la última y más completa expresión del modo de apropiación y de producción basada en los antagonismos de clase, en la explotación de los unos por los otros.”   Y “Lo que caracteriza al comunismo no es la abolición de la propiedad en general, sino la abolición de la propiedad burguesa.” Y “La burguesía produce, ante todo, a sus propios sepultureros. Su hundimiento y la victoria del proletariado son igualmente inevitables

Aquí Marx y Engels aclaran explícitamente que no se trata de eliminar la propiedad de bienes personales (ropa, vivienda de uso, objetos de consumo), sino la propiedad privada de los medios de producción, que permite explotar trabajo ajeno.

 En la “Crítica del Programa de Gotha” (1875) Marx, polemizando con el programa de la socialdemocracia alemana dice claramente: “El trabajo no es la fuente de toda riqueza. La naturaleza es la fuente de los valores de uso (…) y el trabajo solo se convierte en fuente de valores de cambio bajo determinadas condiciones sociales. (…) En la sociedad comunista (…) el derecho nunca puede estar por encima de la forma económica y el desarrollo cultural de la sociedad. (…) La propiedad privada de los medios de producción debe ser transformada en propiedad común”. Aquí aparece otra vez la distinción entre medios de producción y bienes de consumo: lo que se socializa son las condiciones de producción, no la vida cotidiana de cada individuo. Marx distingue dos fases: Primera  (socialista): “derecho igual”, donde aún rige cierta desigualdad ligada a los restos del capitalismo. Segunda,  fase superior (comunismo): cuando la abundancia permite realizar el principio “de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades.” El comunismo pleno es un horizonte de largo plazo, posible solo con un gran desarrollo productivo.

Engels en  Principios del comunismo (1847) Una especie de catecismo  revolucionario que antecede al Manifiesto: va respondiendo a distintas preguntas Pregunta 18: “¿Abolirá el comunismo toda propiedad en general?” Respuesta: “No; solamente la propiedad actual de la burguesía, que sirve para explotar al trabajador.” Engels es aún más claro: no se toca la propiedad personal, sino la propiedad capitalista que genera explotación.

 

 

Plazos

Marx  en el “Prefacio a la Contribución a la Crítica de la Economía Política” (1859) afirma lo siguiente: “Una formación social nunca desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella; y nunca aparecen nuevas y superiores relaciones de producción antes de que las condiciones materiales para su existencia hayan madurado en el seno mismo de la vieja sociedad.” El comunismo no llega “cuando se quiera”, sino cuando las fuerzas productivas han desarrollado suficientemente las condiciones para una nueva forma social. No fijan plazos: hablan de inevitabilidad histórica, pero no de fechas. Aunque en 1848 parecían estar convencidos de que la revolución proletaria podía estar cerca, porque veían a Europa sacudida por crisis y revoluciones.

Engels en el  Anti-Dühring (1878): “El socialismo es la sociedad que surge directamente del capitalismo, mientras que el comunismo pleno solo puede alcanzarse en una etapa más alta.” Engels, como Marx, pensaba que la transición comenzaría con la toma del poder por la clase obrera en los países industrializados.

Posteriormente Lenin en “El Estado y la Revolución” (1917) retoma la fórmula de Marx en la Crítica del Programa de Gotha: Primera fase del comunismo es el  socialismo al que corresponde la socialización de los medios de producción, dictadura del proletariado, pero todavía con desigualdades heredadas. Segunda, fase superior, es el  comunismo pleno con   desaparición del Estado, abundancia, principio de  a cada cual según sus necesidades.

Lenin enfatiza que no se puede saltar directamente al comunismo: hay que pasar por una larga etapa socialista. Lenin creía que la revolución rusa de 1917 era el inicio de la transición, pero siempre pensó que el socialismo en Rusia solo podría consolidarse si se extendía a los países industrializados de Europa (Alemania, Inglaterra).El comunismo pleno lo veía como un objetivo lejano, no inmediato.

Si bien Marx y Engels no fijan fechas hablan de condiciones objetivas (madurez de las fuerzas productivas, lucha de clases). Imaginaban que, en los países avanzados, el socialismo  podía ser una perspectiva en ese  siglo XIX si las revoluciones europeas triunfaban  a partir de  1848. Creían  que el capitalismo había entrado en una crisis mundial y que el proletariado podía ya  convertirse en clase revolucionaria con la  expectativa de la posibilidad cercana de revolución proletaria en Europa (especialmente Alemania, Francia, Inglaterra).

En 1871 tiene lugar Comuna de París. Marx y Engels ven en la Comuna el primer ejemplo de transición posible, pero aún inmadura. La derrota muestra que la revolución necesita organización internacional.

El resto de los autores marxistas se cuidan en general de hacer predicciones sobre el tiempo en que habría de avenir un mundo socialista concentrándose particularmente en episodios revolucionarios nacionales y sugiriendo que tal estado comunista mundial se iría construyendo a partir de que se sumaran uno a uno cada uno de los países en los que fuera triunfando la revolución. Hubo de todos modos oleadas de esperanza de una proximidad de la revolución mundial como por ejemplo con el triunfo de la Revolución de Octubre, el fin de la segunda guerra mundial con el triunfo de la URSS sobre el nazismo, la instauración de los países socialistas de Europa del Este y el surgimiento de la República Popular China y las décadas de los 60 y 70 del siglo pasado con el triunfo de la Revolución Cubana, el triunfo de Vietnam y el auge de los movimiento de liberación nacional en el llamado “tercer mundo”.

 

La Competencia

Según  Marx y Engels en el capitalismo, la competencia no es un fenómeno accidental, sino una ley estructural. Cada capitalista compite con otros para abaratar costos, aumentar productividad, conquistar mercados. Esa competencia obliga a innovar, pero también lleva a crisis periódicas (sobreproducción, quiebras, concentración de capital). En el Manifiesto se considera que  la competencia es la fuerza que impulsa a la burguesía a revolucionar constantemente los medios de producción. En el Capital (1867) Marx muestra que la competencia entre capitales lleva a la centralización y concentración, preparando el terreno para que la producción sea social pero apropiada privadamente. En síntesis: la competencia es la “mano visible” que disciplina a cada capitalista, pero su resultado histórico es el monopolio y la socialización de la producción, contradiciendo la base privada y Engels sostienen que una vez abolida la propiedad privada de los medios de producción, la producción se organiza de manera planificada y cooperativa, no competitiva. Habría  aunque sea en términos generales superación de la competencia en el comunismo.

 En el  Anti-Dühring Engels afirma: “Con la toma de posesión de los medios de producción por la sociedad, cesa la producción de mercancías y, con ella, el dominio del producto sobre los productores. La anarquía dentro de la producción social se reemplaza por la organización consciente.” El comunismo, entonces, significaría sustituir la competencia generalizada del capitalismo por la cooperación planificada, lo que permite que la economía responda a necesidades y no a ganancias.

Lenin observa que bajo el socialismo, en la “primera fase del comunismo”, todavía subsisten restos de la competencia capitalista (pequeña producción, diferencias urbanas-rurales).En “El Estado y la Revolución”  plantea que el Estado Obrero debe organizar la producción como una gran empresa única, eliminando la competencia anárquica entre capitales. Pero en  la década de 1920,  ya Lenin en el poder, reconoce que Rusia está atrasada, que solo puede construir los primeros pasos del socialismo y formula la NEP (Nueva Política Económica) como medida transitoria En la práctica, con la NEP (1921), reconoce que cierta competencia controlada (pequeños productores, campesinos) debía coexistir temporalmente para reconstruir la economía, hasta que la industria y la planificación pudieran absorberlos En ese entonces la  expectativa radicaba en que  el comunismo en un solo país era inviable y que habría  de extenderse internacionalmente

En los primeros años (1917–1921) de  la Revolución de Octubre, Lenin y los bolcheviques intentaron abolir la competencia capitalista mediante  la  nacionalización de la gran industria, el monopolio estatal del comercio exterior y la socialización de los bancos. Durante la Guerra Civil (1918–1921) el “comunismo de guerra” suprimió casi todo mercado. El  resultado fue la caída productiva, el  hambre y el caos, porque el Estado todavía no podía planificar eficazmente, por ello con la NEP (1921–1928). Lenin reconoce que no se podía eliminar toda competencia inmediatamente. Con la Nueva Política Económica (NEP) se permitió a campesinos y pequeños comerciantes competir en mercados locales. La gran industria y la banca quedaron en manos del Estado. Había entonces una competencia controlada, coexistiendo con sectores estatales en los que regía la planificación.

 Pero además Lenin llegó a afirmar: “Si no tenemos la fuerza para extraer el carbón de nuestras minas, es preferible entregarlo en concesión a capitalistas extranjeros, en lugar de dejarlo bajo tierra sin utilizar, porque el proletariado ruso no puede vivir sin carbón y sin petróleo.”(Lenin, Informe sobre la utilización de la tierra y sobre las concesiones, Obras Completas, t. 42, ed. rusa; en español, Editorial Progreso, Moscú, 1981, p. 189-190).

En el mismo discurso aclaraba que: Las concesiones eran temporales y bajo control estatal. El objetivo era aprender la técnica moderna y obtener ingresos inmediatos en recursos que la economía soviética no podía explotar sola. Era una medida táctica, subordinada a la construcción socialista

Con Stalin y los Planes Quinquenales (desde 1928) se eliminan casi todos los espacios de mercado y competencia privada. La economía se organiza por planificación central a través de Gosplan. Entre empresas estatales no había competencia en precios o mercados: todas cumplían cuotas fijadas desde arriba. Sin embargo, existía una competencia indirecta: Las empresas y directores competían por cumplir o superar planes. Esa competencia no era mercantil, sino burocrática: premios, ascensos o castigos.

En  1935 Alekséi Stajánov, minero de carbón en Donbass, batió un récord extrayendo más de 100 toneladas de carbón en una sola jornada, supuestamente 14 veces la norma. La prensa soviética presentó este hecho como símbolo de la capacidad del trabajador soviético para superar los límites de productividad gracias al entusiasmo socialista (emulación).

Se impulsaba que los obreros aprendieran técnicas más eficientes, reorganizaran el trabajo y usaran mejor la maquinaria. El mensaje era que con dedicación y conciencia socialista se podía multiplicar la productividad. El “stajanovismo” no fue solo técnico, sino un movimiento de propaganda: mostraba que el socialismo podía superar al capitalismo en productividad. El “stajanovista” era presentado como héroe del trabajo, modelo a seguir.

Se organizaban “competencias stajanovistas” en fábricas y minas. Los trabajadores que superaban metas recibían premios, medallas y prestigio social. Ello generaba una presión enorme sobre los trabajadores comunes, acusados de “rezagados” si no alcanzaban las cifras.

Con el tiempo, se convirtió más en una campaña propagandística que en una verdadera innovación productiva. Fue una respuesta soviética a la cuestión de la competencia: sustituir la competencia capitalista por una “emulación” socialista, orientada al plan y al prestigio colectivo. Sirvió para consolidar la figura del “héroe del trabajo socialista”, que luego se usó hasta la posguerra. También reveló tensiones, entusiasmo real en algunos casos, pero también burocratización y coerción.

Con las reformas posteriores (Jruschov, Kosygin, 1960s–1980s), se intentó introducir ciertos incentivos competitivos: las empresas podían retener parte de las ganancias si superaban objetivos. Se buscaba estimular eficiencia, ya que se comenzó a entender que  la planificación rígida generaba ineficiencia y despilfarro. Sin embargo, no era una competencia de mercado plena, sino una mezcla de planificación central  más incentivos cuasi-competitivos.

En la Crisis final (1980s) bajo Gorbachov (Perestroika), se reintrodujo competencia real de mercado en algunos sectores. Esto debilitó el control central y abrió el camino a la privatización masiva de los 1990s. El resultado fue la  restauración del capitalismo en Rusia y desaparición de la URSS (1991).

La cuestión de la competencia, entonces,  ha sido siempre una cuestión compleja  para los comunistas  Si bien el fenómeno de la URSS  desmintió por algún tiempo, antes de la guerra, y, por  otro tiempo, después de esta  que aun sin un rol demasiado visible de competencia se podía desarrollar asombrosamente un país,  con el correr del tiempo  y los hechos a vista puede decirse que quedó demostrado que, entre otras cosas,  sin imprimir  una cuota importante de economía de mercado (y por lo tanto competitiva) en la economía socialista  era imposible subsistir en un mundo capitalista.

Por otro lado el capitalismo y toda la era de la violencia y la lucha de clases y la guerra,  que ya por denominación implica competencia extrema, ha logrado precisamente gracias a esa competencia, en muchos caso brutal y genocida,  el desarrollo científico técnico de la humanidad que en cierto aspecto podría considerarse como  un “triunfo” de esta sobre la naturaleza. Claro que no puede evitarse  advertir la paradoja de que ese propio desarrollo se está volviendo  contra la misma humanidad  como una “venganza de la naturaleza”. De ello hablaremos más adelante. Pero es innegable que los avances en  la medicina, la educación, la comunicación, la construcción,  la industria alimentaria etc. constituyen logros irrenunciables para el género humano actual y todo ello se alcanzó en una larga época de (y ¿gracias? a)  la competencia  violenta.

La “virtud” de algún grado de competencia, en términos generales, puede evocarse a partir de un ejemplo trágico y contradictorio de la competencia bélica capitalista.

