Casi la mitad a humanidad está en cuarentena (de distinto grado o fase) desde hace cuatro
meses. Nunca antes, en toda la historia humana, pasó algo parecido. Hizo falta
una pandemia para que la humanidad llegue a la autoconciencia de que ya no es lo que fue (durante ¡miles! de años). Nos
hemos convertido en una gigantesca masa biológica
profunda, compleja y fluidamente interconectada
que se mueve como un único organismo autopoiético, más allá de los caprichos
geopolíticos, económicos o culturales de los agentes sociales e individuales (o
precisamente a través de ellos) y genera
sus propios anticuerpos defensivos. Es amarga la verdad pero lo que pasa es que
está enfermo el planeta. Y la pandemia del
Covid 19 no es la verdadera
enfermedad, sino el síntoma más palpable.
No es tampoco el primer síntoma. Está la contaminación, el cambio climático, pero
también la profundización a grados obscenos de la desigualdad económica y lo
endémico de la pobreza extrema. Todos ellos constituyen un síndrome de peligro de extinción, que se le hizo
claramente patente a la humanidad en las
últimas décadas y frente a los cuales se recurrió, hasta ahora, en términos generales,
a la imbecilidad de barrer la basura
bajo la alfombra. Todos estos síntomas
están ligados, si, al impresionante crecimiento
demográfico. Pero quedarse sólo en este
dato implicaría un fatalismo que además estaría equivocado. Aun con una
gigantesca población como la que hoy tenemos en el mundo, el impacto de la producción
industrial en la contaminación ambiental,
la generación de gases de invernadero y
el impacto perverso, en la “zoonosfera”, del consumo monumental de proteínas ( con
peligros zoonóticos), así como el riesgo de extinción de recursos naturales
escasos, podrían ser evitados perfectamente. Gran cantidad de habitantes no
implica, matemáticamente, imposibilidad de la sustentabilidad de la vida en el
planeta. Ahora bien, ¿cómo pueden 7 mil millones (o más) habitantes vivir, sustentablemente, en el limitado territorio global? La respuesta
debería ser de fácil comprensión: cambiando el modo de producción (y de consumo).
Así como Kant enunció al imperativo categórico, desde el punto de vista moral,
diciendo que “se debe actuar de manera
que mi acto pueda transformarse en una
máxima universal”, hoy deberíamos plantearnos que no debería, ya, más nadie, consumir
recursos o servicios en una
cantidades, calidad o frecuencia, que no puedan ser consumidos de la misma
forma por el resto de los 7 mil millones,
a riesgo de una debacle económica-ecológica. . No solo los ultra ricos deberán
desaparecer, sino que las clases medias tampoco podrán seguir viviendo como lo
han (hemos) hecho hasta ahora. Precisamente
esta es la base social en la que se apoyan las fuerzas que resisten al cambio Pero debe entenderse que el cambio es
inevitable porque para salvar a la humanidad la meta
debe ser que hasta el último habitante
de este amuchado planeta, sea del
continente y localidad que sea, pueda
vivir con todas las necesidades básicas satisfechas, y quedar incluido en el
sistema, proceso que, por ejemplo, ya
está llevando adelante China,
exitosamente, al haber sacado de la pobreza a 700 millones, pero al que deben
sumarse muchos países más que implican
otra masa demográfica bastante mayor. Mientras
haya grandes bolsones de pobreza y exclusión e irracionalidad en el consumo la humanidad seguirá en riesgo permanente de inestabilidad política económica y social.
Ahora bien si se reprogramara el consumo en estos términos, está claro que
deberá modificarse la producción mundial de bienes y servicios. Ello implicaría, obviamente, un cambio
fabuloso en lo que se produce y en las cantidades (en más y en menos) de lo que se produzca.
Pero tal cambio en la producción, no se puede lograr en el marco del modelo de capitalismo de la “libre” competencia, de la
mano invisible del mercado y del absoluto libertinaje de movimiento de los capitales
privados, sino que habría que
marchar hacia una gran planificación mundial de la
producción y a un impulso coordinado,
entre los países, sobre la modificación de las pautas de consumo, a partir de
lo que indique la ciencia como factible y deseable para lograr la armonía ser
humano-planeta. Se habrían de generar
así, sistemas de economía que, aun
admitiendo espacios de funcionamiento del mercado, permitan operar, sobre estos espacios, al poder rector
de una institucionalidad estatal, que
actúe coordinadamente con otras, de igual naturaleza, de otros puntos del planeta, en pos del objetivo común de cumplir aquella planificación global. El propio gobierno chino ha abierto la puerta
para un debate sobre estas cuestiones al
convocar a formar una comunidad mundial empezando por el tema sanitario.
También Vladimir Putin ha señalado que
la única alternativa es que las grandes
potencias se sienten a una mesa de acuerdo estratégico. Voces que contrastan
con la gritonería rupturista y agresiva o el silencio impávido de los dirigentes “occidentales”.
Mariano Ciafardini
Doctor en Ciencias Políticas
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