 Si se repara en el impacto de la penicilina descubierta por Alexander Fleming (1928) y su uso masivo a partir de 1941–43   en que antes de los antibióticos las infecciones como neumonía, sepsis, sífilis, gonorrea o infecciones posquirúrgicas tenían altísima mortalidad se debe concluir que  aproximadamente desde 1940 hasta hoy, los antibióticos (liderados por la penicilina) han salvado cientos de millones de vidas. Un estudio de la WHO (2016) estimó que solo los antibióticos para infecciones respiratorias han salvado más de 200 millones de vidas desde mediados del siglo XX. Algunos historiadores médicos proyectan que la penicilina y sus derivados podrían haber salvado 400–500 millones de personas en todo el mundo a lo largo de un siglo.

Alexander Fleming sirvió en hospitales militares durante la Primera Guerra Mundial, y vio cómo muchos soldados heridos morían no necesariamente por la herida en sí, sino por infecciones subsecuentes graves, sepsis, gangrena, etc. En 1917 Fleming publicó un artículo en The Lancet relativo al uso de antisépticos y cómo, en muchos casos, estos empeoraban las infecciones profundas, porque no llegaban a las bacterias anaerobias en lo profundo de la herida, y destruían también tejidos beneficiosos que podrían estar ayudando. (American Chemical Society)

En la Segunda Guerra Mundial,  hubo una demanda muy fuerte de antibióticos útiles para tratar heridas infectadas, gangrena gaseosa, infecciones de heridas de guerra, etc. Eso sí aceleró la producción masiva de penicilina. Así que: puede decirse que la PGM expuso el problema brutalmente, lo que influyó en las preocupaciones médicas y la SGM generalizó y perfeccionó su uso masivo.

 Hasta el día de hoy los conflictos  y particularmente los conflictos armados han “servido” para el desarrollo tecnológico, bioquímico y médico   que terminaron  aportando grandes soluciones a los problemas de la humanidad  en tiempos de paz. Si estos desarrollos hubieran tenido lugar igualmente sin la mediación de los conflictos en cuyos contextos surgieron  es una reflexión contrafáctica  que no puede tenerse en cuenta  porque además habría que plantearse la pregunta acerca de en cuánto tiempo se habrían desarrollados tales avances  científicos si el conflicto no hubiera existido. Otro ejemplo trágico es el del desarrollo nuclear.

Es decir que la cuestión de la competencia no es algo que se pueda resolverse  así sin más  presuponiendo su reemplazo “in totum” por una cooperación absoluta  que solo ha tenido lugar en tiempos que el ser humano viva en muy pequeñas comunidades aisladas  con muy baja productividad y sin tener del todo conciencia de su individualidad  sino más bien se sentía como parte inescindible del  grupo.

Sin embargo si se observan singulares procesos socialistas actuales como es el caso paradigmático del “socialismo con peculiaridades chinas” se puede advertir con claridad como un proyecto socialista sin perder su esencia se puede servir de la competencia y del mercado de formato capitalista para conseguir las metas socialistas de elevar el nivel de vida de toda la población  a la vez que se evita la formación de una clase burguesa como tal que pueda poner en peligro la conducción del proceso revolucionario por parte del partido comunista. Por supuesto la República Popular no avanza en un lecho de rosas sino en el camino peligroso y hostil de un mundo todavía dominado por el capitalismo por lo que no se puede aún advertir el desarrollo de la construcción plena de su socialismo pero en la medida en que la crisis del capitalismo se profundice y se quiebre el espinazo de su estrategia de dominio mundial todo indica que el avance a un socialismo integral y el comienzo de un nuevo sistema mundial en  un estado de paz global y la estructuración de una comunidad de naciones con destino compartido será finalmente posible. (Xi Jinping dixit)

 

 

La cuestión de la lucha de clases y la dictadura del proletariado

El planteo de Marx Engels Lenin y demás teóricos del marxismo en cuanto a la inevitabilidad de la dictadura del proletariado para hacer posible la sociedad socialista y a partir de allí “construir “el comunismo no se basa en ninguna intrínseca tendencia a la violencia  o resentimiento vengativo ni afirma  que el comunismo que propalan incluya una competencia  entre los seres humanos igual o peor que la del capitalismo. El problema de la idea comunista es que nace y se termina de desarrollar en un ambiente que le es totalmente hostil  Casi  todo el mundo estaba fuertemente influenciado por el  capitalismo  en el nacimiento del marxismo y  más aún el capitalismo todavía se iba desarrollando hacia un capitalismo más fuerte y extendido  y ni bien aparecieron las ideas comunistas y socialistas ,aun antes de Marx y Engels, la reacción  de las clases dominantes que se iban  transformando en los  líderes del capitalismo sobreviniente al feudalismo fue brutal. Los disidentes comunistas fueron primero tildados de herejes y luego claramente de enemigos políticos a los que había que destruir. La comprensión de los primeros revolucionarios y luego  de los  marxistas  de que la actitud cristiana de poner la otra mejilla no hacía más que hacerle el juego a los intereses de los poderosos llevó a determinar la lucha revolucionaria y la dictadura del proletariado una vez que se accediera al poder político como parte inescindible del proceso al nuevo mundo que se auguraba  pero ello nunca implicó una dictadura impuesta contra la mayoría del pueblo .De hecho Engels escribió “¿quieren saber que es la dictadura del proletariado?  pues la Comuna de Paris  es la dictadura del proletariado” Lo mismo pasó con los países en los que triunfaron las revoluciones socialistas  en el siglo XX  desde sus nacimientos tanto la URSS  como al República Popular China  como los Países del Pacto de Varsovia,  Cuba, Vietnam y Corea del norte por ejemplo fueron rodeados  atacados, infiltrados, boicoteados y, finalmente, en los casos de la URSS y en  la China incluso anterior a 1949, en la que se desarrollaba la revolución marxista invasiones feroces (recordar las amenazas de invasión con la colaboración de los ejércitos “blancos ni bien asumido el poder por los bolcheviques  y la preparación de la invasión mortífera desde el surgimiento del nazismo, que finalmente tuvo lugar, y en China la masacre por parte del Kuomingtang de Chian Kaisek en 1927 en Shangai y la masacre de los japoneses en Nankin  en 1937 que preanunciaban cual sería el grado de agresión si los comunistas llegaban al poder).

 

 Además del aislamiento diplomático y de la espera pasiva de un colapso interno, las potencias occidentales desplegaron acciones más activas contra la URSS en los años 1920 y 1930, que incluyeron espionaje, sabotaje y operaciones encubiertas. Previamente intervención y sabotaje en la Guerra Civil (1918–1921) en la que  las potencias aliadas (Reino Unido, Francia, EE. UU., Japón) no solo enviaron tropas, sino también armamento, asesores y recursos logísticos a las fuerzas “blancas”. Se organizaron redes para sabotear el transporte y la producción en zonas controladas por los bolcheviques. Hubo intentos de fomentar revueltas internas, especialmente en Ucrania, el Cáucaso y Asia Central, donde se apoyó a nacionalistas y contrarrevolucionarios.

 En la década de 1920 hubo  espionaje sistemático A medida que la URSS sobrevivió y se consolidó, las potencias occidentales desplegaron redes de espionaje en Moscú, Leningrado y otras ciudades clave. Los objetivos eran vigilar la política exterior y las actividades de la Komintern, obtener información sobre la modernización militar soviética y medir la capacidad industrial del país. Los servicios de inteligencia británicos (MI6), franceses y estadounidenses reclutaron exiliados rusos y usaron la cobertura de sus embajadas y delegaciones comerciales. Se continuó con el sabotaje industrial y fronterizo en la década de  1930. Con la industrialización acelerada de Stalin (vital para enfrentar la masiva invasión que se preparaba para destruir totalmente a la URSS), se realizaron  acciones de sabotaje en fábricas, minas y ferrocarriles organizadas por redes de emigrados blancos con apoyo extranjero.

Se documentan intentos de infiltrar ingenieros y técnicos extranjeros que, trabajando en proyectos industriales, servían como informantes para sus gobiernos. En las fronteras (Polonia, Rumania, Finlandia, Manchuria), los servicios secretos fomentaban grupos armados clandestinos y operaciones de inteligencia contra objetivos soviéticos.

 Además de espionaje, hubo una forma de “sabotaje indirecto” el financiamiento a organizaciones anticomunistas en Europa. Campañas de prensa para desacreditar la viabilidad económica del sistema soviético y el uso de exiliados rusos como focos de oposición política y cultural.

Es decir que hubo  espionaje y sabotaje patrocinado o tolerado por potencias occidentales, especialmente en los 1920.En los 1930, la atención de los servicios secretos occidentales se dividió entre vigilar a la URSS y al ascenso del nazismo pero en el caso de este último no para frenarlo sino para orientar su agresividad hacia el Este y particularmente hacia la URSS ( prueba final de ello fue el Acuerdo de Munich entre Hitler, Neville Chamberlain, Edouard Daladier  y Benito Mussolini en 1938 que entre otras cosas “cedía” a Alemania una parte de Checoslovaquia que ni siquiera era parte del acuerdo. La agresión nazi contra la URSS (1941/45) causó  contando bajas militares y civiles y muertos posteriormente a la invasión  pero como causa directa de ella  más de treinta millones de víctimas. Fue en términos absolutos la mayor masacre (muertos por agresión intencional)  del ser humano contra el ser humano  en toda la historia de la humanidad. Y si la invasión hubiera triunfado no es exagerado especular que los muertos podrían haber llegado a ser el doble o más aun ya que la intención nazi era exterminar y esclavizar a una raza (eslava) que consideraban como inferior. Estos números son los que dan el marco interpretativo de los riesgos que corría la URSS  para mantener el socialismo que le legara la Revolución de 1917. 

En cuanto a la República Popular China  surgida en 1949 de la mano de Mao, la mayoría de los países occidentales no reconoció a la RPC como gobierno legítimo de China. La agresión  más contundente y evidente fue nada menos que la  Guerra de Corea (1950–1953 en la que  China se vio obligada a intervenir  directamente contra fuerzas de EE. UU. y la ONU sufriendo innumerables bajas, entre ellas la del propio hijo de Mao. El conflicto reforzó el aislamiento y la visión de China como “enemigo”.

Inmediatamente EE. UU. firmó en 1954 un tratado de defensa con el régimen de Chiang Kai-shek en Taiwán, instalando la VII Flota para disuadir un ataque chino. Hubo crisis militares en 1954–55 y 1958 por los bombardeos de islas costeras. Y hubo apoyo occidental a movimientos anticomunistas en Asia, con el fin de contener la influencia china (Vietnam, Tíbet en 1959 con apoyo de la CIA al exilio tibetano).

En la ONU, el asiento de China fue ocupado por la República de China (Taiwán) hasta 1971 para  mantener a la RPC fuera de la diplomacia internacional

Washington impulsó un embargo comercial total contra la RPC (1950), incluyendo bienes industriales, maquinaria pesada y tecnologías estratégicas y se presionó a aliados (Japón, Europa Occidental) para que limitaran el comercio con Pekín. El resultado fue el aislamiento económico, que forzó a China a depender casi exclusivamente de la URSS durante los años 1950.

El “Coordinating Committee for Multilateral Export Controls (CoCom)”, creado en 1949, prohibía a países occidentales exportar productos de alta tecnología a China y a otros países socialistas.

La RPC fue presentada en Occidente como un régimen “totalitario y expansionista” y hubo un boicot a publicaciones y circulación de académicos chinos en conferencias internacionales.

Se intentó la invasión de Cuba  en Bahía de Cochinos en 1961. Hubo infiltraciones, espionaje y boicot permanente  e intentos de magnicidio contra Fidel Castro también  en forma permanente y conspiraciones desde  el exilio cubano en Miami  en coordinación con la CIA  y se sometió a la isla a un bloqueo mortífero  que dura hasta nuestros días. Y el Vietnam del Norte socialista tuvo que soportar una guerra despiadada  por parte de EE UU y Vietnam del Sur (1965-73) en la que sufrió más de  un millón de combatientes muertos  y alrededor de 200.000 muertos por los bombardeos norteamericanos a objetivos civiles. La lista continúa incluso respecto de aquello movimientos populares y de liberación nacional que durante el S XX intentaron virar hacia el socialismo, la mayoría de los cuales terminaron derrotados y reemplazados por, ahora sí, verdaderas dictaduras antipopulares contrarias  a los deseos y necesidades de la mayoría de las poblaciones que reinstauraron inmediatamente la explotación capitalista e imperialista.

Pero un ejemplo paradigmático  de la inevitabilidad de la dictadura del proletariado para  la defensa de un país que decide por mayoría construir el socialismo fue el caso del Chile de Salvador  Allende en  donde una coalición de socialistas y comunistas a partir del triunfo electoral inició la construcción del socialismo y fue derrocado casi inmediatamente por un golpe confesado abiertamente como orquestado por la CIA  en 1973. Otras repúblicas democráticas  que sufrieron cruentos golpes militares por parte de militares que se constituyeron en sangrientas de dictaduras fueron los caso de la República del Portugal (1926) y la Republica Española (1939).

Es decir que el comunismo desde que empezó a manifestarse como acción revolucionaria de grupos disidentes del cristianismo hasta las revoluciones que lograron la conquista del poder en diferentes países  durante el siglo XX estuvo sometido a la agresión feroz  con fines de ser eliminado de la faz de la tierra lo que confirmó que la dictadura del proletariado era inevitable y tal forma de gobierno  dura, y en algunos caso de alta represión interna, debe considerarse en el marco de una situación de guerra latente o manifiesta  en forma permanente por parte de un adversario potencialmente mayor  en recurso bélicos  . Especular sobre el grado de represividad de estas defensas internas y externas  inevitables  de los países socialistas desde el siglo XXI puede llevar a descontextualizar las apreciaciones y a juicios contrafácticos  que no son serios para hacer un análisis profundo verdadero.

Todo ello explica la imprescindibilidad de una defensa férrea de la revolución donde esta había alcanzado el poder  y una lucha de clases también en muchos casos violenta donde no se lo había alcanzado todavía Pero no niega de ninguna manera la esencia pacífica, verdaderamente democrática , cooperativa y finalmente comunista del movimiento que llevó a cabo estas revoluciones, ni de las fuerzas que luchan hoy por el socialismo y contra el capitalismo.

Es decir que el ideario comunista de paz y confraternidad,  cooperación y comunitarismo, tanto  a nivel local como universal, no es que haya sido falaz  o contradictorio a partir de las medidas extremas ( y en algunos casos realmente luctuosas) que se tomaron desde la lucha por la toma del poder y aquellas que tomaron  las revoluciones cuando accedieron al poder,  sino que estas luchas y proyectos necesitaron armarse y “blindarse” a toda costa con la  dictadura del proletariado ( es decir una dictadura de partidos que defendían los intereses  de las mayorías populares) ante los feroces ataques.   Incluso ello  inspiró frases poéticas como la Raúl Gonzáles Tuñón  acerca de  la “Rosa Blindada”.

Debe hacerse un pequeño apartado respecto de algunos regímenes dictatoriales que han contado con el apoyo de grandes masas de la población al menos por un tiempo. Es preciso porque estos ejemplos se usan muy a menudo para desprestigiar el concepto legítimo de dictadura del proletariado.  Estos son los del fascismo de  Mussolini y el nazismo de Hitler que accedieron a través de mecanismos institucionales al poder respectivamente en 1922 y 1933,   enarbolando  proyectos claramente dictatoriales que empezaron a implementar inmediatamente  incluso con apoyo popular. Pero estos caso puntuales son en realidad  proceso construidos por los países imperialistas para evitar el comunismo y para ser lanzados contra los países socialistas  específicamente la URSS  ante la desesperación del capitalismo por la sustentabilidad y el desarrollo que el socialismo  estaba demostrando al mundo,  ganando cada vez más influencia ideológica sobre los pueblos de los países capitalistas. Tanto Italia como Alemania eran países capitalistas industrializados que venían rezagados respecto de sus pares europeos y de los EEUU de Norteamérica,  esto generaba  en las burguesías industriales de los mismos un resentimiento y una desesperación por vencer a la competencia de aquellos  que no los dejaban desarrollar sus ambiciones económicas. Por ello apelaron a desarrollar en las masas que venían sufriendo una espantosa crisis económica especialmente a partir de 1929, un sentimiento nacionalista furioso y crearon chivos expiatorios  en  minorías raciales pero, especialmente, en el  comunismo ya que en sus planes estaba desde el inicio la expansión hacia la Unión Soviética al tener muy dificultado el camino hacia la colonización del tercer mundo en manos de las potencias ganadoras en la carrera imperialista particularmente el Imperio Británico.

Esto, como ya se sabe, fue una experiencia única acotada y que terminó en una guerra desastrosa de la que estos países salieron literalmente destruidos  y debieron someterse a los planes estratégicos del imperialismo  norteamericano contra el socialismo de URSS, las democracias populares de Europa del Este  y la República Popular China, en la denominada guerra fría. Nada que ver con la dictadura del proletariado o precisamente todo lo contrario. Estas dictaduras fascistas no salieron de los marcos del capitalismo ni del imperialismo fueron comandadas por los intereses de  las grandes burguesías nacionales de Italia y Alemania (Fiat, Edison, Ansaldo, llva,  Krupp, Siemens, Thyssen etc.) para logar sus objetivos expansionistas y poderle ganar la competencia a las burguesía imperialistas de  Inglaterra Francia y los EEUU y no dudaron en sacrificar  a sus pueblos en una guerra de agresión  y exterminio de la que todavía quedan secuelas. Es cierto que este “keynesianismo” militar  trajo brevemente alguna mejora, al principio, pero al no ser una industrialización  real generadora de divisas sino dependiente de un conflicto altamente destructivo terminó en un desastre cuya primer y única victima fueron los pueblos de esos países. De ninguna manera puede esto ser comparado con la dictadura del proletariado del socialismo realmente existente en el S XX, cuya expresión política y objetivos fueron exactamente los contrarios.

 

Pero entonces: ¿Es posible el comunismo?

En el siglo XXI las cosas han cambiado mucho, principalmente por la crisis terminal del “Occidente” capitalista.

Aquí vale volver brevemente sobre algo que hemos sostenido a en trabajos anteriores (“El sujeto histórico en la globalización”). Si el capitalismo ha “evolucionado en etapas “ el sujeto histórico clase obrera también ha evolucionado en sus formas estratégicas de lucha,  y, lo que fue la lucha directa de  campesinos y obreros contra burgueses y capitalistas entre los siglos 1300 al 1800,  se transformó dialécticamente en el S XX  en un enfrentamiento entre el capitalismo en vigoroso desarrollo contra  los países socialistas, la clase obrera de los países capitalistas desarrollados y los movimientos de liberación nacional de los países ex coloniales y subdesarrollados .

 Ello tenía que volver a cambiar, dialécticamente, en el SXXI, frente al cambio del capitalismo industrial al capitalismo financiero en su tercera  (y última) fase.  Así  que hoy la estrategia de la clase obrera tiene una expresión más compleja, aunque siga siendo la misma  estrategia de lucha por el socialismo y hacia el comunismo y sigua necesitando  formas  gobiernos  socialistas y populares alertas y vigilantes y sigua implicando la lucha de masas y de los partidos verdaderamente socialistas y comunistas  por el acceso al poder político.

 El régimen político de la República Popular China y de su partido comunista no puede abandonar definitivamente  formas  de lo que podría llamare una democracia alerta y vigilante (forma actual de la dictadura del proletariado  en un país socialista del siglo XXI). Democracia en cuanto los intereses de las grandes mayorías son la preocupación principal del gobierno y eso se manifiesta claramente en los hechos y en la aprobación de las grandes mayorías del pueblo chino sobre  la gestión del partido  y  el gobierno. Y  vigilante y alerta en tanto China  y su red de alianzas políticas y económicas  están siendo a todas luces acechadas por el capitalismo occidental decadente. Cuba sigue siendo aislada y boicoteada y los países amigos de ella y de China son asediados .Esto es lo que hay que tener en cuenta cuando se habla hoy de camino al socialismo y al comunismo. Es un camino lleno de espinas en el que las formas actuales de lucha de clases y dictadura del proletariado, aunque  se expresen de forma muy distintas a las del siglo XX, son todavía, en muchos casos necesarias.

Es decir que  en cuanto al socialismo y al comunismo, a pesar de los zarpazos de un sistema en vías de extinción, como  lo es el capitalismo, las circunstancias  son totalmente distintas a las del  siglo XX y las oportunidades mucho mayores.

Las luchas de la clase obrera y los pueblos  ya no  son para acceder al poder revolucionariamente  e instaurar la propiedad estatal  de  todos  los medios de producción (al menos no en forma inmediata) sino principalmente  para que la crisis del capitalismo la paguen los ricos y no las mayorías populares  y para, desde el poder político, buscar las integraciones internacionales para su desarrollo.  No tienen hoy, como estrategia principal para su liberación nacional y acceso al socialismo  la lucha armada, sino  la búsqueda de  articulaciones económicas con proyectos virtuosos para su desarrollo como los BRICS,  la Franja y la Ruta, la Asociación de Cooperación de Shangai y otras mediante las que eviten   caer en las redes del poder financiero parasitario global y se sumen a una multipolaridad en la que han de encontrar las claves para su imprescindible desarrollo, lo que les dará cada vez más poder  a la clase obrera y a los pueblos de esos países para conseguir el  éxito definitivo  en las pujas distributivas locales .

Insistimos en que la coyuntura de violencias y guerras actuales puede hacer caer  en la convicción de que no se puede avanzar hacia un nuevo mundo, que ello es una utopía irrealizable y una gran ingenuidad,  pero  hay que tener en cuenta que todas esas manifestaciones de violencia son síntomas de la decadencia y desesperación del capitalismo senil, parasitario y final.  En la medida que la crisis se profundice,  las naves insignias de este capitalismo decadente, como particularmente EEUU,  se verán obligadas a, aceptar primero, la multipolaridad  y, más adelante, con la propia crisis pronunciada y las luchas de las clases obrera y las masa populares, a someterse a acuerdos que traigan definitivamente la paz  y las treguas políticas ( y militares)  a nivel internacional y a enfrentar las grandes presiones internas que surgirán en torno a la reducción de la desigualdad y la reducción de la pobreza a nivel interno.

Además hay una cuestión material que se impone como necesidad imperiosa para el acuerdo y la colaboración de todos los países del mundo aunque estén enfrentados  (y que por lo tanto debe ser aprovecharse para ir dejando atrás la era de la violencia y las guerras) cual es la cuestión de la defensa ecológica del planeta, circunstancia  que evidencia un interés común inevitable de toda la humanidad. Habrá. Necesariamente, que  hacer de este peligro virtud (lo contrario sería suicida) y al ser un problema de imposible solución sin acuerdo internacional general o al menos de los grandes países productores industriales,  ello debería llevar, más temprano que tarde (teniendo en cuenta las manifestaciones cada vez más violentas de las catástrofes climáticas)  a la detente armamentista y belicista y a finalizar con las competencias agresivas  y estimular la cooperación y la complementariedad. Y a un replanteo mundial coordinado de las pautas de consumo superfluo que incluya simultáneamente la eliminación de la pobreza. Es decir ir hacia el ascenso o descenso ( según se esté del lado de los pobres o de los ricos y muy acomodados) a un nivel social “modestamente acomodado” que incluya a los ocho mil millones de seres humanos que habitan el planeta dentro de un nivel de consumo que no implique la necesidad de la destrucción del mismo. No falta ucho para que aparezca esta necesidad como emergencia.

Tal circunstancia y el desarrollo impetuoso de nuevas formas político-económico-sociales como las de la República Popular China que, sin eliminar un importante grado de competencia y de mercado, se mantiene firmes en la defensa del bien común, los intereses de su pueblo y de su clase obrera y bregan por la paz universal y la comunidad de naciones con destino compartido, debería hacernos ver que la idea del socialismo ( y posteriormente el comunismo) mundial  en términos reales y no utópicos es realizable.

El comunismo  marxista nunca logró implementarse realmente  hasta ahora.  Los países llamados comunistas eran en realidad lo que se llamó parte del “socialismo realmente existente” o en algunos casos, con intención despectiva respecto de sus pretensiones  anticapitalistas, “capitalismo de estado”. Los partidos comunistas llevan ese nombre indicativo del sentido último de la finalidad de su lucha política pero ninguno pretende la construcción inmediata de una sociedad  que pueda llamarse comunista de forma inmediata, ya que tampoco está claro  en demasiado detalle cómo sería, sino que lo que muestra hasta ahora la realidad  es que, aun llegando al poder un partido o movimiento revolucionario,  con correlaciones de fuerzas políticas favorables, solo podría pretender ir construyendo  un nuevo sistema desde  las contradicciones de la crisis del capitalismo local  hacia un socialismo con cada vez mayor intervención  estatal. Sobre todo en el contexto global actual donde nadie puede avanzar demasiado en soledad  sino que su desarrollo y sus formas de organización socio política están, cada vez más, vinculadas a sus alianzas globales y regionales  y a su desarrollo en el marco de estas.

Lo cierto es que  Marx y Engels, e incluso de Lenin y otros autores marxistas de la época, no podían hacer hipótesis, ni siquiera aproximadas, sobre el grupo humano verdaderamente primitivo  existentes durante el paleolítico medio o incluso antes. Sus reflexiones sobre el “comunismo primitivo” nunca fueron demasiado extensas ni profundas y en general se refirieron a las tribus que había habitado Europa  durante el Imperio Romano y a las que habitaban los EEUU, que eran tribus ya  guerreras  en las que ya habían empezado a surgir relaciones jerárquicas, e incluso de propiedad,  entre ellas  la de la “superioridad” del hombre sobre la mujer.

Hoy a la luz de los avances antropológicos y arqueológicos podemos ensayar hipótesis más complejas que nos permiten explicar la esencia de tal comunismo primitivo  y cuáles fueron los motivos de su desaparición. 

Desde una dialéctica hegeliano marxista se podría decir que sí hubo, al principio, un comunismo primitivo  sin espacio para ninguna grado más que superficial de competencia u oposición  y sin un claro sentido de individualidad y otredad.  Este fue negado por el largo proceso del inicio de las guerra ( aproximadamente 100000 años atrás??? ) con el aumento de la densidad y las disputas por los territorios  para la caza y la recolección, en que esta forma de competencia máxima  atravesó todo el tejido social haciendo aparecer al hombre actual,  con claro sentido de su individualidad,  y de la del otro (otredad)  como amenaza y por lo tanto alguien con quien debe competir. A ello lo denominamos como Era de la Violencia y comprendería a las guerras tribales,  a los estados despóticos esclavistas y feudales (dominación directa) y al mismo capitalismo. Y si esto fue así no solo puede sino que  debería sobrevenir (a partir de la propia lucha del ser humano por su liberación definitiva  una tercera Era que niegue dialécticamente las dos anteriores (negación de la negación)  que sería la de un comunismo  pero obviamente  ya no primitivo sino complejo en el que los valores comunitarios predominen aunque exista irreversiblemente  ya conciencia plena de la individualidad y de la otredad las que deberían reformularse para insertarse dentro del marco de lo común.

Es decir que lo que constituyó al ser humano actual fue la violencia guerrera que lo transformó en individuo diferenciado de otro y por lo tanto competitivo con él  en la batalla  y hacia el interior de la tribu por los cargos jerárquicos. Luego vinieron otras formas  de organización social  en las que los hombres libres y los señores también competían afanosamente entre si  y, además, se continuó con la guerra en gran escala. Ya en el capitalismo la competencia fue  prácticamente el motor del gran desarrollo productivo y social jamás visto antes  y  en un periodo comparativamente mucho menor y la violencia recayó y recae sobre el trabajo productor de valor  pero además con explotación de los países capitalistas desarrollados sobre los subdesarrollados  y de  los grupos financieros parasitando a todo el mundo productivo. Por supuesto las guerras continuaron.

Es decir esta segunda Era por llamarla de alguna manera que incluye el “modo de producción de la guerra”, el  modo antiguo y el moderno capitalista,  que denominamos Era de la violencia, la guerra y la explotación y  la competencia  vinieron a negar la paz comunitaria (pero primitiva y cuasi inconsciente de la individualidad).

Entonces  ¿no deberá sobrevenir, en términos de  la lógica dialéctica aplicada a la historia humana, una negación de la negación. Es decir algo  que supere las tensión entre estas Eras contradictorias   y las sintetice?

Y ¿qué querría decir sintetizar la no violencia inconsciente con la violencia consciente? Tal vez en un equilibrio entre cierto grado de competencia no letal ni injuriante  en el marco de una normatividad expresada en términos de voluntad mundial general en la que se respete permanentemente la equidad general sin suprimir el esfuerzo competitivo virtuoso, creativo e impulsor del desarrollo,  desplazando definitivamente  las guerras,  los crímenes,  la explotación del ser humano y diferencias sociales injuriantes.

SI esto se comprende así estaríamos autorizados a considerar ciertas experiencias del presente que aunque en forma muy incipiente todavía son como indicativas de ese camino

Esto, en términos de las estrategias de los partidos y organizaciones que tengan como objetivo el comunismo, se traduce  en el hecho de que la lucha de clases más allá de las, en muchos casos muy distintas coyunturas locales, debería orientarse hacia una “lucha dentro de los marcos institucionales locales e internacionales actuales ( aguantando la contradicción interna de esta unidad ) por la paz mundial por la paz por las alianzas cooperativas productiva comerciales regionales y globales,  por la vigencia de democracias verdaderas, contra la corrupción y por la equidad y particularmente por la defensa ecológica del planeta. Es decir que esta sería la forma de la lucha de clases en nuestros días. Todo ello de lograrse cerraría el espacio vital para las actividades criminales de gran escala y luego consecuentemente también las de mediana y baja escala.

Fácil es decirlo pero, sin negar las inevitables  resistencias a las  injusticias  y   contra las agresiones a las que todavía están sometidos muchos pueblos del mundo, de alguna manera la formulación en blanco sobre negro de estas ideas para el debate sin  duda habrá de tener una influencia ideológica  inicial en los actores principales de la lucha por el comunismo y a través de ellos de toda la humanidad.

Mariano Ciafardini

Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires

Miembro del Centro de estudios y formación marxista Héctor Agosti (CEFMA)

miércoles, 3 de septiembre de 2025

No puede haber ningún Marxismo “después” del Marxismo.[1] Críticas y debates en torno a ciertos conceptos del Marxism

 

No puede haber ningún Marxismo “después” del Marxismo.[1] Críticas y debates en torno a ciertos conceptos  del  Marxismo.

Mariano Ciafardini Dr. en Ciencias Sociales Coordinador del área de Estudios sobre China del Centro de Estudios y Formación Marxista Héctor P. Agosti (CEFMA)

En las páginas 405/13 de su excelente biografía de Deng Xiaoping,  Alexander Pantsov [2] relata un proceso de gran significación histórica, en el que el “hombre fuerte” de la República Popular China, es decir el propio Deng  y el Secretario  del Partido Comunista de la Unión Soviética Mijail Gorbachov fueron llegando a un entendimiento definitivo entre los dos países después de más de  dos décadas de enfrentamiento por causas principalmente geopolíticas. En realidad según el mismísimo Henry Kissinger la CIA sabía, ya en 1978, que se habían restablecido los contactos y “el trato de camaradas había vuelto a ser la regla en las relaciones chino-soviéticas.”[3]

Para Pantsov las medidas de la perestroika de 1986 de Gorbachov  “soplaron como un viento a favor”  de las ideas que ya venía sosteniendo Deng sobre la “Reforma y la Apertura” y Gorbachov se volvió una figura popular en China. Significativamente  muchos estudiantes  chinos empezaron a estudiar ruso. De parte de la, todavía, URSS también había una disposición a restablecer cuanto antes las relaciones con la China de Deng, a tal punto que la dirigencia soviética terminó por resolver los “tres obstáculos” que China exigía que fueran superados para el restablecimiento pleno de relaciones y que desde el punto de vista geopolítico no eran poca cosa para el país de los soviets: la retirada de las tropas de Afganistán (China había estado apoyando a los Mujaidines), la presión a Vietnam para que retirase las tropas de Camboya (que fueron finalmente retiradas por ese país apoyado por la URSS) y la retirada las tropas que la URSS mantenía en la frontera con China incluida Mongolia, cosa que también se hizo.

Dice Pantsov, además, que Gorbachov incluso mandó a publicar, en ruso, los discursos  y entrevistas de Deng, a lo que  sus colegas del Politburó accedieron entusiasmados.

Otra de las señales muy simbólicas que marcaron este reinicio amistoso de las relaciones entre los dos países ahora “camaradas”, fue la visita de Gorbachov a China , quien arribó a Beijing el  15 de mayo de 1989, en momentos en que Deng se enfrentaba a las manifestaciones estudiantiles que derivaron en los hechos de la plaza de Tiananmen. Pantsov afirma que  Gorbachov se mostró solidario con Deng, reusándose a tomar ningún tipo de contacto con los manifestantes  que esperaban encontrarse con él.

Todo ello  en el caso de la URSS y la RPC,  los más grandes países comunistas del siglo XX  cuya existencia marcó definitivamente ese período de la humanidad, no puede entenderse sólo como un  restablecimiento e intercambio de relaciones, es decir como “simple” hecho diplomático político. Lo que estaba sucediendo y sucedió fue un acercamiento ideológico en torno a una nueva idea de continuar con  el socialismo  en las nuevas condiciones globales  que empezaban a despuntar y que se harían tendencia definitiva en el S XXI, abriendo los mercados y las relaciones con el mundo capitalista en países que seguirían siendo gobernados por los partidos comunistas. En este sentido es necesario precisar que cuando hablamos del capitalismo  reconocemos, desde el marxismo-leninismo, que este viene atravesando por distintas etapas  y que en la etapa imperialista la existencia de la Unión Soviética,  con todo lo que se pueda debatir en torno a ella, no puede comprenderse  sino como la expresión máxima de la clase obrera en  lucha en el siglo XX contra el capital (articulando estratégicamente con las luchas obreras de los pueblos del resto del mundo). Los Estados no flotan  en el vacío, sino que se sustentan en relaciones históricas materializadas en la estructura de clase, no podemos entender el surgimiento de una clase capitalista trasnacional (etapa del imperialismo), sin entender a su contrario, la clase trabajadora internacional, la cual existe por las condiciones objetivas, aunque no se tenga conciencia de ella y en el S XX la existencia de la clase obrera en lucha se materializó principalmente, entre otras cosas, a través de la existencia de  un campo socialista realmente existente.

Ahora bien  en la dinámica dialéctica del desarrollo histórico de cualquier modo de producción las etapas cambian y con ellas cambia también la forma de expresarse del sujeto histórico de la transformación. Al  trasmutarse las relaciones de propiedad propias del capitalismo imperialista en  relaciones predominantemente financieras  en el S XXI se generan  nuevos campos de dominio. Esto tiene que ver con la propia evolución del sistema capitalista, ahora bajo el dominio del capital financiero en el que se monopoliza el uso de la moneda mundial en sus dos vertientes: sistema de pagos y el sistema de crédito y esto genera campos de control  monetario que se constituyen como el límite del modo productivo dominante. Y a la vez  el actual proceso de desdolarización y la emergencia del uso de monedas nacionales dentro de relaciones multilaterales deben entenderse una de las expresiones (indirectas) de la lucha de clases a nivel global. El caso de Rusia y China, y su área de influencia resultan ser entonces  una base consolidada desde la que se proyecta el proceso de  transformación cualitativa que puede impulsar el todo social hacia una  nueva determinación histórica.  Estos ejemplos dan cuenta de la necesidad de una teoría de la transición para efectos de visualizar los límites como necesidad de replanteamiento categorial, a fin de develar los procesos materiales que están listos para surgir, pero que presentan expresiones incipientes[4]

Que Gorbachov y el Partido Comunista de la URSS  no  hayan logrado recomponer el proyecto soviético para proseguir el camino revolucionario en las condiciones del S XXI como si lo logró China es otra cuestión que no se puede abordar aquí, pero que está, indudablemente, relacionada con la obsolescencia económica de un aparato productivo sobredimensionado,  que ante el aislamiento por parte de un occidente capitalista, todavía con gran perspectiva de desarrollo económico y político,  no pudo a su vez desarrollar la tecnología  para competir con el mismo, lo que llevó al desgaste  de la autoridad de dicho partido frente a la población del país y la burocratización  de la dirigencia soviética. Todo  ello producto asimismo de una historia de ataques y aislamientos extraordinarios que sufrió la URSS, como nunca antes país alguno en la historia,  y otras cuestiones propias de su historia revolucionaria que la obligaron a llevar el peso principal de la resistencia al capitalismo y a asistir a los demás países socialistas durante casi todo el S XX. En esas condiciones, y con las traiciones internas y operaciones de inteligencia extranjera mediantes, la URSS no pudo hacer la transición ordenada al “nuevo socialismo del siglo XXI” y cayó presa de los programas  neoliberales de shock económico en las manos de Boris Yeltsin[5].

Pero  esa mano que se daban Deng y Gorbachov en ese punto bisagra de la historia puede muy bien entenderse, simbólicamente, como la de dos corredores  de un mismo equipo  en medio de una competencia  en la cual uno de ellos que se está rezagando por el peso de su larga y esforzada carrera inicial le pasa al otro, que se adelanta, “la posta” para llegar a la misma meta por la que ambos estaban corriendo.

Si esto se entiende así (como lo entendemos nosotros), no estaríamos frente a ningún “fracaso” ni “colapso definitivo”   del socialismo y el comunismo, ni frente a ningún fin de su historia, sino a una metamorfosis propia de su dinámica dialéctica   en la interrelación  y contradicción del propio socialismo con el devenir del mundo capitalista, en momentos en que éste entraba (y sigue estando) en su última fase: financierista, parasitaria y neoliberal. Es decir que China no solo sigue siendo un país  socialista y marcha hacia las metas que según el marxismo deben ser las propias de cualquier país gobernado por el partido comunista, sino que, además, es la continuación (sin solución de continuidad) más vigorosa  aún y  en mejores condiciones  internacionales para el triunfo,  de la imparable energía socialista y comunista que tuvo su origen  en los albores del capitalismo consolidándose en la autoconciencia marxista en el S XIX  y expandiéndose exponencialmente en el siglo XX desde la Revolución de Octubre hacia todo el mundo con las experiencias de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas y la Gran Revolución China de 1949 que cambiaron el escenario global para siempre.

Este es nuestro punto de vista. Ya tratamos estas cuestiones  en otros trabajos[6]

El motivo de este “excursus” es dejar en claro, desde un principio, el hecho de  que, ateniéndonos a estas hipótesis, la discusión  sobre la  vigencia y validez o no del marxismo como tal y, por lo tanto, de su significación política  actual no tendría sentido en tanto esa vigencia y validez estarían más que nunca  corroboradas por la realidad, por lo que no es necesario ningún “renacimiento” ni ninguna “reconstrucción” o “reformulación” ni de ningún “marxismo después del marxismo”, en clave distinta de lo que el mismo ha sido históricamente en su “esencia”.   Y por supuesto queda   igualmente en claro que también serán totalmente distintas nuestras propuestas acerca  de la  actualización que debe tener  el marxismo, como teoría dialéctica, frente a las que parten de la visión del “fracaso soviético” (y por tanto del socialismo realmente existente) que se habría visto corroborado por la desarticulación y caída del mismo  en 1990.

Pero antes de entrar a esta cuestión, que es la razón de este trabajo, hagamos, previamente, una brevísima reseña de algunas de las innumerables  críticas que sufrieran  el marxismo y/o sus logros desde las propias posiciones marxistas o de izquierda radical por un lado y las ideas de aquellos que, sin criticar el marxismo, consideraron que la experiencia soviética se frustró  incluso mucho antes de  finales del siglo XX. No vamos a polemizar aquí con ellas  ya que el objetivo de este trabajo, como se adelantó, es otro.

1 Criticas al  marxismo desde el marxismo (o desde el pensamiento de izquierda) antes de la Revolución de Octubre

 Apenas constituido como un corpus coherente y lógico de ideas,  que iban a tener  el mayor impacto teórico y práctico que  una ideología ha tenido en la historia de la humanidad, el marxismo empezó a recibir, desde dentro del propio espectro de pensadores con pretensiones revolucionarias,   criticas como “puro” marxismo teórico es decir como  marxismo  antes del hecho puntual trascendental  de la Revolución Rusa de octubre de 1917, aunque esta “pureza”  teórica nunca se dio, ni se podía dar,  en la realidad por cuanto se trata de ideas revolucionarias es decir que nacieron con y para la para la praxis [7]. Algunas de estas críticas obtuvieron respuestas del propio Marx.

Ya en el marco de la Primera internacional, Marx había debatido con Mijaíl Bakunin (1814-1876), alrededor de 1869,  en torno a la idea de este último acerca de que  el marxismo llevaría inevitablemente a la creación de una nueva clase dominante — la burocracia del partido.  Bakunin se oponía a la dictadura del proletariado y al papel del Estado en la transición al socialismo.

Pierre-Joseph Proudhon (1809–1865) a cuya crítica Marx dedicó su famosa “Miseria de la Filosofía”,  pensaba que la concepción marxista de la lucha de clases y de la abolición del mercado era autoritaria e irrealizable. Proponía formas de socialismo no estatista ni centralizado.

 Los anarquistas fueron los primeros grandes críticos del marxismo desde posiciones radicales.[8]

 Por su parte Eduard Bernstein (1850–1932), autor de “Las premisas del socialismo y las tareas de la socialdemocracia” (1899), criticó el marxismo desde puntos de vista economicistas y deterministas afirmando que  la historia no sigue leyes inevitables. Propuso el revisionismo: lograr el socialismo mediante reformas democráticas, no revolucionarias. Su pensamiento se reflejaba en la sentencia acerca de que  "el movimiento lo es todo, el fin no es nada."  Paradójicamente fue alguien que considerándose “marxista” afirmó que la teoría marxista de la revolución era errónea. Terminó negando  el marxismo por considerarlo materialista, reduccionista e incapaz de explicar la complejidad del espíritu y la cultura.

2) Críticas desde el marxismo a la Revolución de Octubre de 1917

 Con  la Revolución de 1917 en Rusia  no aparecieron significativas críticas al marxismo como tal desde  dentro del marxismo. Mal podría haber sido así  teniendo en cuenta la euforia que se vivía en los círculos de izquierda al calor del evento revolucionario. Sin embargo sí hubo, a contracorriente de esta euforia dos críticas significativas que, salvaguardando el marxismo,  impugnaron la Revolución. Entre los marxista que criticaron a la Revolución Rusa  salvaguardando la vigencia y verdad del marxismo podríamos mencionar a Karl Kautsky (1854-1938) originalmente ortodoxo marxista, y crítico de Berstein. Después de 1917 criticó fuertemente a Lenin y a los bolcheviques, diciendo que la revolución había instaurado una dictadura que traicionaba el espíritu del marxismo en su trabajo “La dictadura del proletariado” (1918) afirmó que "el bolchevismo no ha sido un desarrollo del marxismo, sino una negación de sus principios democráticos."

También Rosa Luxemburgo (1871-1919) estuvo, en un principio,  en desacuerdo con los métodos de Lenin. Aunque no rechazaba la Revolución Rusa en sí misma, criticó  el “camino autoritario” que estaba tomando. Defendió el control democrático de las masas, no el gobierno de un partido único. "Sin elecciones generales, sin libertad de prensa y de reunión ilimitada, sin libre lucha de opiniones, la vida se extingue en todas las instituciones públicas, se convierte en una simulación de vida ("La Revolución Rusa” -1918). Debe reconocerse  en este caso en honor a la gran revolucionaria  polaco-alemana que Luxemburg finaliza reconociendo la importancia de la Revolución y del papel que en ella jugaban Lenin y Trotsky.

3) La defensa  del marxismo y la Revolución y la crítica  del estalinismo

A partir del “estalinismo”  en la Unión Soviética (1926/28 circa) tampoco surgieron, desde el marxismo, críticas al marxismo como teoría revolucionaria  en sí misma, ni a la Revolución de Octubre como gran hecho revolucionario,  pero si  a la URSS gobernada por Stalin considerándola  la “derrota” de la Revolución  particularmente por la “traición y burocratización” de sus dirigentes.  Debe hacerse inevitable referencia al principal detractor de Stalin y el estalinismo, pero defensor del marxismo  y de la Revolución de Octubre,  como fue el caso León Trotsky (1879–1940) miembro destacado del grupo bolchevique que llevó precisamente a cabo  la  propia Revolución. Sostuvo que la degeneración de la URSS se debió a la burocratización, no al marxismo ni a la revolución. Denunció la traición del proyecto original por parte de Stalin. En su obra “La revolución traicionada” (1936) sostuvo que "La dictadura de Stalin no es la continuación del bolchevismo, sino su negación." Trotsky fue el arquetipo del marxista que defiende la revolución pero denuncia su traición.

En ese camino Ernest Mandel (1923–1995), teórico trotskista belga, defendió la Revolución de 1917 como legítima y emancipadora pero vio al estalinismo y a la URSS como una degeneración política. Explicó la “degeneración” de la URSS como una reacción a su aislamiento internacional, sumado al ascenso de una casta burocrática: la burocracia (El significado de la Segunda Revolución Rusa).

Dentro de las corrientes trotskistas hemos de  mencionar unos pocos como  Alan Woods (británico, dirigente de la Corriente Marxista Internacional), Michael Roberts (economista marxista), Pierre Rousset y Daniel Bensaïd (marxistas franceses del NPA o LCR). Defendieron 1917 como un momento necesario y emancipador y consideraron que la degeneración del proceso revolucionario se debió a la burocracia estalinista, la guerra civil, el aislamiento internacional, y errores políticos. En nuestro medio Nahuel Moreno (Hugo Miguel Bressano 1924-1987).

Herbert Marcuse (1898-1979.Fue muy crítico de la URSS, considerándola una sociedad burocrática y represiva que había traicionado el potencial emancipador del marxismo.

Hal Draper (1909–1990)  Diferencia entre "marxismo de abajo" (poder desde las masas) y "marxismo de arriba" (partido autoritario).Consideró que la Revolución fue buena, pero el bolchevismo cayó rápidamente en el segundo tipo. Paul Le Blanc, historiador marxista, defiende la revolución, pero cree que el partido bolchevique no corrigió a tiempo su curso autoritario.Este enfoque sigue vivo hoy en muchos sectores de la izquierda marxista, especialmente en el trotskismo, el marxismo “democrático”, y algunas variantes del eco-socialismo crítico[9]

También teóricos como Louis Althusser (1918-1990)  estuvieron de alguna manera dentro de esta posición.

4) Críticos de la Revolución y de la experiencia soviética de “marxistas” que no fueron testigos de la caída de la misma en 1990

Hubo también un grupo de pensadores que defendió aspectos del marxismo (análisis del capitalismo, lucha de clases, proyecto emancipador) pero consideró que la Revolución Rusa de 1917, como toda la  experiencia Soviética, tal como fue realizada y desarrollada, fueron un error por sus métodos por su deriva autoritaria por su reducción de la democracia.

Entre ellos Pannekoek y su concepción del  comunismo de consejos. Anton Pannekoek (1873-1960) defendía un marxismo de autogestión (comunismo de consejos).Se opuso a la Revolución de Octubre por considerarla un golpe autoritario del Partido. Consideraba que la revolución  debía constituir   una  auto-organización de las masas y no una toma del poder por un partido. "El poder de los soviets fue anulado por el aparato del partido; la revolución se convirtió en su opuesto”. Pannekoek consideraba incorrecta la vía leninista desde su inicio.

 También Karl Korsch (1886-1961) que  al principio apoyó la revolución,  luego terminó afirmando  que la Revolución de 1917 fue prematura y mal dirigida. Sostenía que el capitalismo ruso no estaba maduro para el socialismo, por lo que el intento sólo podía degenerar.

En el sedicente “marxismo socialdemócrata”  (corriente vinculada a la Segunda Internacional, con profunda influencia de Berstein y Kautsky ), anterior a su deriva neoliberal,  también se sostenía  explícitamente que la Revolución Rusa fue un error desde el principio; era un camino equivocado; se debía buscar una transición democrática y por supuesto criticaron también la experiencia soviética.

 

5) El Marxismo desde el Marxismo antes y después del 1990

Finalmente, autores  marxistas pertenecientes al llamado “marxismo occidental”, como Perry Anderson y otros como Fredric Jameson y Alain Badiou también han terminado afirmando, particularmente después de 1990, que adherían a la  Revolución Bolchevique, desde distintos puntos de vista, repudiando el proceso soviético y planteando una defensa del marxismo pero con reinterpretaciones (geopolíticas, culturales  y como acontecimiento ontológico)

En el caso de Anderson en artículos como “Renewals” (New Left Review, 2000) afirma que el marxismo sufrió una derrota histórica estratégica principalmente por el colapso de la URRS  y el retroceso de la izquierda europea aunque termina sosteniendo el valor del marxismo como herramienta crítica e historiográfica pero no como una guía para la acción.

Fredric Jameson por su parte acepta la validez del marxismo pero desde una aproximación cultural al concepto  afirmando que la utopía no es un proyecto político inmediato, sino una necesidad estructural del pensamiento crítico.

Badiou por el contrario acepta el marxismo como guía para la acción pero propone reinventar el comunismo como evento y rechaza la idea de que la historia tenga una lógica interna necesaria como una idea de progreso histórico inevitable hacia el comunismo.

 Una influencia importante tuvo en este sentido el llamado “marxismo analítico” de  Gerald Cohen y otros que negaron todo el proceso revolucionario soviético incluida la Revolución (y el leninismo) por considerar todo ello como expresión del totalitarismo pero reformularon el marxismo como teoría del desarrollo tecnológico.

Estos autores tienen la particularidad de que  han criticado, “desde el marxismo”, al propio marxismo y/o a la revolución y/o la experiencia soviética  antes y después de la caída de la Unión Soviética en 1990 con reinterpretaciones propias del significado del concepto,  lo que contribuyó a abrir las puertas a los planteos de un “marxismo después del marxismo”. El debate contra este tipo de afirmaciones es como se adelantara el propósito de este artículo.

 

La defensa de la experiencia soviética desde el marxismo y el antiimperialismo

Fuera ya de la anterior enumeración de críticos ya sea del marxismo, de la Revolución, del estalinismo y del proceso soviético antes y después de cada uno de estos acontecimientos no queremos dejar pasar la ocasión para  mencionar a algunos destacados teóricos que  han defendido y defienden no solo el marxismo y la Revolución de Octubre sino también la experiencia soviética y del “socialismo real” entre ellos:

 Carlos Martínez (marxista-leninista británico, Friends of Socialist China) defiende  la experiencia soviética afirmando que fue una gran victoria de la humanidad. Reconoce errores (especialmente burocratización), pero dice que el balance fue positivo. Critica la "leyenda negra" anticomunista sobre la URSS. También  defiende el papel de China como construcción socialista adaptada a su contexto. Apoya la alianza de Estados soberanos anti-hegemonistas. Sostiene que la multipolaridad es un paso progresivo frente al imperialismo estadounidense,  con apoyo fuerte a China y defensa geopolítica de Rusia.

Ben Norton (Geopolitical Economy Report) afirma que  la caída de la URSS fue una catástrofe global ya que a partir de ella aumentó pobreza y desigualdad. La experiencia soviética fue, en su balance, positiva, con logros sociales y económicos innegables. Defiende a China, Rusia, Irán y Venezuela como partes de un bloque antiimperialista. Denuncia la hipocresía occidental sobre derechos humanos y propone una alianza multipolar para frenar el “imperialismo” de EE. UU. y de la OTAN.

Para Radhika Desai (Profesora marxista, Geopolitical Economy Research Group, Canadá) la experiencia soviética no solo no fue un fracaso sino que  representó un avance del socialismo y la soberanía nacional. La caída se debió a una combinación de traición interna y presión imperialista. Reivindica muchos aspectos de la economía planificada soviética. Defiende la construcción multipolar, con un bloque de Estados soberanos frente al imperialismo occidental. Apoya el rol de China como motor del nuevo orden mundial. Ve a Rusia, Irán, Venezuela como actores progresivos en la geopolítica actual. Su posición es una de las más articuladas en el actual “neo-campismo” académico.

 Vijay Prashad ( Marxista -Instituto Tricontinental) Reivindica la historia soviética como fundamental para las luchas anticoloniales. Reconoce errores, pero dice que fue un proyecto revolucionario histórico que abrió caminos emancipatorios. Defiende un nuevo no-alineamiento y un mundo multipolar. Apoya la defensa de China, Rusia, Irán, Venezuela y Cuba frente a los intentos de desestabilización occidental. Promueve la solidaridad con los procesos soberanistas del Sur Global.

 Finalmente en The Grayzone , Max Blumenthal, Aaron Maté ( antiimperialistas) y otros no suelen teorizar mucho sobre la URSS, pero rechazan la demonización de la historia soviética. Tienden a ver la caída de la URSS como una derrota para el movimiento antiimperialista global  y plantean un apoyo fuerte a Rusia frente a la OTAN y la defensa de China frente a la guerra híbrida de EE. UU. También el apoyo a Irán, Venezuela, Siria como Estados que resisten el hegemonismo occidental.

 

 

“Marxismo después del Marxismo”

En “Políticas de la Memoria  n° 10/ 11/12, verano 2011-12” en un artículo denominado precisamente, “El marxismo después del marxismo”, Ariel Petruccelli aborda el análisis de una polémica  entre Horacio Tarcus y Elías Palti (2008) disparada por una carta de Oscar del Barco en la revista la Intemperie (2004).

Tarcus, en su respuesta a Del Barco había escrito textualmente “No, no estamos en el punto de partida, puesto que el nuevo humanismo después del momento de la violencia revolucionaria, ha perdido la inocencia. Prosigue su lucha pero con beneficio de inventario” (cita  en el artículo de Petruccelli).

 Esta afirmación de Tarcus como otras de su  artículo fue a su vez criticada por Palti como de medio camino (Tarcus se quedó corto) en tanto que  la cuestión no era acerca de la validez instrumental de los medios sino profundamente conceptual,  es decir que Palti cuestionaba directamente la entera cultura de izquierdas, es decir, a la validez misma del marxismo.

 Tarcus, a su vez,  en un extenso artículo, habría replicado pero no simplemente a esta crítica sino a todo el pensamiento de Palti sobre el asunto condensado en su libro “Verdades y saberes del marxismo” en el que habría desarrollado: “un análisis deconstructivo del marxismo, cuyos fundamentos se declaran destrozados”. No nos detendremos  en los comentarios de las primeras páginas del artículo de Petruccelli sobre el marxismo como verdad o como saber o en las alusiones a los pensamientos de Nahuel Moreno,  Ernst Mandel o Perry Anderson ni a la cuestión de si “cada avance  de la clase obrera  es también un avance de la revolución socialista” cuestión que además parece planteada en términos demasiado esquemáticos.

Pero partir de este punto Petruccelli pasa a hablar  en primera persona y a discutir con las ideas de Palti.

Tampoco  vamos aquí a hacer referencia literal a los argumentos de ambos para no extender este artículo y sobre todo para no seguir en el laberinto de quien dijo que cosa ya que no se trata en el caso de un  ejercicio de exégesis sino de un debate ideológico. Trataremos en cambio de  enunciar algunos puntos de esta crítica de  Petruccelli a Palti  (contenido fundamental del artículo de Petruccelli).

En general las preguntas surgen  de afirmaciones de Palti  en su ensayo “Verdades y saberes…” y algunos trabajos anteriores y  Petruccelli contesta a cada una de ellas con interesantes  (aunque para nosotros en muchos casos incompletas o inexactas) conclusiones.

Antes de abordar los interrogantes a los que nos referimos  debe volver a decirse que, según nuestro punto de vista, lo que sobrevuela  a los mismos es la convicción de que con la implosión soviética y de gran parte del “campo socialista” en 1989/92 no solo habría fracasado  la experiencia práctica del socialismo sino que, con ello, también quedaría invalidada  en sus fundamentos la teoría marxista (Palti); o que la Revolución fue un gran acontecimiento político marxista  pero su continuidad en la experiencia soviética y la final implosión de esta corroborarían la necesidad de una refundación de un “nuevo” marxismo ( Petruccelli).

 Insistimos en que si esto no se considerara de estas maneras muchos, sino todos, los  interrogantes que habremos de abordar carecerían de sentido.

Una primera cuestión que queda planteada es la de: ¿si el marxismo se reveló (supuestamente)  inútil como herramienta para transformar la realidad,  (lo que  obligaría a admitir que toda su teoría estaba errada, cuestionándose sobre toda la “subjetividad militante)  se puede seguir siendo  marxista aunque la revolución “haya fracasado”? Pregunta  que tiende  a relativizarse  arrojándose argumentos acerca de que,  sí se justificaría ser marxista y revolucionario aún en esas circunstancias en tanto nunca se puede estar seguro si el fracaso es definitivo.  Y también se da como ejemplo el que las dificultades para pasar del diagnóstico social a la propuesta de soluciones viables  es omnipresente en las ciencias sociales y también se afirma  que, aun considerando la derrota como definitiva,  el argumento de “seamos realista luchemos por lo imposible”, escrito  en las paredes parisinas del mayo del 68, justificaría el seguir luchando por los objetivos planteados por el marxismo para logar al menos algo.

En términos generales nuestra respuesta a estas cuestiones debe ser negativa. La concepción de una derrota definitiva la revolución  o su postergación sine die a la espera de algún “acontecimiento” futuro  impredecible por el momento, que implicaría también  una sinrazón retrospectiva  en tanto camino errado hacia la frustración y dejaría al alzamiento de la Comuna, a la Revolución de Octubre y a la Revolución china del 49 e incluso a la Cubana del 59 como  espasmos del proceso hacia el fracaso  que habrían tenido corta vida para después caer o degenerar en algo que no puede ser llamado socialismo , impediría seguir siendo marxista y no justificaría una subjetividad y una praxis militante desde esa ideología. Y ello debería ser así  dado que, si una ideología (una teoría y una práctica auto-conscientes) que nació hace 150 años atrás prometiendo cambios existenciales para  la humanidad, no habría logrado mostrar más que por muy breves períodos de tiempo [10] alzamientos revolucionarios que no pudieron consolidarse y desbarrancaron de distintas maneras y luego de menores o mayores plazos de duración,  la imposibilidad de realización plena del proyecto socialista sería evidente  y el empecinamiento por seguir proponiéndola sería no más que eso, un empecinamiento irracional. En cuanto a  alguna “salida a medias” como la de seguir luchando desde una “visión marxista” aunque se sepa  que el socialismo  no va a ocurrir para sustentar algunos ideales  propios del marxismo como los de igualdad, libertad y solidaridad[11], ( como el cura de Unamuno que habiendo perdido la fe en dios seguía predicando la religión católica porque creía que era lo mejor para todos[12])  tampoco tendría sentido  ya que, en ese caso, aludir a la palabra “marxismo” sería aprovecharse de la fuerza ideológica del término, sesgando arbitrariamente su contenido, y dando oportunidad a criticas implacables que confundirían aún más acerca de la cuestión. Una actitud intelectualmente honesta debería  especificar claramente cuál es la matriz ideológica, filosófica, política y económica  de la propuesta  (como por ejemplo  un “aggiornamiento” de los ideales de la ilustración reconociendo  que no se trata de un planteo socialista ni mucho menos marxista y que tampoco se está proponiendo una salida clara del capitalismo).

También es inaceptable la sugerencia de Petruccelli de que aun convencido de que el marxismo es imposible  por siempre jamás “Nuestro marxista podría abandonar la lucha por modificar la sociedad global pero intentar establecer islas de socialismo  a pequeña escala” (pag 7)

En relación a todo ello surge evidente la cuestión señalada anteriormente en cuanto a que lo definitorio en este sentido es si se considera al proceso del “socialismo realmente existente” in totum, es decir a la Revolución de Octubre y las otras que surgieron a su abrigo  en el siglo XX, como productos reales de largas luchas plebeyas y obreras y  como triunfos reales del marxismo constituyendo experiencia socialista de la Unión Soviética de más de 70 años y las que la acompañaron, especialmente la china, como grandes y necesarios avances del socialismo  que cambiaron el mundo y dejaron un legado tremendamente vital que permite hoy marchar hacia la  transición definitiva al comunismo  en todo el globo terrestre[13],  o si, todo ello se echa por la borda y se reconocen solo como expresión de marxismo los momentos de levantamientos populares y de guerras revolucionarias (incluida la Revolución de Octubre) como testimonios de heroísmo, abnegación y superioridad moral de sus actores pero posteriormente frustrados o desviados.

En este último caso se estaría hablando de un “marxismo perdedor” totalmente debilitado y deslegitimado por lo que volvemos a la afirmación inicial  de que no se justificaría en modo alguno pretender continuar siendo marxista o sujeto de una práctica marxista verdaderamente revolucionaria,  ya que de pretender seguir la lucha política y social desde esa posición  se  estaría  luchando precisamente en el marco  de un “marxismo después del marxismo” o de un “marxismo a mitad de camino”, lo que constituye una contradicción en los términos.  Implicaría aceptar una lucha pretendidamente revolucionaria  pero llevada adelante, en concreto,  desde la perspectiva de una clase solo “en  sí misma”, que lucha por reivindicaciones particulares dentro  el marco del capitalismo sin propuesta creíble de posibilidad de cambio de sistema (es decir voluntarismo puro)  o, peor aún, sería una  resistencia al poder por la resistencia misma sin importar objetivos ni consecuencias y pretender seguir siendo marxistas.

 En este sentido se terminaría coincidiendo con el posestructuralismo  y el posmodernismo que reniegan explícitamente del marxismo  a partir de reemplazar la teoría profunda revolucionaria por epistemologías  y técnicas de acción totalmente limitadas. No se puede luchar realmente por una revolución socialista solo con “cajas de herramientas” epistemológicas”, “genealogías” fragmentadas, “deconstrucciones” lingüísticas  o lógicas  de las “identidades colectivas”. La diferencia está en que  estas últimas “teorías” declaman que para ellas el marxismo “ha muerto” con lo que en su error histórico político tremendo  aún mantienen la coherencia teórica.

 

La siguiente cuestión que identificamos en este debate que estamos analizando, encadenada con la anterior es la que deja en pie la pregunta acerca de si el verdadero marxismo plantea el advenimiento del comunismo como algo inevitable  o si existe algún grado de contingencia como la aparentemente  introducida por la consigna de Engels-Luxemburgo “Socialismo o Barbarie” y que según Palti (según Petruccelli) también habría introducido Trotsky.

Este debate tiene como eco de fondo indirecto, como se advertirá, la cuestión del determinismo económico de la base hacia la superestructura  que supuestamente surge   del famoso prólogo de Marx a la “Introducción a la Crítica de la Economía Política de 1857 interpretada binariamente y a partir de un entendimiento erróneo del término “determinar”, por parte de muchos marxista y, especialmente desde el althusserianismo con su recurso a la “determinación en última instancia” y  desde el trotskismo  (particularmente el de Nahuel Moreno) en cuanto a la primacía (también en última instancia) de la lucha de clases.

Hemos sostenido en otros espacios  que, ni el determinismo lineal (causa y efecto) ni el determinismo  “en última instancia” de ninguno de los términos sobre otro dentro  de la dinámica  del modo de producción planteada por Marx en el prólogo y otros lugares de su obra constituyen una interpretación correcta de lo que dijo su autor, quien, por ser hegeliano (y materialista), ha usado el término “determinar” como parte de la ecuación dialéctica de afirmación (fuerzas productivas), negación (relaciones de producción) y negación de la negación (superestructura –lucha de clases), lo que de ninguna manera  implica primacía de ningún tipo, ni siquiera interrelación ni co-determinación sino el “aufhebung” (superar conservando)  hegeliano en el que los tres términos se refieren a momentos de una unidad en la que unos se contienen en  otros. Dicho en otros términos tanto las fuerzas productivas, como las relaciones de producción, como la superestructura y la lucha de clases son ni más ni menos que personas, seres humanos  que trabajan se relacionan y luchan (son parte de instituciones o atacan esas instituciones) y todo ello al mismo tiempo y en un mismo esfuerzo. Y lo son en un sentido objetivo y subjetivo a la vez condensado todo ello en la praxis.

“Las clases sociales, definidas a partir del modo de producción, no forman parte de una realidad estática, sino de totalidades orgánicas en movimiento que se nutren de su propia fuerza; es decir, de estructuras que son al mismo tiempo procesos, y que nunca se va a encontrar expresiones “puras” de los fenómenos. Por el contrario, siempre se encontrarán expresiones de distintos intereses sociales, que irán desde lo local hasta lo global y variarán dependiendo el sector económico, y, por supuesto, del tipo de sujeto productivo que derive de las distintas relaciones sociales de producción que se desarrollen… Vale la pena recordar que, para Marx, el método se encuentra imbricado con la realidad misma, por lo que hablar en términos “puros” de la lógica que lo anima queda relegado a un segundo plano de aquí que la famosa introducción del 57 quedara incompleta)”[14]

Dicho esto, y refiriéndonos directamente a la cuestión planteada, desde nuestro punto de vista  y en el mismo sentido en que venimos argumentando, si no se considera como inevitables el proceso revolucionario (en la forma que adquiera la lucha de clases en el momento concreto) y el surgimiento a partir de ello de las condiciones para la construcción del socialismo y el comunismo  en el que ese proceso terminará,  también inevitablemente, desembocado en ello, creado por la lucha  del sujeto histórico en todo el mundo,  la propia lucha de clases y la militancia revolucionaria, como tales, se ven profundamente afectados y terminan perdiéndose en el posibilismo o en conceptos vacíos de sentido.

La lucha militante no se apoya nunca en la desesperación del “puedo luchar pero eso no asegura que el socialismo vaya a ser realidad alguna vez”. La mínima duda sobre el advenimiento inevitable del socialismo, por un lado, mella la energía militante pero, además y  principalmente  (para no quedarnos en el mero instrumentalismo) esa duda, si se entiende lo  que venimos planteando sobre la vitalidad,  hoy mayor que nunca, del proceso socialista mundial, no tiene bases reales. Respecto del pensamiento de Marx sobre esta cuestión nos dice  Hobsbawm: “Por supuesto  es posible e incluso relativamente fácil formular una defensa histórica  más modesta  de la necesidad o tal vez la inevitabilidad  del paso del capitalismo al socialismo, pero entonces perderíamos dos cosas que eran importantes para Karl Marx  y desde luego para sus seguidores (incluido yo): a) la sensación de que el triunfo del socialismo es el final lógico de toda la evolución histórica hasta la fecha ; y b) la sensación de que señala el final de la ‘prehistoria’ por cuanto no puede y no quiere ser una sociedad antagónica.”[15] Y, agregaríamos nosotros, que la importancia de esas “sensaciones” tiene que ver con la eficacia del discurso revolucionario para la praxis revolucionaria que al fin y al cabo para el marxismo es el único criterio de verdad. Es decir que la inevitabilidad no es solo desde el punto de vista subjetivo sino que es objetivamente cierta o mejor dicho  de la contradicción dentro de  la unidad objetivo –subjetiva emerge una praxis necesaria y un triunfo final inevitable.

 Esto es rechazado por quienes teorizan desde “el marxismo después del marxismo” en tanto que   también sobrevuela aquí el enfoque  derrotista acerca  de que el marxismo y el socialismo no habrían logrado hasta ahora expresarse en ninguna experiencia de poder político con sustentabilidad y escala como para ser consideradas antecedentes históricos del camino al socialismo  y de que  las  principales experiencias de levantamientos revolucionarios habrían  terminado  en  muchos,  sino en todos, los casos en terribles degeneraciones político-sociales. Por otra parte esta posición  se contrapone al entendimiento de la historia como sistema  es decir al concepto de totalidad, de orden hegeliano, presente profundamente en la concepción marxista.

 Insistimos en que si se tuviera en cuenta, en cambio, como debe ser, que la impresionante energía del socialismo viene transformando el mundo desde las primeras luchas campesinas y plebeyas desde el mismo advenir del capitalismo, que exasperaron a la burguesía mundial llevándola a terribles enfrentamientos bélicos, luchas  que se continuaron en extraordinarios triunfos y construcciones sociales que erradicaron por primera vez totalmente la pobreza en los marcos  nacionales de países subdesarrollados como lo eran Rusia y China, garantizando salud y educación a toda la población sin exclusiones eliminando el analfabetismo y  reduciendo  a mínimos relativos la mortalidad infantil y  llegando al pleno empleo,(con lo que  forzaron al mismo capitalismo a ensayar los estados de bienestar del S XX,  para poder sostener la lucha ideológica) y que permitieron el despliegue  de luchas por la liberación nacional y social en todo el mundo subdesarrollado, y se tuviera en cuenta además que como producto de toda esa energía revolucionaria acumulada se encuentra hoy el capitalismo en una crisis terminal y despuntan proyectos alternativos de claro corte socialista ( en los términos del tránsito a una nueva era), no solo no  aparecería como utópica o inalcanzable la realidad del socialismo y el comunismo sino que  no habría  siquiera  lugar para entrar en el terreno de la contingencia.

Otra cosa es afirmar que el camino al socialismo está garantizado o es posible de alguna manera sin lucha de clases. Pero ya hemos adelantado que esa determinación histórica que muchos quieren, en contra del pensamiento de Marx, reducir a la determinación económica,  se refiere, en realidad y como síntesis de la ecuación lógico dialéctica de: fuerzas productivas-relaciones de producción-superestructura,  a la inevitabilidad de la lucha de clases que ha de llevar, también inevitablemente, al socialismo y al comunismo ( cuyo surgimiento y desarrollo  en este sentido si estarían mediatamente determinados por esa lucha.) Insistimos, no estamos hablando de una determinación (inevitabilidad) solo objetiva sino de una que surge de la unidad y la contradicción  de lo objetivo con lo subjetivo.

Nuevamente  entonces: la “determinación” del prólogo y de otras partes del plexo marxista es, como ya dijimos  una determinación dialéctica. La  superestructura en la que se despliega la lucha de clases no es más que uno de los  términos de la unidad formada por la afirmación la negación y la negación de la negación (que no implica ninguna linealidad sino un movimiento permanente en forma de espiral), y todos los elementos que ella expresa  particularmente la lucha de clases son igualmente de necesarios en términos históricos (unidad de los objetivo y lo subjetivo). En concreto ello significa que el socialismo es inevitable porque también, y particularmente, es inevitable  la lucha  por socialismo hasta su conquista. Dialéctica hegeliano-marxista pura.

 Al fin y al cabo según el Manifiesto Comunista “La historia de todas las sociedades hasta el presente es la historia de la lucha clases”. 

Para que esta conclusión sea completa debe abordarse (también desde la dialéctica del materialismo histórico) la  cuestión del sujeto histórico y la lucha de clases sobre lo que ya algo adelantáramos al comienzo de este artículo. Creemos haberlo hecho con suficiencia en nuestro “El Sujeto Histórico en la Globalización”[16] en donde defendemos la tesis de que el sujeto histórico  revolucionario se forma ya en los albores revolucionarios con las luchas campesinas que  prosiguen con las luchas obreras del siglo XIX y luego ya en una expresión más compleja pero que no altera su naturaleza, como la alianza de los gobiernos de la clase obrera del campo socialistas articulando con los movimientos de liberación nacional y las luchas de la clase obrera de los países industrializados y, finalmente hoy, en una síntesis de los momentos anteriores adquiere formas propias de enfrentamiento al capitalismo de fase final preparando la transición efectiva hacia el socialismo mundial. En este sentido la explosión económico-política del fenómeno de una China guiada por su partido comunista y su  tremenda repercusión a nivel global que está suponiendo un reacomodamiento de placas tectónicas en el proceso histórico de la humanidad, más la articulación con otros países sobre todo de los llamados “subdesarrollados y las  luchas populares que se hallan en sintonía con este proceso es un dato contundente sobre la vigencia de la subjetividad revolucionaria y su expresión en nuevas y distintas formas que empiezan a verse como el “arribo a la meta” en aquella carrera en la que uno de los corredores le pasó su posta (energía revolucionaria) al otro, que mencionáramos al principio.

Inevitabilidad

En cuanto a la contingencia Petruccelli remite a Merleau Ponty y a una referencia de este a Hegel (sacada de contexto) para sustentar su afirmación acerca de que “Es un pensamiento  que reivindica la acción, la militancia, la apuesta política, asumiendo la existencia irreductible de la contingencia, lo imprevisto y la ignorancia sobre el futuro. El tipo de pensamiento, precisamente, que debería, ser la base de una subjetividad militante una vez que se asume que no hay leyes de la historia que nos conduzcan ineludiblemente a ningún sitio; y que todo objetivo político  debe ser defendido simultáneamente  en el campo realista de su posibilidad y en el terreno ético de su deseabilidad”  (pag 10)

Al respecto cabe decir que Hegel si bien no habla de predictibilidades, sobre todo por eso de que “El búho de Minerva alza su vuelo en el crepúsculo” para el inmenso pensador suavo, desde el punto de vista del concepto (Begriff), el Absoluto se realiza necesariamente. El espíritu no puede no buscar su autoconocimiento, es su esencia Es un proceso teleológico y necesario en el plano de la idea: El Espíritu se realiza en el tiempo como autoconciencia libre (Fenomenología del Espíritu y otros trabajos).

Pero ya para Marx, que desde  el materialismo supera el idealismo del concepto y el Absoluto, la inevitabilidad es empírica,  como lo deja en claro en varios pasajes del Manifiesto (…la burguesía…produce ante todo sus propios sepultureros. Su hundimiento y el triunfo del proletariado son igualmente inevitables) [17] pero también se refleja en toda su obra[18].

Insistimos en que la inevitabilidad para el marxismo consiste en que los seres humanos trabajando, desarrollando la ciencia y la técnica, relacionándose productivamente entre ellos y desplegando la lucha de clase, cosas que harán inevitablemente, también inevitablemente llegarán a la transformación mundial definitiva del capitalismo y de toda la era de la violencia y dominación del hombre por el hombre para pasar a la construcción del socialismo y el comunismo a nivel global.

Ahora bien si por  contingencia  se concibe la posibilidad de que un asteroide gigante , una eclosión solar o cualquier otro cataclismo no previsto  que nos regale el universo  infinito, o cualquier otro evento que no dependa del género humano y que escape totalmente a su control se produzca y evite  el arribo de la humanidad al comunismo por simple extinción del planeta,  entonces si estaríamos de acuerdo en que allí si juega la contradicción dialéctica entre  la determinación y la contingencia,  que tendría a la posibilidad ( y no a la certeza) como síntesis.

Una vez más, no hablamos de inevitabilidad como fuerza mágica o destino divino sino como una realidad que podemos conocer a partir de la ciencia marxista y del materialismo histórico, que por eso mismo tienen status científico en el marco de las ciencias sociales y  que nos permiten ver el rumbo de la humanidad desde sus orígenes y la potencia de la praxis humana como condiciones “determinantes”.

 En la carta a Joseph Weydemeyer (de marzo de 1852) Marx  se expresa con claridad: “Lo que yo he aportado de nuevo a sido demostrar 1) que la existencia de las clases solo va unida a determinadas fases históricas del desarrollo de la producción 2) que la lucha de clases conduce necesariamente a la dictadura del proletariado 3) que esta misma dictadura no es por si más que el tránsito hacia la evolución de todas las clases y hacia una sociedad sin clases[19].

 

Actualizaciones del marxismo y del materialismo histórico.

Como conclusión una breve referencia a aquello que sí creemos necesario abordar en términos de una “actualización” del marxismo y del materialismo histórico sin que por ello se incurra en el camino fatal de las reinterpretaciones, reconstrucciones o  renacimientos como “marxismos después del marxismo”.

Si sobre muchas de las cosas que se han venido  diciendo hasta ahora resuena el eco  de la Tesis 11 (no solo contemplar o describir sino transformar el mundo), la cuestión  que ahora vamos a abordar  es la de la dinámica interna del propio marxismo  es decir de aquellos aspectos  que deben actualizarse, cambiarse,  desestimarse o agregarse, sin que la idea central de la transformación inevitable  del mundo y del ser humano  a partir de la interrelación dialéctica  entre  el desarrollo de las fuerzas productivas y la lucha de clases,  en la forma que esta vaya adquiriendo, sea afectada. Resonaría aquí otra conocida  idea fundamental del marxismo, expresada esta vez por Engels en su carta a Schmidt (1890) “La concepción materialista de la historia tiene muchas veces enemigos que la presentan como un esquema rígido, como un dogma. Pero esta concepción es una guía para el estudio y la acción, no una llave mágica que lo resuelve todo de antemano”. Ello tuvo sus réplicas en Lenin (El estado y la revolución),  Trotsky  (La Revolución Permanente) y Mao (Sobre la contradicción) entre muchos otros.

La idea es, por supuesto, solo dejar planteados aquí interrogantes sobre diversas cuestiones  que merecerían según nuestro punto de vista ser materia de  esas “actualizaciones” como culminación de este trabajo  y de ninguna manera pretender hacer propuestas concretas definitivas[20]

Ya nos hemos referido a la cuestión del determinismo histórico lineal  y mecánico  que más que una actualización lo que ha exigido es un correcta interpretación  desde el pensamiento efectivamente materialista y dialéctico. Es cierto que lo que hizo más imprescindible el esfuerzo de interpretación fue la deformación sobre el tema   proveniente de varios autores de la “Academia de Ciencias de la  Unión Soviética”  pero ello es materia de la historiografía teórica  sobre el marxismo de la que no nos vamos a hacer cargo, al menos aquí.

De todos modos tales concepciones derramaron interpretaciones  positivistas e incluso estructuralistas  sobre cuestiones como la relación entre fuerzas productiva relaciones de producción superestructura y lucha de clases  y además sobre la linealidad histórica de la sucesión de los modos de producción  y su reducción a los cuatro tipos mencionado en el citado  prólogo a la  Contribución a la Crítica de la Economía Política. Pero también lo hicieron  especialmente sobre la cuestión de las etapas históricas y su sucesión como fases “superiores”. Sobre todo la cuestión de una interpretación dialéctica de todo ello que dé respuesta real y contundente  a las críticas que  desde la historiografía burguesa se han multiplicado a partir del supuesto “fracaso del socialismo real” y que pueda explicar el mundo actual, la tendencia histórica imparable hacia el socialismo y en el marco de ello la realidad actual de la República Popular China  y del campo de alianzas y asociaciones poderoso que se está configurando como alternativa a un capitalismo decadente y en crisis.

Es preciso decir aquí que pretender en la nueva etapa de capitalismo que estamos atravesando y en medio de la crisis civilizatoria de la que nos habló  Fidel,  en la que vivimos, pretender que las expresiones de socialismo a nivel de estados nacionales sean un calco o tengan un parecido a lo que fue la Unión Soviética y el campo socialista y/o a las guerras de liberación nacional de los países dependientes del imperialismo del S XX,  es no entender la dialéctica del movimiento histórico que incluye a las manifestaciones del sujeto histórico y su adaptación a cada etapa de la lucha de clases a nivel internacional y nacional . Es decir sería una posición dogmática que  el marxismo repele.

Pero retomando la temática sobre la que veníamos hablando , nuevamente Hobsbawm: “Nos quedan entonces los problemas históricos específicos acerca de la naturaleza y la sucesión de las formaciones socioeconómicas  y los mecanismos de su evolución  interna y su influencia recíproca son campos donde el debate  ha sido intenso … y en algunos caso el avance con respecto a Marx ha sido impresionante. Asimismo análisis recientes han confirmado  la brillantez y la profundidad  del pensamiento y la visión general de  Marx aunque también ha llamado la atención sobre las omisiones de su trabajo en particular de los períodos pre-capitalistas”[21] 

Nuestra propuesta in extenso la hemos desarrollado en “La continuidad de la Historia…” y la estamos precisando en una futura publicación sobre materialismo histórico pero no es posible reproducirla aquí. Solo diremos que al análisis marxista original añadimos una división histórica superior entre lo que  hemos denominados “modos de existencia” y también una distinta diferenciación entre los modos de producción, las relaciones de producción (a lo que debe agregarse el concepto de modos de acumulación- regulación en el que se expresan plenamente las luchas de clases) que lleva a su vez a identificar tres etapas dentro del modo de producción capitalista y tres modos distintos de acumulación –regulación dentro de ellas[22] que a su vez desarrollamos en “Globalización tercera-y última- etapa del Capitalismo”[23]

Como se puede apreciar no estamos hablando de ningún nuevo marxismo  o materialismo histórico  sino de una extensión de los alcances de los conceptos originales del marxismo y el materialismo histórico original[24]

El sentido de estas últimas líneas  es el de instar a este tipo de debates desde dentro del marxismo de siempre.



[1] A propósito del artículo de Ariel Pettruccelli  en Políticas de la Memoria 2012

[2] Pantsov, Alexander (con Steven Levine) “Deng Xiaoping. A revolutionary life” Oxford University Press  New York  2015 Pags 406 y ss.

[3] Kissinger, Henry “China” Debate Buenos Aires 2012

[4]  Para estas reflexiones nos hemos apoyado en Carolina Hernández Calvario  Oscar David Rojas Silva “El método y la transición en Agustín Cueva”  El ejercicio del pensar Número 27 • Junio 2022 

 

 

[5] De todos modos no se puede considerar una casualidad que desde el año 2000 cuando Vladimir Putin accede al gobierno en Rusia y el país sale de la encerrona neoliberal a la que lo condujera Yeltsin y buscara un destino autónomo, el Partido Comunista de Rusia quedara como la segunda fuerza política del país  y Rusia se fuera acercando más y más a la República Popular China y se enfrentara más y más con la Alianza Atlántica expresión militar del capitalismo global financierizado.  

[6] Ciafardini, Mariano “La continuidad de la historia. Explicación marxista del fenómeno de la República Popular China” Ed. Luxemburg. Buenos Aires 2022

[7] Marx y Engels son desde su juventud, a la par que teóricos,  militantes políticos y piensan y escriben desde dentro de las luchas obreras y populares de los años 40 del S XIX De hecho el propio “Manifiesto” es redactado a pedido de una organización revolucionaria como lo fue la Liga de los Comunistas.

[8] Hubo por supuesto numerosas  críticas al marxismo  desde posiciones antimarxistas burguesas, sin pretensión revolucionaria  alguna,  que cuestionaron su validez “in totum” por ejemplo  tempranos críticos  sistemáticos del marxismo en el plano económico, antes de 1917,Eugen von Böhm-Bawerk (1851–1914) en  Karl “Marx and the Close of His System” (1896)  que ya criticaba la teoría del valor-trabajo de Marx diciendo que era  inconsistente porque  el beneficio no surgiría de la explotación del trabajo, por lo que la teoría marxista del capital era un error lógico y empírico. Además uno de los críticos más influyentes entre economistas liberales y neoclásicos Carl Menger (1840–1921), fundador de la Escuela Austríaca (antecesora del actual neoliberalismo), aunque no se refirió a Marx ni al marxismo  defendió la teoría subjetiva del valor, que era incompatible con la teoría del valor-trabajo marxista.  Wilhelm Dilthey (1833–1911) afirmaba que  el marxismo no comprende adecuadamente el papel de la hermenéutica y de la subjetividad histórica.

Max Weber (1864–1920), aunque respetaba a Marx como pensador, negaba la validez de un materialismo histórico rígido. Sostenía que los factores culturales (por ejemplo, la religión) son decisivos en la historia. Su tesis sobre “La ética protestante y el espíritu del capitalismo” (1905) pretendió oponerse al supuesto “determinismo económico” marxista. Weber es probablemente el principal sociólogo que rechazaba la validez del marxismo antes de 1917.

 Por último, en esta mención incompleta de detractores del marxismo anteriores  a la revolución (o que no la tuvieron en cuenta  en sus análisis por haber fallecido o  dejado de escribir sobre el tema cuando ésta recién empezaba),  está Vilfredo Pareto (1848–1923) quien afirmaba que el marxismo sobreestima el papel del proletariado como clase universal. Sostenía que las élites siempre se reproducirían, incluso bajo el socialismo.

 

 

[9]  Por supuesto también hubo críticas  al marxismo con posterioridad a la revolución y coetáneas a su desarrollo como Unión Soviética e incluso habiéndose producido  la revolución de la República Popular China de 1949  de parte del anti-marxismo.  Algunos de los más importantes de estos detractores burgueses del marxismo desarrollaron sus argumentos desde mucho antes de que el bloque soviético colapsara en 1991. Sin embargo, para los pocos de ellos que vivieron ese momento, la caída de la URSS fue vista como una confirmación histórica de las insuficiencias fundamentales que habían señalado durante décadas.

Desde la filosofía de la ciencia, Karl Popper (1902-1994) criticó el marxismo, y particularmente al Materialismo Histórico, por su pretensión de ser una teoría científica de la historia. En “La sociedad abierta y sus enemigos”, Popper argumentó que el marxismo era una pseudociencia, pues su estructura teórica le permitía reinterpretar cualquier hecho histórico como compatible con su esquema, y por lo tanto no era “falsable”. Según Popper, el marxismo representaba un pensamiento dogmático, resistente a la crítica racional.

En un plano más ético y político, Isaiah Berlin (1909- 1997) sostuvo que el marxismo reducía la rica pluralidad de valores humanos a un rígido determinismo económico. En su biografía crítica “Karl Marx: su vida y su entorno”, Berlin advirtió que intentar encerrar la historia humana en leyes supuestamente objetivas era una forma de empobrecimiento moral y filosófico.

Por su parte, Raymond Aron (1905-1983), en “El opio de los intelectuales”, describió el marxismo como una nueva religión secular que había capturado a buena parte de la “intelligentsia” del siglo XX. Para Aron, la “supuesta ciencia marxista” encubría una fe revolucionaria que justificaba el uso de la violencia política en nombre de una historia redentora.

Desde la economía, los críticos de la escuela austríaca fueron de los más implacables con el marxismo.

Ludwig von Mises (1881-1973), en “Socialism”,  señaló que sin un mercado libre y precios reales, cualquier sistema de planificación central era económicamente inviable: el socialismo no podía realizar un cálculo económico racional. Friedrich Hayek (1899-1992), en “Camino de servidumbre”, advirtió que la planificación socialista requería necesariamente una centralización del poder que destruiría las libertades individuales. Además, mostró que los precios son portadores de información dispersa que ninguna autoridad central puede reproducir.

Y desde la Política e historia tenemos a  Kołakowski (1927-2009) y a Furet (1927-1997)

Desde el terreno filosófico-político, Leszek Kołakowski, ex marxista, desarrolló en “Las principales corrientes del marxismo”, la idea de que el marxismo contenía desde su origen un núcleo totalitario. La combinación de determinismo histórico, filosofía de la necesidad y fe en la redención universal predisponía al marxismo a justificar la opresión en nombre del futuro.

François Furet, en “El pasado de una ilusión”, profundizó esta crítica tras la caída del bloque soviético. Para Furet, el marxismo había sido la más potente ilusión política del siglo XX, una religión secular que condujo inevitablemente al terror. A diferencia de otros críticos, Furet subrayó que el “fracaso” del comunismo no era un mero error de aplicación, sino la consecuencia lógica de los supuestos filosóficos y políticos del marxismo.

Finalmente desde la  Antropología y la Ética: Cassirer  (1874-1945) y Jaspers (1883-1969)

Desde la filosofía de la cultura, Ernst Cassirer sostuvo en “El mito del Estado” que el marxismo reducía al ser humano a su dimensión económica, olvidando su capacidad simbólica, creativa y moral. De forma similar, Karl Jaspers, en “La cuestión de la culpa”, advirtió que la concepción marxista de la historia como proceso necesario atentaba contra la responsabilidad individual, abriendo la puerta a justificaciones morales del crimen político

De estos autores, Hayek, Kołakowski y Furet sí vivieron la caída de la Unión Soviética.

Hayek, aunque ya anciano, vio en la caída del bloque soviético una confirmación de sus advertencias. En entrevistas de 1991 declaró que el colapso del experimento socialista demostraba la imposibilidad de planificar la economía moderna. Sin embargo, también advirtió que las ideas colectivistas no desaparecerían fácilmente.

 Kołakowski escribió numerosos textos tras 1990 reafirmando que el marxismo había fracasado no por desviaciones estalinistas, sino porque su propio núcleo filosófico conducía a la opresión. En “El marxismo como historia de ilusiones” señaló que, aunque el comunismo había caído, la tentación de nuevas ideologías totalitarias permanecía.

Furet fue quizá quien más reflexionó sobre la caída de la URSS desde el antimarxismo. En “El pasado de…” argumentó que la “muerte del comunismo” mostraba el fracaso de todo intento de construir la historia sobre una filosofía de la necesidad. A su juicio, el marxismo había sido una gran ilusión trágica, que había marcado a fuego el siglo XX.

La caída del bloque soviético no sorprendió a quienes habían desarrollado estas críticas. Para ellos, fue la confirmación de que ninguna sociedad puede sustentarse sobre una visión determinista de la historia, una concepción reduccionista del ser humano y una economía centralmente planificada.

Sin embargo, como advirtieron Hayek, Kołakowski y Furet, el final del comunismo no garantiza la desaparición de la “tentación totalitaria”. Y en una demostración de su feroz anticomunismo instaron a  La vigilancia intelectual y política que según ellos  sigue siendo necesaria, precisamente porque las ilusiones de redención total tienen una poderosa capacidad de regenerarse bajo nuevas formas.

Por último Toda las teorías “postmodernas” desde Gastón Lyotard en adelante critican al marxismo “in totum” entre otras cosas  por su “defecto” de gran relato y cuestionan la temporalidad histórica de cualquier teoría.

 

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[10] Comuna 72 días. Revolución de Octubre 5/6  años hasta el advenimiento del poder estalinista {para Trotsky la revolución a partir de allí habría sido traicionada, es decir había dejado de ser], y las revoluciones china y cubana habrían sido movimientos revolucionarios solo hasta (…?)

[11] Que como tales,  en términos abstractos, no son de origen marxistas sino de la Ilustración

[12] Unamuno, Miguel de, “San Manuel Bueno Mártir” Alianza Editorial. Madrid. 2001

[13] Aquí se impone un debate sobre Stalin y el estalinismo  particularmente por la represión y la cantidad de muertos a partir de las ejecuciones (principalmente de miembros del Partido) y de decisiones económicas como la de la “Industrialización Forzosa” que terminó generando un hambruna en el campo soviético  en la que se especula con cerca de un millón o más muertos de hambre y enfermedades.  Acerca de ello el ámbito marxista se debe una investigación seria. Solo diremos que las circunstancias en que estos hechos se produjeron fueron las de una URSS terriblemente asediada en la que la amenaza de la disgregación política interna y el desmadre que habría terminado con una vuelta feroz al capitalismo y la indefensión frente a un inminente ataque  salvaje y genocida por parte del imperialismo ( que terminó efectivizándose  en 1941) fueron causas fundamentales del  también brutal autoritarismo y de decisiones político-económicas que a pesar de los tremendos riesgos humanitarios que  implicaban igual se llevaron a cabo. Debe considerarse además que  si hubiera estado Lenin o el propio Trotsky en la posición de Stalin es muy probable que hubieran recurrido a medidas drásticas. El “grado” de autoritarismo  necesario  para cerrar filas  monolíticamente  e industrializar un país atrasadísimo en el que el campo debía “esforzarse”  y  jugar el papel de productor de alimentos  para las ciudades no se puede evaluar con reflexiones contra-fácticas,  pero es indudable que en cualquier caso habría sido significativo. No tiene sentido comparar las cantidades de víctimas que se hubieran producido en caso de caída de la URSS por desarticulación y guerras internas o por el triunfo nazi, pero los 20.000.000 millones de muertos producto de la invasión alemana que hubieran sido muchos más de no haber rechazado el Ejército Rojo a las  Wehrmacht,  gracias, entre otras cosas precisamente, a la mencionada cohesión político-militar y la industrialización forzosa, pueden dar una pauta al respecto. Ello sin contar la escala que habría adquirido  el genocidio mundial por parte del imperialismo sin el contrapeso de un campo socialista “realmente existente” del que la URSS, más allá de distintas contradicciones internas fue el corazón y el sustento.

[14] Carolina Hernández Calvario y Oscar David Rojas Silva Op. Cit.

[15] Hobsbawm, Eric “Sobre la Historia” Critica Barcelona. 1998 p 170 ( el resaltado es nuestro)

[16] Ciafardini Mariano “El Sujeto Histórico en la Globalización” Centro Cultural de la Cooperación” y Universidad de Quilmes Buenos Aires 2015

[17] Marx Karl Friedrich Engels Manifiesto Comunista  Crítica Barcelona 1998

[18] Lenin también lo postula así particularmente en “El imperialismo fase superior del Capitalismo y en este sentido se aleja de la postura de Trotsky más contingente.

[19] Marx Carlos y Engels Federico “Obras escogidas” Editorial progreso. Moscú 1974 Pag 542 (los resaltados son nuestros)

[20] Sobre ello nos hemos explayado bastante más en  “La Continuidad de la Historia…”

[21] Hobsbawm Op cit pag  158

[22] Ciafardini “La continuidad ….”

[23] Ciafardini Mariano “Globalización tercera –y última- etapa del Capitalismo” Ed Luxemburg Buenos Aires 2011

[24] Debe aquí hacerse una diferenciación de planos del análisis teórico general con el político estratégico concreto ya que mantener la posición teórica respecto del marxismo que aquí se propugna  de ninguna manera condiciona las tácticas y estrategias para el acceso al poder político  en el marco de alianzas  electorales o políticas de los partido comunistas  y marxistas  sino que por el  contrario  ayuda a sumarse a ellas cuando sea políticamente necesario sin temor a perder identidad o a la disolución ideológica en el reformismo o el ultraizquierdismo.